El espíritu creativo de Syd Barrett
Nacido el 6 de enero de 1946 en Cambridge, Roger Keith “Syd” Barrett abandonó el negocio de la música en 1971. Se acogió al cuidado de su madre y de sus cuatro hermanos tras años de excesos con sustancias alucinógenas.
Estudiante de Arte, Barrett se unió en 1965 a Roger Waters, Nick Mason y Richard Wright, aspirantes a arquitectos entonces entregados a la música. Era un líder nato y decidió que el nombre del grupo fuera Pink Floyd, partiendo del de dos oscuros bluesmen rurales, Pink Anderson y Floyd Council. Pero el pop londinense estaba cambiando velozmente y, en 1966, el popular rhythm and blues adquirió formas muy fantasiosas, que se denominaron “psicodelia” por -supuestamente- reflejar la experiencia del LSD, droga que había sido legal durante varios años.
Capitaneado por el carismático Barrett, el grupo se colocó en la primera línea del pujante movimiento underground en la capital británica, aunque sus ambiciones eran más estéticas que políticas. En 1967 consiguieron dos éxitos (Arnold Layne y See Emily play) y editaron su primer elepé, The piper at the gates of dawn. Para finales de ese año, sus compañeros comprobaron que Barrett ya no podía funcionar en directo: el consumo masivo de drogas le fue convirtiendo en un músico poco fiable en el escenario y, muchas veces, un vegetal fuera de los focos.
Pragmáticos, los miembros más estables de Pink Floyd alistaron a David Gilmour, un guitarrista amigo de Cambridge, para cubrir a un Barrett que se acercaba a lo catatónico. En abril de 1968, finalmente fue despedido del grupo; los representantes se solidarizaron con él y también dejaron el proyecto. Ese año se publicó el segundo LP de Pink Floyd, A saucerful of secrets, con mínima aportación de Barrett.
Las canciones de Barrett ejemplarizaban las particularidades de la psicodelia londinense. Que enlazaba con la tradición británica del nonsense y encajaba en el universo de Alicia en el país de las maravillas. También se solidarizaba con excéntricos inofensivos: el protagonista de Arnold Layne robaba ropa femenina. Musicalmente, era una psicodelia dulce, alejada de las robustas exploraciones instrumentales de los grupos de San Francisco.
En sus discos en solitario, Barrett derivó hacia un sonido más bucólico y vaporoso, a veces infantil. Fueron The madcap laughs y Barrett, editados ambos en 1970. Pero su contacto con la realidad era cada vez más tenue, como muestran los temas inéditos y/o incompletos que salieron en Opel. Y él mismo, tras no hallar alivio en el tratamiento psiquiátrico, decidió refugiarse en la casa de Cambridge donde vivía su madre.
Poco se volvió a saber de él. En 1975 visitó a Pink Floyd mientras se grababa Wish you were here… y sus ex compañeros tardaron en reconocerle.
Ese disco contenía precisamente un hermoso homenaje, Shine on crazy diamond. Para Gilmour y compañía, los problemas de Syd eran intrínsecos, aunque se complicaron con sus excesos. La Seguridad Social británica coincidía con esa valoración: reconoció a Barrett como enfermo mental y le pagaba una pensión de inválido total. En realidad, sus ingresos principales seguían teniendo origen musical: siempre se vendieron los discos que hizo con o sin Pink Floyd, aparte de que, comenzando con David Bowie, muchos artistas grabaron sus composiciones.
Esta fascinación por Barrett fue mirada con sospecha por el resto de Pink Floyd. Se usaba para minusvalorar la segunda etapa del grupo y, peor, para trivializar una tragedia: Barrett quedaba convertido en un mártir, un héroe romántico, un psiconauta que sufrió por todos nosotros.
Desde donde quiera que estés, ¡Feliz cumpleaños, Syd Barrett!
Con información de El País
MasCultura 6-ene-2017