De Mente: "Símbolos para cimbrar el mundo"

Quienes ya hemos pasado por el rito de escoger y desear tatuarnos la piel, nos adentramos en la retórica de la imagen, como dice Roland Barthes; en el significado y significante del símbolo que nos dolerá en la dermis, pero que traerá otro tipo de placer. En mi caso opté por la intención primaria del tatuaje en la humanidad: grabé símbolos de mis creencias espirituales. Estas marcas me centran y me recuerdan hacia dónde quiero ir; cada mañana, justo antes de prender el celular, evitan que la tecnología me desconecte de mí. Esos tatuajes me recuerdan quién soy realmente.

Los tatuajes siempre me evocan las palabras de Freud y Jung, constantemente atentos al inconsciente y cómo revelarlo: allí es donde están los verdaderos tatuajes. ¿Cuánta sustancia traemos allí pintada, trazando nuestra personalidad y eventualmente nuestro mundo? Jung utilizaba mándalas en sus terapias, pues creía que ayudaban al ser humano a alcanzar la búsqueda de su individualidad. Los consideraba una representación de la psique humana, englobando al consciente como el inconsciente. Tatuarse un mándala o un símbolo que nos lleve a otro entendimiento de conciencia siempre será invaluable.

Albert Einstein decía que como humanidad hemos crecido tecnológicamente y hemos creado un barco hermoso, con innumerables comodidades, pero ausente de algo vital: no tiene compás ni brújula. Sin esos dos elementos no sabemos hacia dónde vamos. Todos sabemos que vivimos en un mundo paradójico, de dos caras, sobre todo en nuestras sociedades, con prioridades conflictivas, mensajes y opiniones.

Hablando con “jóvenes millennial” —chicos menores de veinticinco años a quienes les han tatuado el estigma de “tenerla muy fácil”— durante una plática sobre jóvenes empresarios surgió una pregunta que, al parecer, muy pocos han podido responder: ¿cómo puedo ayudar a cambiar el mundo? Yo les respondí que me preguntaba lo mismo; en mi caso, traté de cambiar el mío, de no creerle a nadie que me dijera que eso no era posible y confié en que lo que tenía que decir iba a importar y eventualmente ayudar en algo. Richard Branson dice en su libro Like a Virgin (Portfolio) que el Universo te da lo que deseas mientras te avientes a vivir tus deseos y tu pasión, es decir, tu misión de vida. Creo al cien por ciento lo que dice, ¿quién no? Su vida es libre y emocionante. En sus palabras, si no es divertido no vale la pena. Ésa es una buena brújula.

Nuestra familia a veces nos impulsa tácitamente a lograr los sueños, pero cuando no se tiene ese apoyo nos motivamos a nosotros mismos y nos movemos a otros aires. Cuando pasamos tiempo con ellos, surgen historias, creencias, secretos, opiniones. Todo eso lo traemos codificado, tatuado en nuestro inconsciente y ADN. Como dice mi querido Jorge, el editor de esta revista: “El mundo ya se acabó”. Y le creo, estamos buscando qué hacer con él, porque todo lo que conocíamos ya no existe y las paradojas son cada vez mayores. Hay una falta de confianza en el liderazgo, somos escépticos acerca de la integridad de todo, de las organizaciones y de los medios que usamos para comunicarnos, para además preocuparnos por quién es dueño de nuestros datos. Esos datos que además nos sirven para saber que hay más gente solitaria y deprimida en este mundo global. ¿Para qué queremos estar más informados si tenemos menos sentido común? Más expertos pero menos soluciones, sueldos más altos y morales más bajas. ¿Quién es dueño de qué, en este momento donde aparentemente todo es válido? ¿En qué creer? La disección de esta paradoja llamada vida comienza en cada uno. Tomándonos un tiempo para ser más consientes, para deformarnos y salirnos de la casilla que traía nuestro nombre, nuestra estadística. Para escoger y no esperar a que nos escojan y nos den un folio.

El Dalái Lama dijo que tenemos carreteras más amplias pero puntos de vista más obtusos, edificios más grandes pero temperamentos más cortos. Otras palabras que se han hecho famosas para describir nuestros tiempos son de Will Smith: “Gastamos dinero que no tenemos, en cosas que no necesitamos, para impresionar a gente que no nos agrada”. Subimos diario selfies a las redes para sentirnos mejor mediante los likes obtenidos, el enfermo énfasis en la imagen como lugar del pensamiento y como cristalización de la historia de la cultura. El mundo después de todo es un reflejo de nosotros mismos. Por lo tanto el tatuarse implica una gran responsabilidad ante lo que queremos unirnos de por vida, a qué mensaje le daremos la temporalidad de nuestra piel. Tal vez la humanidad siempre se ha tatuado lo que no ha visto aún con los ojos abiertos. Cuando empecemos a convertirnos en catalizadores del cambio en nuestros círculos, capacitando a otros para ser líderes y proporcionar nuevas perspectivas y dimensiones, sólo así empezaremos a ver el poder del amor, la empatía, el apoyo y la comunidad.

¿Eso vale la pena entintarlo en nuestra piel? La paradoja de llevar un cosmos en unos trazos, de algo aparentemente intangible, ponerle un rostro de color y forma, tratar de materializarlo, como apéndice, como dialogante con nuestro entorno, como soliloquio para nuestros ojos.

Una vida espiritual al igual que un tatuaje implica un compromiso. Hasta el más pequeño tatuaje puede adquirir grandes significados y convertirse en un importante punto de energía en nuestro cuerpo, incitando en nosotros un cambio de energía, de pensamiento, de mundo, para conectar con otras perspectivas, en otro nivel, creando nuevos diálogos más empáticos. ¿Qué tatuajes hay escritos en la creación de la humanidad, en el ADN original? Reconectar con eso, reinventarnos. Con sabiduría de cómo transformarnos.

Einstein, quien separó al átomo y vio cómo se separó el mundo, decía que “Si quieres conocer los sentimientos de las personas, no escuches sus palabras, observa su comportamiento”. Yo le agregaría que para conocer bien a alguien observes sus tatuajes y conocerás su mundo interno.

Por Yara Sánchez de la Barquera Vidal

MasCultura 06-jun-16