Indiana Rax

Alguna vez soñé con ser arqueóloga: ir por el mundo, como Indiana Jones, descubriendo vestigios de civilizaciones olvidadas. Me emocionaba en particular la idea de encontrar restos humanos, de preferencia en perfectas condiciones: momias egipcias, incas o vikingas o hasta de soldados de la Segunda Guerra Mundial. Pero en este punto se detenía mi soñar despierta porque entraba en un dilema: una vez encontrada mi ciudad antigua llena de momias, ¿qué? ¿Mandar todo a un museo? Sé que eso puede parecer lo más obvio, pero me daba una punzada en el alma pensar que para eso había que desmembrar el hallazgo, separar los objetos encontrados del espacio donde habían yacido. La opción contraria era dejar todo donde estaba, con el riesgo de que los traficantes de antigüedades se robaran lo que estuviera a su alcance. Había una tercera opción: un museo de sitio; pero al pensar en eso, mi sueño se convertía en una pesadilla de burocracia y presupuestos, y prefería ponerme a pensar en otra cosa. Como ya se han de imaginar ustedes, no llegué a estudiar arqueología, y mis descubrimientos no han sido en la jungla inexplorada o el desierto, sino en los anaqueles de bibliotecas y librerías. No me quejo: a través de ellos he sentido la emoción del descubrimiento sin tener que debatirme entre el museo, el museo de sitio y el abandono de mis hallazgos.

Por ejemplo, hace poco leí La gente de la ciénaga, de P. V. Glob (Marbot Ediciones), y quedé alucinada. No es una novela sino el relato minucioso de un hecho real: todo comienza con el descubrimiento de un cadáver en un pantano. Primero se piensa que hay un asesino suelto pero, al hacer la autopsia del cuerpo, se descubre que tiene dos mil años de antigüedad. Oh, yeah: es una momia preservada en el lodo. Y pronto encuentran otras, algunas con la ropa en perfecto estado, con herramientas, ¡hasta con comida en el estómago! El libro, que fue publicado en su idioma original (danés) en 1965, apenas fue traducido al español y es una delicia para quienes disfrutan de la arqueología, las momias, los asesinatos (porque sí, algunas de esas momias tienen señas de haber muerto con violencia) y la historia. Además, tiene muchas fotos. Es como ir a un museo sin tener que pensar en el desmembramiento de sitios milenarios, el robo de piezas o el ataque de la burocracia. Y sin los apretujamientos.

Ahora que si a ustedes les gusta la parte de las culturas distintas a la nuestra y la maravilla de lo antiguo, también podemos encontrar cosas así en la ficción. Dudé mucho antes de empezar la recomendación que sigue, porque es uno de mis libros favoritos, pero lo escribió una de mis personas favoritas, por lo que podría parecer poco objetiva. Le di muchas vueltas y decidí recomendárselos porque de verdad creo que es bueno, independientemente de que el autor es… ay, mi esposo. (¿Pero quién le manda escribir bonito y casarse conmigo?).

Por Raquel Castro

Da clic aquí para seguir leyendo la columna de Raquel Castro.

Mascultura 13-oct-15