Columna Jóvenes: "Otra forma de rockear"
Mi hermano era baterista de una banda gótica. Yo, como buena hermana mayor, lo acompañaba a sus tocadas con frecuencia y disfrutaba de los privilegios de estar en la lista de invitados: no pagar cover, no hacer fila… y ya, creo. Tampoco eran tantos privilegios.
En cambio, tenía que quedarme hasta el final finalísimo de cada tocada, porque cuando ya se había ido toda la gente era que los músicos podían recoger su tinglado. Esa parte era bastante aburrida: ya había cerrado su changarro el DJ; ya no había con quién divertirse; los músicos estaban concentrados en no olvidar ni un cable ni una baqueta, y mi celular de entonces ni siquiera tenía el humilde juego de la viborita. Así que me dedicaba a mirar nomás.
Y ahora que ya no tengo quién me ponga en las listas de invitados, a veces extraño esos días de rock tras bambalinas. Por suerte, los puedo visitar en la literatura: hay libros superbuenos sobre el tema. Uno de mis favoritos es ¿Todavía no me quieres?, de Jonathan Lethem (Mondadori). En esta novela hay una banda indie que lleva años tocando en la escena californiana y no parece que vaya a lograr nada. El protagonista tiene un secreto que involucra a un canguro del zoológico y Lucinda, la bajista, comienza a trabajar en un falso call center (en realidad, es una instalación en una galería, y la gente puede llamar para quejarse de lo que sea), donde traba amistad con un tipo de los que llaman. El hombre siempre dice frases ingeniosas y pegadoras y Lucinda comienza a usarlas para letras de sus canciones. ¿Es inspiración, es plagio? ¿Lograrán el estrellato con estas nuevas letras? De verdad es un libro divertido y lleno de referencias al rock y a la vida de los músicos.
Otra opción: Un millón de gusanos, de Rogelio Flores (Resistencia). Esta novela, que ganó el año pasado el Premio Lipp, tiene como escenario la escena contracultural de la Ciudad de México en los noventa del siglo pasado. Pero no es una novela para viejitos nostálgicos, que conste: el lenguaje, el ritmo de la acción, la trama y los personajes se combinan para darnos una historia que ningún rockero de corazón, de la edad que sea, se puede perder. Porque cambian las tribus urbanas, pero el sentimiento permanece, ¿no creen?
Y es que la música, cuando bien hecha, es poderosísima. Por algo hay gente que le dedica la vida entera. Como Alejandro Marcovich, quien recientemente sacó su libro Vida y música de Alejandro Marcovich (Ediciones B). Habrá quien busque en esta autobiografía detalles “jugosos” sobre las relaciones de amistad y odio que se dan en una banda, y más en una tan importante como fue en nuestro país Caifanes —de la que Marcovich fue guitarrista en tres de sus mejores álbumes—, pero si nos animamos a ir más allá del morbo encontraremos indicios de por qué el rock puede despertar tantas pasiones en quienes lo hacen, tanto en el escenario, como abajo de éste y hasta en una recámara a oscuras con los audífonos bien puestos y el iPod a todo volumen, sin importar edad, como decía hace un rato, pero tampoco sexo. Porque por ahí hay quienes creen que el rock es un asunto masculino y que las mujeres prefieren el pop. Habrá algunas que sí, claro, pero no todas.
Y nada mejor para combatir ese mito que Sirenas al ataque, de Tere Estrada (Océano). Este libro hace un recuento detallado de las pioneras del rock mexicano desde los tiempos de Julissa y Baby Batiz hasta la actualidad. Y no sólo incluye cantantes: también habla de compositoras, arreglistas, productoras, comparsas, fans, periodistas, académicas, ingenieras, locutoras y mánagers. Como dice la propia autora, son “heroínas de una historia de lucha y pasión por la música que comienza a emerger”.
Podríamos no terminar nunca. Nos falta hablar de novelas y libros de cuentos escritos por rockeros: me vienen a la mente Jessy Bulbo (Dark Doll, Ediciones B), Armando Vega Gil (entre muchos otros, Diario íntimo de un guacarróquer, Ediciones B) y Joselo Rangel (One hit wonder, Almadía); Bob Dylan y Morrissey; y también hay grandes ejemplos de libros de poesía escritos por músicos como Nick Cave, Leonard Cohen, Patti Smith o, en nuestro país, Jaime López o José Manuel Aguilera. Lo cierto es que la literatura y el rock están muy emparentados.
Tanto, que ahora que termino de escribir siento menos nostalgia de no estar en esas listas de invitados especiales de las bandas. Pero eso sí: se me ocurre que me habría aburrido menos mientras mi hermano guardaba la bataca si hubiera llevado un libro. Total, si alguien me hubiera visto raro, le habría podido decir que, a veces, la literatura es otra forma de rockear.
Por Raquel Castro
MasCultura 11-jul-16