Una conversación con Guadalupe Nettel
06 de noviembre de 2020
José Luis Trueba Lara
Guadalupe Nettel nació en la Ciudad de México en 1973. Su novela El huésped fue finalista del Premio Herralde, el cual obtuvo unos años más tarde con Después del invierno. Ella también es autora de Pétalos y otras historias incómodas. La hija única —publicada por Anagrama— es su novela más reciente. Sus libros han obtenido muchos reconocimientos: el Premio Nacional de Narrativa Gilberto Owen, el Antonin Artaud y el Ana Seghers. Y El matrimonio de los peces rojos obtuvo el Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero.
Lee+: Permíteme comenzar con una pregunta que tal vez parezca extraña, pero hay algo que me llama poderosamente la atención, no sólo en La hija única, sino también en algunos de tus libros anteriores. Una de las cosas que más me gustan de cierta literatura es cuando todo parece sencillo aunque en realidad no lo sea, justo como nos sucede cuando leemos Las batallas en el desierto o El principio del placer de José Emilio Pacheco. Cuéntame, ¿cómo le haces para que tus libros sean tan aparentemente sencillos y para que los lectores nos adentremos en ellos como si fueran un río que te lleva sin tropiezos?
Guadalupe Nettel: A mí me pasa lo mismo que a ti. También me gustan los textos sencillos, aunque esto no le ocurre a todo el mundo. Hay gente que prefiere un estilo mucho más barroco y con frases largas. Lo que me interesa es crear de una manera sencilla y lo más minimalista que sea posible, pero a veces tengo que decir cosas complicadas, y ahí es cuando se dificultan la escritura y el minimalismo. Esto es lo que pasa, por ejemplo, cuando me adentro en los matices y las emociones. Ellas están llenas de contradicciones y sutilezas.
Por estas razones corrijo mis textos, y los corrijo bastante más de lo que pudiera pensarse. Me considero una obsesiva de las cacofonías y soy capaz de modificar una frase con tal de que no las tenga y que en ella no existan repeticiones de palabras. Soy una integrante de la vieja escuela, pues me doy cuenta de que ahora a la mayoría de la gente no le importan estas cosas. Yo no puedo leer un texto con repeticiones y cacofonías sin traumatizarme. Ellas pueden existir sin problemas en otros escritos, pero no en los míos. También me gusta la sonoridad, el cómo se escuchan las palabras. Deben tener un ritmo y, para lograrlo, leo mis textos en voz alta mientras los reviso para evitar que se tropiecen
Lee+: ¿Cuándo estás trabajando pones a dieta tus letras para que quede puro músculo, puro filete?
Guadalupe Nettel: Depende del libro, en mis cuentos esto es muy notorio, pero algunas de mis novelas —como ocurre en Después del invierno— las palabras son mucho más abundantes, más selváticas, aunque nunca llegan a ser del todo barrocas. En estos casos soy más permisiva. Al principio, cuando inicié la escritura de La hija única, tenía la exigencia de un cuento, pensaba escribir algo muy corto y contundente, pero la historia fue creciendo sola y no quise limitarla.
Lee+: Al comienzo de la novela haces una aclaración que no se puede pasar por alto: hablas sobre tu amiga Amalia Hinojosa, quien te “permitió contar los detalles de su historia”. Eso suena un poco raro. Tengo la impresión de que nunca habías hecho algo parecido.
Guadalupe Nettel: Tienes razón, esta es la primera vez que escribo una novela a partir de una serie de entrevistas y, en este sentido, una parte de la obra la escribimos juntas mi amiga y yo. Ella me contaba su experiencia, lo que había sentido y lo que había vivido, aunque —al final— hay una narradora externa que nada tiene que ver con Amalia. Yo quería que La hija única tuviera el tono de una conversación susurrada, íntima.
Al final, le pregunté a Amalia si estaba dispuesta a que contara su historia; no me hubiera atrevido a escribir esta novela sin su autorización. Así pues, en estas páginas hay un doble registro: uno similar a la crónica ceñida a la realidad y otro absolutamente ficcional que se muestra en los otros personajes.
Lee+: Tengo la impresión de que en La hija única hay una crítica a la maternidad como algo forzoso, como una obligación femenina…
Guadalupe Nettel: Me parece que, bajo ninguna circunstancia, debería ser un deber ser padre o madre. Sin embargo, durante muchísimos siglos a las mujeres les han enjaretado esta obligación. La maternidad es una exigencia social de la cual es muy difícil liberarse, puesto que la introyectamos desde la infancia. Se necesitan muchas mujeres, muchas voces, para cambiar esta situación y volverla voluntaria; es más, si alguien quiere ser madre, debe elegirlo con plena conciencia de que va a modificar completamente tu vida, pues transformará de una manera radical tu carrera, tu tiempo y tu libertad. Quizá vas a ganar otras cosas, pero la decisión es fundamental.
Las mujeres que deciden no tener hijos son víctimas del oprobio, de la crítica y la incomprensión. Si un hombre no quiere tener hijos nadie le pregunta por qué y nadie sospecha si tiene un problema fisiológico o un trauma. En el caso de los varones esta decisión se toma como un acto racional, pero con las mujeres es muy distinto. A mí me parecía muy importante hablar de estos asuntos y ellos están presentes en La hija única. En tal sentido, mi novela forma parte de las muchas voces que en la literatura se ocupan de este hecho.
Lee+: ¿Ya no tendremos “ángeles del hogar” como decían en el siglo XIX?
Guadalupe Nettel: De lo que se trata es que, por lo menos, haya dos ángeles del hogar y, si se puede, sería bueno que fueran más.
Lee+: El acto de la maternidad también se enfrenta a un grave problema, la posibilidad de que tenga un desenlace funesto… en La hija única ninguno sale bien.
Guadalupe Nettel: Yo creo que por más que la gente trate de decir “nada es perfecto” y “siempre hay problemas”, en la realidad las situaciones son mucho más difíciles. Uno de los temas que me interesaba tratar en la novela es la “anomalía”, de la “excepción”, de lo que se suele llamar discapacidad, pero que a mí me gusta más llamar diversidad. Este problema es uno de los tabús de la maternidad y hay que ponerlo sobre la mesa.
Son muchas las familias —muchas más de las que imaginamos— que tienen un hijo con una diversidad neurológica y se lo chutan solos, aislados. Y, en vez de sentirse heroicos, se sienten avergonzados. A ellos los han condicionado a aceptar que esa diversidad es algo que debe ocultarse, aunque no exista ninguna razón para que ello sea así. Estas familias pasan por cosas que deben conocerse y divulgarse. También me interesaba mostrar que lo diferente no es malo ni feo. La diversidad también puede llevar a experiencias de felicidad insospechada. Esta es una de las cosas que más me conmovían cuando trabajaba en La hija única.
Lee+: ¿Y el duelo?
Guadalupe Nettel: Es una de las verdades más terribles. De él también debemos hablar, pues lo vivimos de una manera muy solitaria. Hay otras maneras de enfrentarlo, pienso en las familias judías que lo viven encerradas en una casa, apoyándose, cocinando juntos y atravesándolo de una forma mucho más acompañada.
Lee+: Después de leer La hija única, sé que estás de acuerdo conmigo en que el duelo por la vida de un hijo es aún más duro…
Guadalupe Nettel: Es casi inimaginable. Ni siquiera lo queremos nombrar. Si te fijas no existe una palabra para el que se queda sin hijos. Los huérfanos son los que se quedan sin padres, los viudos son los que perdieron a su pareja, pero no existe un término para designar a los que perdieron a sus hijos. Esto demuestra que es algo en lo que ni siquiera queremos pensar y que, por fortuna, no ocurre tan seguido. +