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Todos tenemos un museo… Al menos en la cabeza

Museo de Arte Malo de Massachusetts, el Museo de las alcantarillas de París, el Museo de las Momias de Guanajuato, El Museo de Saleros y Pimenteros en Alicante. Podrían existir tantos museos como personas hay en el mundo. Y es que cuando algo dispara serpentinas de fiesta en tu cabeza es inevitable sentir un inmenso deseo de compartirlo con los demás. A veces ni siquiera entiendes el porqué de tu afinidad con ese algo. Puedes tratar de averiguarlo. O no. Quién dijo que hay que entenderlo todo. Para muestra lo que le sucedió a Pablo el Artista (Satoshi Kitamura, fce): todos en su clase de pintura —la jirafa, el cocodrilo, el león— ya preparaban sus cuadros para la exposición grupal. A Pablo se le habían ocurrido un montón de ideas pero ninguna le parecía lo suficientemente buena. Se marchó al campo en busca de inspiración. Estando ahí empezó por trazar un árbol sobre un suelo plano de hierba fresca, después se comió un sándwich, le dio sueño, se quedó dormido y… Fue mientras soñaba que ¡el cuadro terminó de pintarse solo! Quizá este libro por fin explique dónde se origina eso que muchas veces llamamos genialidad.

Pero evitemos cantar victoria antes de tiempo; que resolver una pregunta grande siempre conduce a una interrogante todavía más grande. Y si no me creen, que venga El rey del País Asombro (Gordon Snell/David McKee, Castillo) a contarnos cómo le fue en su travesía. Este simpático soberano, con cara de haberse escapado de un naipe, era un hombre sumamente curioso que un buen día se propuso indagar qué habrá en la orilla del mundo. Consultó a su hechicero, a las brujas, el lagarto, el leopardo, la llama, el búho; nadie sabía. Entonces emprendió a solas un viaje dispuesto a hallar loque tuviera que hallar. Su pueblo, los ministros del reino, todos lloraban su partida temerosos de lo que le pudiera suceder. La travesía se tornó en una aventura singular, pero justo cuando el rey creía haber resuelto su duda primordial, surgió otra pregunta. ¿Será que la única razón por la que hemos venido al mundo es para resolver interrogantes? He ahí otra buena interrogante.

Por fortuna la misión se puede vivir en compañía, aunque sólo sea a ratos y el acompañante provenga de un asteroide —como pasa con El Principito (Oceano Travesía) del siglo xxi que protagoniza la adaptación a cómic del osado Joann Sfar. Este Principito moderno, con sus cabellos revueltos y ojos inmensos al más puro estilo manga, se apega al espíritu, la melancolía y la poesía del texto original, pero nos regala un sano toque de irreverencia, empezando por incorporar en la historia al propio Saint Exupéry —quien aparece dibujado como un aviador corpulento y viril, aunque humano y frágil también. Los dibujos que todos conocemos, ahora trasladados a viñetas, lucen dotados de expresividad y movimiento, con un estilo muy europeo de colores intensos y una buena dosis de desenfado que permite crear fabulosas atmósferas oníricas.

Por Karen Chacek

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Mascultura 19-oct-15