El librero de Mónica Romero
05 de enero de 2021
Mónica es una cómplice sin redención. Ella es editora de literatura infantil y juvenil, y esto –sin duda alguna– le otorga esa peculiaridad. Gracias a sus artes y sus acciones las palabras de los escritores y los trazos de los ilustradores se transforman en libros, en los ejemplares que llegarán a manos de los lectores que, en más de un caso, comienzan a andar en los caminos de la literatura. Asomarse a su librero es una tentación.
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Sin pensarlo dos veces, te puedo decir que mi colección nació cuando estaba en la universidad. Yo estudié literatura inglesa en la UNAM y tenía que leer muchos libros, algunos los debíamos comprar porque, además de ser de lectura, eran de consulta para nuestras clases y nuestros trabajos; justo como sucedía con las antologías que contenían obras de los escritores que analizábamos. Siempre que podía los hacía míos, aunque a veces esto era difícil. Esta colección fue creciendo y aquí, en mi casa, sólo tengo algunos de los libros de esos días… eran tantos que muchos se quedaron en el hogar de mis padres. Sólo me traje los más entrañables, los que más utilizo; todavía, cuando voy a su casa, vuelvo a verlos, recuerdo su lectura, y en más de un caso me regresan las ganas de volver a sus páginas. Cuando esto me sucede, los voy trayendo para acá, poco a poco, muy lentamente, como si fuera una especie de robo hormiga.
En el momento en que esta colección comenzó a formarse, no había un plan específico para crearla; sin embargo, en esos días también descubrí que debía ser organizada con mis libros; los podía ordenar por autores, por temas o de acuerdo con las materias que estudiaba en la universidad. Al terminar la carrera me di cuenta de que ya tenía una buena colección de literatura inglesa, es más, en el librero de casa de mis padres ocupaban un buen espacio y, para muestra de mi orgullo, los suyos los ponía en la fila de atrás con tal de que se vieran los míos. El más antiguo que tengo son las Obras completas de William Shakespeare, editadas por Aguilar en 1971; este ejemplar me lo regaló mi mamá. Ella sabía que yo quería tener todas sus obras, pues ellas son una exaltación de las pasiones. Este hecho no es poca cosa, cada vez que yo tengo problemas con las pasiones, vuelvo a Shakespeare para entenderlas y entenderme.
Hoy no tengo un sistema especial para ordenarlos. A lo más, en algunos espacios tengo las obras académicas, los libros infantiles y juveniles, los álbumes. Lo mismo me ocurre con los catálogos de ilustradores y, por supuesto, con los libros que dieron origen a mi colección y que leí por primera vez en la universidad. Sin embargo, cuando diseñé mi librero quería que los libros académicos fueran los primeros que siempre viera al abrir la puerta.
No sé cuántos libros tengo, nunca me había puesto a pensar en eso. La verdad es que a mí me gusta comprarlos, traerlos a casa, acomodarlos en su lugar y, por supuesto, leerlos. El sitio en el que se encuentran es el más acogedor de mi casa, en él entran y salen historias, mientras que sus personajes se convierten en mis familiares. Es curioso, tampoco he contado el número de familiares que tengo. Los libros, sin importar su número, son algunos de los acompañantes de mi vida, son el hogar de los personajes que no podría dejar ni olvidar.
No hay un autor del que específicamente tenga más libros. Hay algunos que me gustan mucho, como Sylvia Plath que es una de mis favoritas, ella es alguien a quien admiro en la vida independientemente de su trágica existencia. Ella fue alguien que vivió la pasión por la poesía, por la literatura y, por supuesto, logró plasmarla en su obra. Creo que tengo casi toda su obra; incluso, en la pasada FIL de Guadalajara encontré unos ensayos cuya existencia ignoraba. Y también tengo muchos de Ted Hughes, su esposo. Tener las obras de ambos me gusta, es como tener la posibilidad de unir sus pasiones, sus vidas. Sin embargo, cuando leo a Ted no puedo dejar de pensar en el engaño a Sylvia. En el caso de ella, cuando descubrí que había escrito un libro para niños la amé mucho más, pues gracias a este libro se unieron mis pasiones por sus letras, por su vida y, por supuesto, por la literatura infantil.
Otro grupo de libros importantes que tengo son los editados por Peter Hunt, quien ha impulsado la publicación de textos académicos dedicados a la crítica de la literatura infantil y juvenil.
Yo no presto libros, prefiero darlos. Si alguien me pide un libro que es fácil de conseguir, se lo puedo prestar, aunque la verdad es que me cuesta mucho trabajo pedirle que me lo devuelva. Los siento como un regalo que di, pero insisto: esto sólo lo hago con los libros que son fáciles de conseguir; en cambio, los otros no los presto y, justo por eso, prefiero que la gente venga a mi casa a leerlos. +