¡Por fin! LAS UVAS DE LA IRA de John Ford
¿Por fin? Es un decir. La película siempre ha estado entre nosotros. Se trata de uno de los grandes clásicos del cine de Estados Unidos, de la cinematografía mundial y un referente obligado para cualquier cineasta no importa en qué año haya nacido o esté filmando. Y sin embrago, después de un largo transitar por el tiempo, ediciones y reediciones, al final y tras muchos cambios, hoy es rebautizada (o bautizada) con su nombre original: Las uvas de la ira. La razón del nombre es sencilla como todo lo bueno y de ahí lo inexplicable de tantos cambios al traerla al castellano.
El jefe de familia, un granjero viejo y cansado, en la gran depresión del campo padecida por Oklahoma a principios del siglo XX, desea una sola cosa para lo que él sospecha sus últimos meses de vida. Lo único que quiere es, por un solo momento, tomar un baño de uvas, su fruta favorita. Quiere frotárselas en la cara, comerlas, bañarse en ellas, olerlas, pisarlas, manosearlas. Un fetiche que al ver su situación -una familia, una ciudad, un pueblo orillado a la pobreza- queda precisamente como eso, un deseo fetichista frente a la abundancia prometida y jamás cumplida.
Desde ahí, desde ese deseo lanzado en una cabaña que apenas tiene muebles para dormir, desde ahí lanza John Ford un discurso visual sublime y completamente inspirado, rabioso contra las políticas del capitalismo voraz de esos años y, curiosamente, para el de nuestros tiempos también. Como toda obra artística, el discurso de la obra es atemporal y universal. Ford lo consigue a golpe de encuadres, usando a la luz como palanca, manipulando las líneas escritas por John Steinbeck en su novela –y que se colaron a la adaptación al cine- dejando que el sufrimiento natural quede plasmado en una de las mejores fotografías que el cine de todos los tiempos haya visto jamás.
Y en medio las actuaciones de Henry Fonda, acomodado en los grandiosos encuadres del director (que contó en la cámara con Gregg Toland), Ford demuestra en la cinta sus extraordinarias habilidades para dirigir a sus actores, cincelando las texturas y demostrando que cada gesto de Fonda, cada rayo de luz, están ahí porque se investigó y se entendió no solamente las consecuencias de una crisis como la que narra Las uvas de la ira, sino también la manera en que su momento fueron retratadas.
Además, en el conjunto, en la familia forzada a la migración, existe un retrato de lo humano, tan fiel y tan sincero, sin ganas de sorprendernos sino con la intención de comunicárnoslo, que conmueve, despierta, nos hace sensibles a situaciones así. En suma, Las uvas de la ira es una obra de arte. La película reúne a un asesino, a un padre que ha dejado la sangre en la tierra, a una chica que cree en el amor y ve que éste se desvanece igual que el famoso sueño americano, igual que la promesa eterna de un futuro mejor, quizá el corazón real de esta historia. Cuenta, además, con una madre desfigurada por los golpes de la vida pero fuerte como las raíces, quien como el pueblo trabajador, mismo al que se acerca con un demoledor discurso final, que estará grabado sin duda en la nave espacial que lleve a la humanidad a un mejor nivel.
Por: Erick Estrada
Imagen 1-2: Fotograma y Portada de la película Las uvas de la ira.
Mascultura 26-Abril-12