Jorge Luis Borges y su clasificación de los sueños

En todo caso, existen elementos suficientes para asegurar que en los ámbitos del arte y la literatura hay espacios reservados para aquellos creadores fascinados por las incertidumbres de lo onírico, incertidumbres que atraviesan el espíritu de los tiempos y se vuelven fantasmas al acecho, tinieblas que esperan el momento propicio para descomponer lo que la realidad ha ido construyendo a base de ejercicios racionales.

La transcripción de los sueños se ha convertido en todo un género literario en el que vale la pena sumergirse. Para muestra basta adentrarse en el “Libro de sueños”, de Jorge Luis Borges, una antología preparada y publicada por el ciego de Palermo en los años setenta. Con una erudición notable, Borges reúne textos de dos clases: los dedicados a desentrañar la vaporosa naturaleza de los sueños y los dedicados a describir sueños de personas reales o ficticias. En la primera categoría destacan los textos de Joseph Addison —uno de los padres del ensayo inglés— y de Paul Groussac. Para Addison los sueños nos dan una idea de la independencia del alma humana que, desembarazada cada noche del cuerpo fatigado, “agudiza sus varias facultades” y se construye su propia compañía. Así, pues, cuando el cuerpo ya no da más, el alma se divierte con relajaciones y distracciones que nos demuestran que la inventiva es, mientras se está despierto, penosa y tardía y, mientras se duerme, fácil y diligente. Algo parecido piensa Groussac cuando, al hablar también del divorcio periódico del alma y el cuerpo, dice que “el sueño no es el paréntesis de la vida, sino una de sus fases más curiosas, como que nada en el misterio y confina en lo sobrenatural. Por eso los poetas lo entienden mejor que los fisiólogos.”

En la segunda categoría Borges incluye numerosos extractos de obras fundacionales como la “Epopeya de Gilgamesh” y la Biblia y pasajes tomados de autores clásicos y contemporáneos como Homero, Platón —para quien los párpados son los aparatos protectores de la visión dispuestos por los dioses a fin de evitar la huida del fuego interior— Herodoto, Horacio, Plutarco, Quevedo, Góngora, Rabelais, Coleridge, Hawthorne, Charles Baudelaire, Papini, Pirandello y Juan José Arreola.

Sin embargo, lo que más llama la atención de este “Libro de sueños” es el prólogo con el que Borges presenta su antología, pues en él se nos vuelve a revelar la innata capacidad del escritor argentino para diseñar laberintos y clasificar lo inclasificable, facultad que, dicho sea de paso, le fue reconocida por Michel Foucault en las primeras líneas de “Las palabras y las cosas”. En efecto, Borges sienta las bases para una “historia general de los sueños y de su influjo sobre las letras” cuando dice que “esa historia hipotética exploraría la evolución y ramificación de tan antiguo género desde los sueños proféticos del Oriente hasta los alegóricos y satíricos de la Edad Media y los puros juegos de Carroll y de Franz Kafka”. Separaría, además, los sueños inventados por el sueño y los sueños inventados por la vigilia, los sueños diurnos de los nocturnos y los sueños falaces de las pesadillas. Así, pues, es muy probable que al leer la antología preparada por Borges el lector descubra nuevas categorías que ayuden a apuntalar esta hipotética historia del sueño que, sin lugar a dudas, resultará no sólo una delicia intelectual sino un preclaro ejemplo de cómo “el arte de la noche ha ido penetrando en el arte del día”.

Jorge Luis Borges: "Libro de sueños". México, DeBolsillo, 2013, 252 pp. 

Por: Lobsang Castañeda

Imagen: Portada del libro "Libro de sueños", de Jorge Luis Borges.
Mascultura 07-Ago-13