El librero de Alejandro Magallanes
09 de octubre de 2020
Hoy, Alejandro Magallanes es una de las figuras más destacadas como creador de libros. En su haber hay de todo: las portadas emblemáticas de Almadía, su diseño de planas que ofrece nuevas posibilidades a la lectura (como sucede con el Diccionario del caos de Fernando Rivera Calderón), sus libros infantiles donde los círculos concéntricos y los colores revelan lecturas insospechadas (como los que publicó en El Naranjo) y, por supuesto, sus carteles. Todo ello representa apenas una pequeña muestra de su trabajo.
Platicar con Alejandro sobre sus libros y sus lecturas era más que necesario. En su librero tal vez se encuentran los secretos de sus creaciones o, con un poco de suerte, la posibilidad de hallar una explicación a sus más distintas obras. Esto fue lo que él nos contó.
Empecé a comprar mis primeros libros cuando estaba en la preparatoria. Antes de eso, en casa, mis padres los traían y a mí me gustaba verlos. Gracias a esas primeras adquisiciones tuve un pequeño librero y, al llegar a la universidad, mi biblioteca empezó a crecer y crecer hasta que alcanzó el tamaño que ahora tiene. Te confieso que me gustan mucho los diccionarios y las enciclopedias, y —por supuesto— los libros de arte y diseño gráfico, pues ellos son de alguna manera parte de mí. Sin embargo, no soy un coleccionista ni un buscador de obras antiguas. Soy un lector, una persona a la que le gustan los libros y que trabaja con libros; es más, en algunos casos me acerco a ellos como un verdadero principiante.
Cuando entré a la universidad estudiaba filosofía y diseño al mismo tiempo. Al terminar el primer año, sólo me quedé en la segunda carrera. Sin embargo, gracias a la filosofía me aficioné a los libros que tenían ediciones muy limpias, justo como los que publicaba Gredos. Esas ediciones me emocionan mucho: la sobriedad de su presentación, lo impecable de sus páginas y los textos espléndidos eran —y siguen siendo— cautivantes. Los tres tomos dedicados a los presocráticos y el dedicado a las obras de Marcial son muy importantes para mí desde que estaba en la facultad. Dejé la filosofía por un par de razones: ella exige mucho rigor y tiempo completo. Esta disciplina, hoy lo sé, me dejó la curiosidad y la lectura de algunos libros a los que siempre me acerco como principiante.
Nunca los he contado, no sé cuántos libros tengo en mi biblioteca. Son varios libreros que se han llenado poco a poco y ahora ya tengo muchos. Yo no tengo problema en prestárselos a mis amigos, a las personas que estoy seguro de que los van a devolver y que también los cuidarán lo necesario. Si lo pienso un poco, creo que los que más rotan por estas razones son los de literatura.
No tengo un orden preciso en mi biblioteca y mis libros se mueven dentro de la casa. Los que más me gustan siempre terminan por llegar a mi cuarto para hacerme compañía, ahí también tengo algunos libreros. Alguna vez leí que un chino —al hablar sobre el feng shui— decía que no se debían tener libros en la habitación, pero yo lo ignoro sin ningún problema. Ellos están cerca de mí para que pueda hojearlos y leerlos.
Uno de mis libros favoritos es The art of looking sideways, el cual fue editado por Alan Gerard Fletcher —uno de los diseñadores ingleses más importantes del siglo XX. En él reunió una serie de textos sobre los más distintos temas y que a él le parecían muy importantes: hay páginas de diseño, de literatura, de filosofía, de ciencia y de arte. Este libro es un gran viaje, un paseo sobre lo que debemos mirar.
Otros libros que me encantan son los que ha ilustrado Susanne Berner —como El diablo de los números de Hans Magnus Enzensberger—. Cuando descubrí sus obras, que estaban originalmente publicadas en alemán, no entendía sus palabras, pero las ilustraciones eran suficientes para que comprendiera su sentido. Posteriormente las conocí en español, aquí cerca tengo otras de sus obras, las que tradujo la Editorial Anaya en su colección infantil y juvenil. Son muy hermosos, justo como lo podemos ver en El libro del otoño o en El libro de la noche. Berner me hace pensar en la fuerza del dibujo, en su capacidad para superar la barrera de los idiomas.
Hay otros que no me canso de leer, como las Greguerías de Ramón Gómez de la Serna: su brevedad, su profundidad y su humor; algo que también me ocurre con Lichtenberg. Otro libro que me fascina es Cuando el mundo era joven todavía de Jürg Shubiger, y también ilustrado por Susanne Berner. Es un es una obra fragmentaria que, donde lo abras, siempre vas a aprender algo. Entre las colecciones que se han editado en México, una de mis preferidas son los Breviarios del Fondo. +