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A propósito de Julian Assange

A propósito de Julian Assange

17 de noviembre de 2020

Rodrigo Coronel

El periodismo libre y la libertad de expresión nunca han estado del todo a salvo. Ocasionalmente, su obstaculización o franca persecución llenan las primeras planas de los diarios de todo el mundo, cientos de editoriales y manifiestos las condenan, mientras que en plazas y calles los colectivos de periodistas toman el micrófono para denunciarlas. En todas estas expresiones del descontento es muy difícil que, en algún punto, no se pronuncie el nombre o muestre una imagen de Julian Assange.

Después de Cocodrilo Dundee, Assange es el australiano más relevante del mundo. El origen de su importancia se halla, naturalmente, en su activismo y el influyente trabajo de la organización que fundó: WikiLeaks. Pero la historia misma del personaje intensifica su singularidad: Assange no es un hombre común.

Las memorias y una secta

En la historia de Assange nada parece lineal, obvio o definitivo. Sus propias memorias no estuvieron exentas del extraño acento de su personalidad: Autobiografía no autorizada (Los Libros del Lince). La paradoja del nombre viene a cuento, pues una vez terminada su escritura, Assange se negó a que fueran publicadas a pesar de que reconoció su calidad y precisión: “Toda memoria es prostitución”, dijo. Y si ahora ese libro ronda los estantes de las librerías, es porque el autor recibió un millón de libras por regalías, un alivio para sus exiguos bolsillos… y para sus abogados -la verdad sea dicha-.

Como en toda vida, un puñado de datos podrían contextualizarla, que no explicarla del todo. Nació el 3 de julio de 1971 en Townsville, Australia. De su niñez resalta la vida errante y bohemia que vivió con su madre, Christine Hawkins, una comprometida activista social que lo mismo protestaba contra la Guerra de Vietnam o se vinculaba con grupos políticos clandestinos. De ella, reconoce Assange, viene esa implacable rebeldía contra el “sistema” y sus más disímbolas representaciones: la escuela, a sus pocos años, o la policía y los servicios de inteligencia, en la adultez.

La primera educación de Assange no fue común; brincó de escuela en escuela hasta contar, por lo menos, 37 instituciones. No había cumplido la mayoría de edad, cuando sus lugares de residencia se contaban por decenas; 27, para ser preciso. Esa complicada dinámica, y la sospecha, cada día menos tolerable, de que la escuela era una pérdida de tiempo, confluyeron en su vocación autodidacta. Esa misma constante lo llevó a estudiar, entre otras cosas y de forma un tanto desordenada, asignaturas de Filosofía, Física, Matemáticas y neurociencias.

Un hecho que agregaría una fuerte dosis de complejidad a la ya intensa vida de Assange, fue su adopción por una secta -La Familia, también conocida como la Gran Hermandad Blanca- que anticipaba el fin del mundo -uno más-, y que “entrenaba” a los niños de la congregación para repoblar el mundo una vez que fuera destruido. Las dinámicas de abuso, propias de cualquier congregación similar, lo orillaron, junto con su madre, a escapar, no sin antes ser objeto del acoso y la obsesión de un fanático sectario. Su hostigamiento fue sistemático y duradero, hasta que un Assange adolescente le puso punto final.

Una adolescencia interesante, sin duda.

Una computadora que lo cambia todo

En 1987, una computadora Commodore 64 llegó a la vida de Assange para cambiarla por completo. Sus conocimientos en matemáticas e informática, aunados a su compromiso político, marcaron el camino que, a partir de entonces, seguiría. No tardó mucho en formar un grupo de hackers que aprovecharon las vulnerabilidades que solían encontrar en los sistemas de seguridad de grandes compañías. No se trataba, a decir de Assange, de un grupo precisamente politizado; detrás de ellos se hallaba la ambición de ver el mundo arder.

Más tarde, una vez que la paternidad y la familia tocó a su puerta, Assange se estableció como empresario. Su negocio era sencillo: hackear sistemas de seguridad cibernéticos para hallar sus fallos y, posteriormente, repararlos. “La Iglesia en manos de Lutero”, se dirá.

Wikileaks y la vida en prisión

En 2006, Assange y un grupo de amigos fundaron WikiLeaks y todo voló por los aires. Todo. La apuesta de su plataforma era no dejar ni un resquicio de oscuridad a algunas de las decisiones más vergonzosas de algunos Estados y sus sistemas de seguridad. Fotos comprometedoras, reportes de inteligencia y pruebas de espionaje continuo fueron algunas de las lindezas que salieron a la luz, para vergüenza de sus ejecutores. Los que con mayor virulencia se lanzaron contra Assange fueron los Estados Unidos. Su persecución y posterior aprehensión llevan el sello de aquél país. Tal parece que el bochorno provocado por las filtraciones de Assange y WikiLeaks constituyeron la principal afrenta a la potencia. Y, claro, los 18 delitos de los que le acusan. A los que deben sumarse dos acusaciones de violación, radicadas en Suecia, y archivadas por su sistema de justicia.

Algo más que un activista

La historia de Assange está lejos de concluir. Su situación jurídica cambia a cada momento y el desenlace continúa siendo ambiguo. Nada para nadie. Por el momento, Assange sobrevive en una prisión inglesa de alta seguridad, y el tratamiento que se le da es el mismo que les prodigan a los terroristas

Pero la atención sobre su caso ha puesto en la palestra otras cuestiones que, en un contexto distinto, no hubieran aparecido. Como por ejemplo, su tormentosa personalidad. Quienes han colaborado más de cerca con él, refieren una clara deficiencia en sus dotes sociales y una intolerancia casi agresiva a cualquier disentimiento con su opinión. Una personalidad reservada y taciturna, casi arisca, que se ve complementada con una inteligencia sobresaliente. Algunos, incluso, lo califican como “brillante”; para otros es un hombre trastornado e irascible.

Lo dicho, Julian Assange no es un hombre común. Para bien o para mal. Lo que no ha limitado la presencia de su nombre en editoriales o manifiestos, y su fotografía en reuniones y marchas. +