Veinticuatro horas al día quiero vivir
O eso cantaba Café Tacvba hace algunos años. Y eso mismo pensaba yo: con tanto que hacer, con tantas películas que ver (y tanta tarea que dejaban los jijos maestros, que se pensaban que cada uno era el único); ah, y por si fuera poco, ¡con tanto por leer! Cada noche, en la cama, me quedaba leyendo hasta que me ardían los ojos. A veces ni cuenta me daba de esto y despertaba con el libro de almohada; y un par de veces desperté, sobresaltada, por el golpe de un libro en la nariz: al quedarme dormida el libro se me había resbalado de las manos para aterrizar en mi cara. Ouch. Después de la segunda vez que me ocurrió puse una nueva regla: nada de libros gordos y de pasta dura a la hora de dormir.
Mientras buscaba estrategias para que me rindiera más el tiempo, se me ocurrió que una opción sería inventar un medio de transporte que girara a la velocidad de la Tierra pero que avanzara en sentido inverso, para que siempre fuera la misma hora y yo pudiera ir dentro, apoltronada en alguna especie de diván, leyendo con luz matutina que entraría por mi ventana… Si suena muy fumado, ustedes disculpen: seguro eran ideas alucinatorias causadas por la falta de sueño y por La vuelta al mundo en 80 días, de Julio Verne, que leí por esas fechas. Lo leí porque me lo dejaron en la escuela y, para mi sorpresa, me gustó mucho. Tanto que me seguí con Los hijos del capitán Grant, una historia de aventuras que comienza con un mensaje en una botella. Si les gustan las novelas con misterios, viajes por el mundo, mensajes en clave, mucha acción y tantito romance, busquen una buena edición de esta novela y dense. De verdad que no se van a arrepentir.
Volviendo al tema, el principal problema de mi vehículo soñado (aparte de que construirlo no era viable, cof, cof) era que no resolvía las necesidades que interrumpen constantemente al lector: comer, dormir, ir a la escuela… bien pensado, no resolvía ninguna, y sólo daba el bonito plus de leer con luz de sol. Para colmo… “¡Pero si tú te mareas si lees en el coche!”, me dijo mi papá cuando le conté mi plan, y hasta ahí llegó mi carrera de inventora.
Por Raquel Castro
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Mascultura 29-sep-15