El librero de Sergio Sarmiento

El librero de Sergio Sarmiento
1.º de octubre de 2019
R de la Lanza

Al abrirse la puerta del departamento nos recibe una voz y una imagen. La tranquila pero firme y amigable voz nos dice: “Buenas tardes, pasen por favor y no se preocupen por mí, preparen lo que necesiten y entonces estoy con ustedes, apenas termine esto”.

La imagen es la de un escritorio grande ante el que está Sergio Sarmiento sentado en una postura ortopédicamente perfecta, frente a su computadora, y tecleando a un ritmo ágil pero no desenfrenado, que casa con la mirada y las expresiones que se dibujan en su blanquísimo rostro y que ilustran el fluir de su pensamiento vertido en el documento electrónico. El fondo de todo es un ventanal que muestra los altos edificios y, más allá, las montañas que resguardan el valle de México.

“¿Quieren algo de beber, muchachos?”, nos dice mientras nos instalamos en la sala, que está frente a su despacho, pero del cual no hay una separación salvo por un librero al piso y alargado, que llega poco más arriba de las rodillas.

Intentar una presentación que haga justicia a la carrera periodística y académica de Sergio Sarmiento en sólo unas líneas es querer beberse el océano. Cuál es su relación con los libros, cómo los escoge y lee, cómo los acomoda y preserva, es lo que nos propusimos averiguar, y en esa breve visita nos sentimos no sólo ante un gigante del periodismo, sino junto a un compañero en el viaje de la lectura.

¿Cuántos libros tienes y cómo inició tu colección?

No sé cuántos libros tenga, los tengo repartidos en distintas casas. En una oficina tengo el doble, y también tengo en otras oficinas de las estaciones donde trabajo. Nunca los he contado. También tengo una biblioteca digital donde hay 500. Físicos, no estoy muy seguro.
Empecé desde muy chico. Mis padres compraban libros, así que heredé algunos, como la colección México a través de los siglos, que es de los años 50. En la preparatoria compré muchos libros, pero los vendí para irme a trabajar de ilegal a Estados Unidos. Ese error cometí dos veces, porque al acabar la carrera en Canadá, volví a vender mi biblioteca.
Pero desde que volví a México, a los 22 o 23 años, he guardado todos los libros que tengo, excepto cuando me regalan libros que no me gustan: esos sí los tiro. Desde entonces he estado coleccionando libros.

¿Prestas libros?

Usualmente compro un libro para prestar y otra copia para resguardar. Es muy rara la persona que te regresa los libros. Sí hay, pero no son muchos. Por eso doy por hecho que, si lo presto, no lo voy a volver a ver.

¿Cómo decides qué leer en electrónico y qué sobre papel?

Cada vez leo más digital. Me es muy cómodo porque, al igual que escribo columnas en todos lados, leo en distintas partes en electrónico.
Sigo comprando libros y me sigue gustando mucho, pero cada vez leo menos sobre papel. Lo mismo me pasa con los periódicos y con las revistas: los leo en una tableta. Le bajo la luz casi al mínimo, para no dañarme la vista, pero se ha vuelto mucho más  práctico hacerlo así.

¿Cuál es el género literario que más espacio ocupa de tu biblioteca?

Lo que más leo u ocupo son obras de referencia, enciclopedias. Fui enciclopedista de 1976 a 1995. Primero como redactor y traductor, y posteriormente como director editorial de la Enciclopedia Británica en Latinoamérica. Me habitué a leer libros de consulta. Si alguien lee mi columna, sabe que de ahí vienen muchas referencias, ya que me gusta no sólo dar una opinión, sino sustentarla con datos que surgen de otras obras.
En esta casa tengo una Enciclopedia Británica en su 15.ª edición, y una Hispánica (de la que fui director), por lo que son dos de las obras que más quiero. Además, tengo una Encyclopædia Universalis en francés. En mi casa de descanso en Ensenada tengo una 11.ª edición de la Britannica (que era la favorita de Jorge Luis Borges) que estuvo muchos años guardada y cuyo papel no ha llevado bien el paso del tiempo. Se están desmoronando las pastas y eso me da una pena enorme.

¿Cuál es el libro más antiguo de tu biblioteca?

Tengo un Elogio de la locura de Erasmo de Rotterdam, en francés, que es de finales del siglo xviii, y debo tener unos 15 libros del s. xix. En enero estaba en París y compré un libro de Simone de Beauvoir que me gusta mucho, que es Una muerte muy dulce, el que dedica a su madre.

¿Tienes algún sistema para acomodar tus libros?

En algún momento los tuve por orden alfabético, pero en alguna mudanza perdí ese orden y nunca más volví a tenerlo. Acá tengo libros que me sirven para escribir artículos y casi todo Octavio Paz, pero a Mario Vargas Llosa lo tengo en mi otra biblioteca. Uno de mis sueños es contratar a un muchacho que me ayude a que organicemos todos los libros.

¿Cuáles son tus libros predilectos que hay aquí?

Tengo un facsímil de la 1.ª edición de la Encyclopædia Britannica. Sus ilustraciones eran grabados en madera, es fenomenal. Uno de los libros más impresionantes es el Leonardo Da Vinci de Taschen; es un orgullo. La Nueva fotografía erótica de Taschen también vale la pena, me parece una obra clásica. La biografía de Albert Camus, una vida, de Oliver Tod es quizá la mejor que se haya publicado. Uno de mis ensayos favoritos es una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, de Adam Smith, así como La Historia del Banco de México, de Eduardo Turrent.
Me gusta mucho Murakami y tengo 1Q84 pero se me ha escapado. Me lo voy a ejecutar pronto. Están los libros de Mónica Soto Icaza, que es una mujer que me tiene loco, este es Galletitas para un funeral, su última novela.
Y está el último libro de Octavio Paz, Llama doble: amor y erotismo. Lo publicó a los 85 años. Me lo dedicó y le pregunté por qué lo escribió a esa edad. Me contestó que apenas se sentía tranquilo para poder hacerlo. +