Y, sin embargo, se bifurca

La arquitectura de algunos de los laberintos modernos fue descrita por el escritor checo Franz Kafka. Confusos senderos que conducen a la desesperación son los que en su mayoría se erigen en las páginas por donde deambula K, de un lado a otro. Aquí no es posible utilizar el verbo caminar, pues aquel andar es casi involuntario, manipulado por fuerzas y decisiones ajenas a nosotros, y que hoy podemos experimentar en diversos ámbitos de nuestras sociedades contemporáneas.

Laberintos hay muchos, pero no todos son visibles. Algunos, aunque pueden observarse, no los distinguimos como tales debido a que nuestra constante convivencia en ellos ha provocado que los interioricemos y que se camuflen. Algunos pueden ser las calles que transitamos a diario, otros, los pensamientos que nos asaltan mientras decidimos qué camino tomar; en algunos casos ni siquiera son físicos, sino temporales.

El estudio cinematográfico emprendido por Ma. Ángeles Martínez García en el libro Laberintos narrativos: estudio sobre el espacio cinematográfico (Gedisa) es un análisis profundo que desmenuza el universo del laberinto: sus significados, sus connotaciones y las representaciones fílmicas donde destacan por ser parte del corpus de investigación: Blade Runner, Inception, Coraline y Labyrinth.

Hoy pareciera que no quedamos conformes cuando encontramos la salida o la solución de algún dilema: cualquier narrativa que se resuelva sin mucho problema nos resulta poco creíble. Es más, estamos seguros de que no siempre hay salida, que alguna vuelta en tal o cual esquina dentro del laberinto puede librarnos un tiempo de la angustia, simplificar las decisiones, pero eventualmente el camino volverá a bifurcarse. En Inception, por ejemplo, queda la duda de si Cobb logró salir del limbo cuando el tótem gira, gira, se tambalea y… nada. En Coraline, la mano de la otra madre, que logró escapar después de ser mutilada, es sepultada en un pozo sin fondo, pero persiste la sospecha de su posible regreso.

Sortear los azares del laberinto expone la capacidad humana de tomar decisiones, pero también sus resultados y dificultades: elegir una vuelta puede tener consecuencias tanto funestas como prodigiosas. O, por otro lado, vueltas de página en las que desconocemos lo que podemos encontrar. En El monstruo ama su laberinto. Cuadernos, del escritor Charles Simic, leemos anécdotas y cavilaciones tanto filosóficas como poéticas, pasajes surgidos de la experiencia, e incluso fragmentos casi metaliterarios en algunos casos, en los que la escritura o la literatura es su centro de reflexión: una puerta que se abre sobre sí misma, un camino que se extiende a lo largo de sí mismo.

El título sugiere la aprehensión que tenemos con este mundo y sus contradicciones, todas ellas, o quizá la mayoría, construidas por nosotros: contradicciones morales, ideológicas, políticas y sociales. ¿Será que, en ese sentido, el laberinto es una metáfora del sistema y el monstruo de nosotros? Ésta podría ser una lectura hasta siniestra, casi un padecimiento del síndrome de Estocolmo. Puede, incluso, que más allá de ser el anuncio de un conformismo sea una fuerte llamada de atención.

Es la ironía, sin embargo, uno de los terrenos mejor explorados por Simic. En la literatura de habla hispana, Jorge Luis Borges fue otro escritor muy bien conocido por sus juegos intelectuales, en los que no pocas veces se burlaba de los lectores. La ironía también aterrizaba en los textos del escritor argentino, quien externaba su falsa modestia cada vez que era necesaria.

Ficciones recoge entre sus cuentos “El jardín de senderos que se bifurcan”, quizá una de las formas más elaboradas para nombrar un laberinto; éste, además, fue uno de los temas de mayor interés que persistieron en la literatura del también autor de El Aleph.

“El jardín de senderos que se bifurcan” es más que un cuento policial, como señala el propio autor en su “Prólogo”: es un ensayo de los mundos posibles, laberintos que van más allá en tiempo y en espacio. Otro cuento, “Los dos reyes y los dos laberintos”, desarrolla como metáfora del laberinto la vastedad del desierto: no son necesarios los muros para confundir y perderse, basta una idea simple para transformar. Los problemas humanos no siempre llegan de una manera compleja, a veces los descubrimos envueltos en lo más simple. O también es un juego de apariencias, donde lo simple no lo es precisamente.

En este punto nos acercamos peligrosamente al final de la nota, por un lado, pero al centro del laberinto por el otro, ahí donde nos esperan nuestros propios demonios, aquellos que de manera irremediable forman parte nuestra. Así como Octavio Paz desmenuzara en su polémico ensayo El laberinto de la soledad, escrito en 1950, la identidad del mexicano y reflexionara sobre nuestras contradicciones como sociedad.

Se ve una luz al final del túnel, y la esquina de una página que anuncia el otro lado del laberinto. Podremos haber llegado a cualquier parte del camino y ver que se extiende, recto y sin sinuosidades, pero hay que guardar la certeza de que en algún punto, no obstante, se bifurca. Y en lo más profundo de todo laberinto nos espera nuestro Minotauro.

Por Rolando Ramiro Vázquez Mendoza @LordNoa

MasCultura 21-feb-17