Guatemala o cómo construir una novela negra

La elaboración de una venganza no es cosa sencilla, primero hay que decidir, si conviene llevarla a cabo, si es necesaria, qué tanto enaltece o degrada nuestra vida y alma. Estos pensamientos rondan la mente, no sólo de Juan Luis Luna en “El cojo bueno”, sino de diversos personajes de cada una de las cuatro novelas cortas que nos presenta Rodrigo Rey Rosa en “Imitación de Guatemala”. La posibilidad de una venganza se presenta no sólo como un dilema, sino como una obligación que uno no quiere cumplir: “Es de suponer que yo desee vengar la muerte de mi amigo” (118); “Debo matarlo… No debo matarlo […] No merecía la pena mancharse con la sangre de alguien así. Pero la resolución le hacía sentirse cobarde” (191).

Rey Rosa se ha inclinado por un género poco explotado en América Latina: la novela negra; sin embargo, los conflictos internos de nuestro vecino del sur, le ha, más que sugerido, obligado a plantearse los problemas de la postguerrilla centroamericana de una manera directa y cruda, situándolo necesariamente dentro de este género, como lo manifiesta su narrador en “Caballeriza”: “A muchos escritores les pasó: en el momento menos pensado un desconocido se acerca y les dice <<Debería escribir algo acerca de esto>>.” (289). Para escribir una novela negra, se necesita más que la imaginación, haber pertenecido a una realidad dicotómica de riqueza en la miseria, de violencia en la paz, de envidia en la armonía, etcétera; y ser, más que valiente, audaz y hasta inconsciente para indagar sobre hechos que nadie quiere contar, como lo resume su alter ego: "La historia para mí tenía suficiente interés, y estaba dispuesto a ponerme en una situación incómoda, a mentir o a actuar con tal de saber unos detalles más" (317).

Si bien cada una de las novelas cortas que nos presenta el autor ("Que me maten si…" "El cojo bueno", "Piedras encantadas" y "Caballeriza"), son totalmente independientes, la reunión en este volumen las cohesiona en una historia nueva, armada como un rompecabezas y el resultado se observa como un dibujo, o más bien como un mapa: Guatemala. La Guatemala de hoy, que siente su pasado reciente como una herida que tarda en sanar, donde el paso de los soldados sigue poniendo en alerta a sus habitantes, y donde una carrera, antaño prestigiosa, se presiente como un estigma que hay que ocultar. “Si supiera que he sido militar, ni me mira” (26), pensará su personaje Ernesto Solís (enfrascado sin saberlo en la famosa controversia sobre <<Las armas y las letras>> del capítulo XXXVIII de Don Quijote, al decidir dejar la vida militar y volver a la universidad), al encontrarse con una bella sirena que lo ha de obligar a elegir un camino —y un destino— entre filosofía y letras; que “no es lo mismo”, como le advierte la ecuánime anciana de lentes de la ventanilla de inscripción. El humor y la ironía, ingredientes indispensables en este tipo de relatos, abundan en las páginas del libro, aunque después de cada sonrisa caeremos, como el personaje, en la autorreflexión: “más allá de la guerra, la vida no era otra cosa que una serie de ritos vacíos innecesarios y sin sentido” (25).

Nadie puede describir un país como sus propios habitantes, y en "Piedras encantadas", el escritor sintetiza en sólo tres páginas al país centroamericano de una manera desgarbada, dura, casi cruel, como quien critica la casa propia o a los parientes con los que se ha compartido el juego, el pan, la cama… y algún día, la tumba. La Guatemala literaria a la que nos invita el autor es un país de costumbres, maneras y palabras específicas, porque —aquí nada es como piensas—, resumirá el narrador. Los personajes tienen nombres y apellidos tan comunes, que de inmediato remiten a gente que uno conoce, con virtudes y sobre todo, con defectos que no nos son ajenos: mentirosos, envidiosos, incrédulos, confiados, pusilánimes, etc. Sin embargo, autor cosmopolita, como lo es Rodrigo Rey Rosa, que sabe lo poco que se conoce a su país, invita a los lectores a que descubran su patria de la mano de algunos personajes extranjeros —bajo su propio riesgo— porque la muerte, aquí, como en las páginas de "Imitación de Guatemala" es inevitable. Sin embargo, aquellos que llegaran a sucumbir nos permitirán saber su último pensamiento, igual que "El chinago" de Jack London, como una deferencia hacia el lector que los acompañó hasta el fin del misterio.

– Rodrigo Rey Rosa, “Imitación de Guatemala. Cuatro novelas breves”, México, Alfaguara, 2014, 364 pp.

Por: Alfredo Barrios, @alfredobarriosh

Mascultura 10-Sep-14