La buena fe: LINAJE DE BRUJOS, de José Iturriaga
Antes de iniciar con la lectura de esta reseña, piensen en un brujo… ¿Ya? ¿Cuál fue la primera imagen que apareció en su mente? ¿Un ser decrépito con risa malévola y una enorme protuberancia en la cara? ¿Alguien disparando lucecitas verdes de una varita mágica? ¿Un niño de lentes con una cicatriz en su frente? ¿Ninguno de los anteriores?
Pareciera que en los últimos años la brujería y la magia, además de tratarse de poderes lanzados por medio de una madera encantada, se pusieron de moda hasta en escuelas que las imparten como una materia más no avalada por la SEP. En siglos anteriores –y también dependiendo de la cultura–, cualquier parentesco con los brujos era una condena de muerte en caso de ser descubierto. No vayamos muy lejos. La Santa Inquisición, en el Nuevo Mundo, era capaz de emplear las prácticas más atroces con quien descubriera como practicante de brujería. José Iturriaga, en “Linaje de brujos”, rinde cuentas de estos acontecimientos, narrando la historia de Miguel Bernardino, un ticitl cuyo oficio heredó de sus ancestros indígenas.
Heberto de Foncerrada, un obispo soberbio y con un muy bajo criterio de justicia humana, está decidido a demostrar la culpabilidad del indio Miguel Bernardino por practicar magia que insulta las prístinas órdenes divinas, inculcada, aquélla, por el mismísimo diablo cuyas tierras del Nuevo Mundo tenía bajo su dominio, antes de la llegada de los españoles. Jesús, otro indígena, pero entregado a la fe de los conquistadores, muy amigo del culpable torturado hasta la agonía, hace lo posible por interceder para evitar su muerte ejemplar.
“Linaje de brujos” hila, por medio de los descubrimientos de Jesús, las asombrosas relaciones de los cultos que conviven en tierras americanas, coincidencias que él, desde muy pequeño, va hallando. Sus inquietudes son una constante problematización de la intolerancia que caracteriza a la religión de los dominantes con respecto a las ya existentes. Así, la historia desvela, paulatinamente, el lado más inhumano y cínico de la religión cristiana. Hombres y mujeres débiles ante los placeres humanos, adulterio y lujuria que escurren de las paredes de la casa de dios, injusticia y envidia. Todo esto, como sentimientos e inclinaciones características de los humanos, es imposible de extraer hasta de aquellos consagrados a la vida religiosa.
La novela de José Iturriaga expone un caso que sucedió miles de veces en el periodo colonial: tortura y muerte en nombre de dios. ¿Acaso estos sacrificios, este genocidio es justificable por el hecho de haber sido mandato divino? ¿No consideran que avalar un acto de esta magnitud equivale a aceptar cualquier otro que sea relacionado con cuestiones religiosas o, incluso, raciales?
En “Linaje de brujos” no sólo está la constante preocupación por lo que acontecerá con Miguel, también convive la indignación a favor de uno de los personajes que se convierte en un ser casi despreciable. La novela nos permite ser testigos de la evolución de los actores de la obra. Heberto de Foncerrada, como muchos de los lectores que lleguen hasta este renglón, no fue el mismo que era en su juventud. Inevitablemente, todos pasamos por un cambio como consecuencia de pequeños o grandes sucesos que nos marcan a lo largo de la vida.
¿La injusticia sufrida por los indígenas americanos será una de esas marcas que dejan huella en la identidad mexicana? En todo caso, ésta sería una de esas cosas que ni con una pizca de magia o buena fe se podría cambiar.
Por: Rolando Ramiro Vázquez Mendoza.
Imagen: Portada del libro "Linaje de brujos", de José Iturriaga.
Mascultura 10-JUN-13