Disidentes y valientes: es lo mismo
En el mundo hay dos tipos de mujeres: las que obedecen y las que actúan. A las primeras las llaman perfectas, a las segundas feministas. Afortunadamente muchas de éstas se han refugiado en la escritura para rendir la declaración que ha sacudido, despertado o enloquecido a multitudes enteras. A nuestra mente llegan nombres contemporáneos como el de Chimamanda Ngozi Adichie, escritora nigeriana que se ha posicionado como una de las voces más fuertes de la literatura actual, y quien ha aprovechado su talento para difundir la lucha feminista en títulos como Todos deberíamos ser feministas. Margaret Atwood, por otro lado, sin declararse partidaria del feminismo, desarrolla atmósferas y personajes atados a la pérdida de identidad y a la violencia estructural a la que suele exponerse la figura femenina para manifestar su protesta. Antes de ellas el camino ya estaba trazado por pioneras como Virginia Woolf, una de las más destacadas figuras del modernismo literario del siglo xx, y quien se declarara feminista en su ensayo Una habitación propia, de 1929.
En este texto compara los papeles femeninos construidos en la ficción escrita por hombres con el trato que reciben en la realidad. Además señala la censura dentro de una tradición literaria dominada por varones en oraciones como: “una mujer debe tener dinero y una habitación propia si va a escribir ficción”, o al construir personajes como Judith Shakespeare, hermana ficticia de William, quien ilustra la desventaja de una mujer que deja de lado sus habilidades, sólo para cumplir las obligaciones que no pidió.
Así como Woolf ha inspirado nombres de librerías, de revistas literarias, una canción de The Smiths y hasta un coworking en Singapur, tal vez haya tenido también alguna influencia en Simone de Beauvoir. La filósofa francesa nació en 1908, y no sólo escribió, también se volvió la representante más emblemática del movimiento feminista. Ella vivió, sin pudor ni remordimiento, la filosofía que predicaba al explorar en carne propia lo que no debía ser una mujer, al decidir escuchar sus deseos y darle potencia a la voz que la sociedad conservadora de su tiempo intentaba reprimir.
Claro que esto tuvo sus consecuencias no tan triunfales, cuando situaciones como mantener relaciones sexuales con sus jóvenes estudiantes provocaron una pausa en su carrera como docente de filosofía. No obstante a ella no la detuvieron este tipo de obstáculos, y es que desde muy pequeña aprendió a ser dueña de su propio destino, con un comportamiento rebelde, con decisiones como su inclinación hacia el ateísmo desde los catorce años y al desafiar a su padre, quien siempre anheló hijos varones.
Eso sí, de él heredó su gusto por la literatura y su devoción por los estudios, lo que la llevaría a especializarse en matemáticas, literatura, latín, filosofía, ética y hasta psicología. Su famosa tesina sobre Leibniz marcaría tan sólo el inicio de su vida como escritora, aunque no fue hasta la publicación de su libro El segundo sexo, que el mundo realmente se escandalizó. Era 1949, habían pasado cuatro años desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, las mujeres habían regresado a las labores hogareñas, pero su nombre ya era crucificado por muchos y aplaudido por algunos tantos debido a su controvertida relación liberal con Jean-Paul Sartre, con quien vivió sin estar casada durante cincuenta y un años; experimentaron la poligamia bajo el mantra “la libertad como principio en cualquier relación humana”, y la bisexualidad en el caso de ella, lo que algunos llamarían perversión. Transgrediendo los límites del movimiento que representaba o no, ella sólo quería ser.
Más allá del plano físico, se declaró en favor de la despenalización del aborto, adoptó a una niña, fue cofundadora de la revista Tiempos Modernos y fundadora de la Liga de los Derechos de la Mujer. Fue todo, y Una habitación propia, de Woolf, se convirtió en la biblia del feminismo al exponer los argumentos de lo que ella llamaba ser una mujer encarcelada, atada a los estándares de un mundo masculino.
A este título subversivo que influyó en Simone de Beauvoir, la filósofa francesa publicó novelas como Los mandarines, con la que ganó el Premio Goncourt y de la que se especula que los personajes están inspirados en Albert Camus, Sartre y ella misma. Después publicó La mujer rota, basada en tres historias en las que sus protagonistas son víctimas de las relaciones con sus parejas; está narrada con su muy profundo y conmovedor estilo literario del que se desprenden frases épicas como: “El día que una mujer pueda no amar con su debilidad sino con su fuerza, no escapar de sí misma sino encontrarse, no humillarse sino afirmarse, ese día el amor será para ella, como para el hombre, fuente de vida y no un peligro mortal”.
Sus palabras la hicieron responsable de grandes cambios y culpable de revoluciones, pero también la convirtieron en fuente de inspiración para muchas escritoras de su género y para otros que no lo eran, como J. R. R. Tolkien, quien se dice que basó su más famosa trilogía, El señor de los anillos, en un pensamiento extraído de Una muerte muy dulce. Simone feminista, Simone existencialista, Simone atea, Simone moderna o Simone sea lo que fuere, sólo era una mujer que quería ejercer su derecho a la libertad y en el camino logró que muchas otras lucharan por lo mismo.
Por Tania C. Covián