La fisiología de creer

La fisiología de creer
INFINITIVOS CUERPOS
Itzel Mar

La conciencia comienza y termina en lo que creemos. Lo correcto y lo incorrecto. La bello y lo feo. Lo bueno y lo malo. Lo verdadero es lo verdadero por ser creído, no por ser sometido a una verificación exhaustiva. Creer es un estado de ánimo, una sensación ilocalizable y, sin embargo, nos abarca por completo, como cualquier sentimiento que se precie de serlo. Un apego. Un sentido de pertenencia. Novalis afirma que la “sensación de inmediata certeza es la visión de nuestra verdadera vida”. Las creencias nos sustentan y es así como nuestros cuerpos van adquiriendo las formas y maneras de todo cuanto consideran certidumbre.

Y hablando sobre los cuerpos, la enfermedad y la salud también son creencias. La medicina primitiva se caracterizó por ser empírica e intuitiva. Desde siempre, el hombre ha recurrido a la analogía para solucionar algunas dificultades. La observación de la naturaleza le ha permitido entender ciclos y procesos. Contemplar a otras especies le ha brindado un conocimiento invaluable sobre su propia existencia.

Nuestros antepasados, frente a la enfermedad, seguramente reaccionaban de manera instintiva friccionando la zona afectada, comprimiendo las hemorragias, enfriando las fiebres con agua fría, descansando para recuperar fuerzas, inmovilizando los huesos rotos con ramas u otros objetos sólidos para evitar el dolor, hasta que sanaran.

Como en otras especies, los individuos se ayudaban unos a otros. Y en algún momento, los más capaces se fueron transformando en los primeros sanadores del grupo.

Siguiendo el comportamiento animal, seguramente dejaban de comer y se guardaban para recuperarse de envenenamientos y recargos estomacales. Se daban masajes. Utilizaban las pieles de los animales que cazaban y el fuego en contra del frío.

Y como no podían explicar ni controlar las potencias de la naturaleza, imaginaron fuerzas superiores que las regían, voluntades inexplicables que podían castigar al hombre a su antojo. Y así surgió el pensamiento mágico, la idea del conjuro. La enfermedad, entonces, fue vista como una corrección, un escarmiento impuesto por espíritus y energías sobrenaturales.

Mediante una serie de prácticas, el hombre podía librarse de los males y las enfermedades, congraciándose y obteniendo la benevolencia de estas entidades.

La medicina tradicional que ha sobrevivido a la medicina facultativa distingue algunas situaciones productoras de enfermedad, entre ellas, los hechizos, la pérdida del alma y la acción de los espíritus.

Entre los hechizos más comunes, difundidos en muchas civilizaciones, está el “mal de ojo”. A este fenómeno se le atribuye carácter de enfermedad por una razón insoslayable: el implacable poder de la mirada. Y es que todo lo vivo es susceptible de padecer por quien lo mira. Enrique de Villena, alias el Nigromante, escribió en 1425 su Tratado de fascinación, en el que intentó poner de manifiesto la potencialidad energética de la tierra y de los seres. Al mal de ojo lo nombró “fascinación” (o aojamiento), puesto que presumía su origen en la envidia y el deseo de posesión sobre otra persona, lo que podía ocasionar síntomas como diarreas, cansancio, dolor de nuca, vómitos y depresión. Sólo la vida puede sentir lo que viene de la vida.

Muchas culturas coinciden en que el alma es la esencia del individuo, su identidad. Perderla es perderse a sí mismo. Situaciones imprevistas como un susto, un accidente o una catástrofe pueden ocasionar que el individuo pierda el alma. Entonces, se recomienda acudir al curandero o chamán para que este la recupere y, si es necesario, la obligue a regresar a su sitio.

Los espíritus que mortifican a los vivos son otra causa de enfermedades. Se trata de entidades que no están en paz porque dejaron pendientes en la vida y vagan por el mundo ejecutando maldades (vientos-espíritus). Estos entes son capaces de incrustarse como espinas en la boca del estómago y provocan mucho desasosiego y malestar. Además, están los vientos fríos desencadenados por espíritus escondidos. Para evitarlos hay que abrigarse bien y no salir de noche.

Ante la necesidad de buscar intermediarios entre los hombres y las divinidades, surge la figura del chamán o sanador. Estas personas desarrollan capacidades especiales para diagnosticar y ofrecer una curación, dan cuidados para facilitar el camino al bien estar del que padece. Diagnostican a partir de síntomas como la mirada triste, debilidad, cuerpo decaído, descolorimiento, frío y dolores generalizados. Dan sanación utilizando la herbolaria, cantos, visiones, sueños, comunicación con los espíritus, rituales religiosos, etc.

María Sabina se llamaba. Fue nuestra chamana. Mujer mazateca y de palabras altas, curaba con sus niños santos, hongos que recogía en la montaña. Ella decía:

El lenguaje pertenece a los niños santos. Ellos hablan y yo tengo el poder para traducir.

Curaba la calentura, los resfriados, los cuerpos enojados, el dolor de muelas y el desconsuelo de existir. Sabía que la apología del cuerpo es creer.

En el libro Vida de María Sabina, de Álvaro Estrada, el lector termina entablando una entrañable conversación con ella. Porque sus cantos son como su presencia:

Mujer Aerolito Soy

Mujer Estrella Soy

Mujer Águila Soy

Mujer en Medicina Soy

Mujer Sabia en Hierbas Soy. +

@aegina23

Léelo también en nuestro número 120 dedicado a la fe y la esperanza: