La narrativa de Natalia Padilla se adivina autobiográfica… ¿pero, acaso no toda producción subjetiva es un autorretrato? Como dice Derridá, el autorretrato es la historia de la ruina de un sujeto, en tanto tiene que deconstruirse como sujeto, para devenir un objeto: libro.
Esta narrativa habla por sí sola en lo explícito, mientras que en lo implícito son evocaciones y sugerencias sucesivas, bordados llenos de deseos comprometedores que me recuerdan el oficio de Aracné y su aguja.
“Las arañas aparecieron una noche cualquiera bajo la cama con su seda y su veneno (…). Fueron ellas las que me enseñaron a tejer, fueron sus telas las que me envolvieron como un regalo muerto”. (p.15)
Produce una experiencia abrumadora que fuerza al lector a detenerse en metáforas que condensan afectos y pasiones. Palabras y palabras seductoras, atrapantes, que cautivan en el claustro de una araña que teje, vaticina y deja prisionero al lector.
“(…) a diestra y siniestra la tela tiembla, la trama tiembla, la trampa tiembla y por fin las cuerdas del arpa emiten su canción y la araña baila, feliz, voraz, encantadora, avanza sin prisa, aguanta el aliento y saborea el gusto de su gloria. (…) por un instante la araña deja de esperar y se abalanza”. (p.43 y 44)
Este deseo arácnido cautivante es una prisión. La prisión del sujeto en su pasado. Un pasado que es prisión porque no ha pasado. Una prisión de la araña tejedora que pro-teje y amenaza con la muerte. Se trata de la prisión del deseo como un continuo… de ahí, el tedio, lo insípido, la falta de novedad y la urgencia de la huída.
Sin duda para mí, el recorrido me situó en un retrato dialéctico del deseo: la protagonista se mueve entre arcadas y antojos en un acontecer que se percibe cíclico. De un deseo cautivo hacia un ser cautivo del deseo. En ocasiones, el deseo de Ley o en otras, la ley del deseo, atraviesan la historia y constituyen el drama ante el que se entrega o se resiste:
“Él me enseñó a ignorar la ley para adaptarla a mis caprichos y también a burlarme del amor y de las buenas costumbres (…)” (p.15)
“El límite nunca es el límite, cada vez se desplaza hacia adelante y no se alcanza, el placer rebasa al dolor y le arrebata el nombre. (…)Una vez transgredida la ley, se busca reincidir en el delito, lenguas que arranquen la costra una y otra vez para que la sangre tibia no vuelva a coagular”. (p.38)
El deseo aparece por momentos como el gusto por la transgresión y la violencia. Un deseo decidido a soltar-se y a mostrar su esencia: peregrinar. La protagonista, en avanzada, está determinada a llegar… sólo a llegar sin saber cómo, ni a dónde, sin saber para qué ni por qué.
“Aprieto con un lazo las muñecas a los tobillos y me arrojo al mar. Llegaré viva o muerta a tierra firme, pero llegaré”. (p.18)
En otros pasajes el deseo es la historia del desencuentro, el engaño y el gran desengaño. Deseo errante, forastero, extranjero, asimétrico e infartado por la incorrespondencia. Deseo de encuentros y desencuentros con el otro que son Uno y el mismo.
“El rechazo es mutuo, siempre somos los otros los de los piojos y las mentiras. Levanto la cabeza cada vez que alucino que me llaman por mi nombre. Socorro. (…)El repudio al extraño fortalece la lealtad entre semejantes, yo pido ser el extraño”. ( p. 23. )
¿Qué hacer con el deseo? Si el deseo remite al desconocimiento, si nunca es eso que creíamos, si está diferido por ese Yo que es errante…
<El deseo es la denuncia del vacío>, en mi centro hay un delirio parecido al tuyo, por eso estamos juntos. La imagen y el sonido se rechazan y nada sobrevive entre ambos. Lo que más deseo es tu deseo. (p.59)
Deseo vacante y hemorrágico hasta la última gota. Es gota a gota… deseo que agota.
Hay también un tono que busca ratificarse y diferenciarse de la masa asfixiante, lo hace afirmando su deseo como exceso. Hay una figura enmascarada a lo largo de las ¾ partes de la historia: una Dandy que busca desesperadamente una novedad que la arranque del deseo de nada, que la distraiga de la desesperanza, y que mitigue el dolor de la caída en este mundo. “La esperanza de la Hora azul”, “La época azul”. ¿Qué es para el personaje el Azul? el lugar del Ideal, el paraíso, que salve de una vida enfermiza.
En algún momento parece haberse deslizado el objeto del deseo, al objeto de amor, un deseo que siendo arácnido venenoso ha mudado en un Ideal: “el amor al amor”.
“No puedo imaginarme sin veneno y sin soledad, a este ritmo me terminaré convirtiendo en una luciérnaga luminosa e inofensiva, no hay peor destino que ese para una araña, ser capturada y convertida por amor al amor”. (p.57)
Pero no, de nuevo la repetición, el ciclo dionisiaco del deseo comienza, se infla, se sacia y revienta… desaparece… y reaparece…Un deseo maniqueo, un deseo bipolar, un deseo lunático: lunático, como la mancha de un lunar que aparece y mira siniestramente al sujeto. Luna naciente, creciente, llena menguante. Deseo lunar no sin luz, no sin opacidad, deseo pacificador.
Un deseo romántico, donde la escritora cultiva el dolor que la singulariza y al cual le rinde culto. Pues se trata de un dolor que produce metáfora, que germina en verbo poético y hace derramar tinta que marca la diferencia en la hora azul.
Por ello, el tormento tiene un costo, la vida misma, y también tiene una ganancia, el don de la escritura. El don de los poetas de tal suerte, está maldito y bendito por un Dios negro, como el de Sade -dice Lacan-, al que el sujeto le rinde culto con el cultivo del dolor. ¡Dile que el cielo es azul es un acto sacrificial que todos gozaremos!
Texto por: Sara Fernández Barreiro