Perturbar las buenas conciencias

Nadie escapa de la política. No lo digo yo, sino Edward Said, el intelectual palestino-estadounidense autor de Representaciones del intelectual. Sin embargo, de lo que sí puede uno alejarse es del pensamiento hegemónico, de las políticas oficiales. En otras palabras, disidir sí es posible, aunque no siempre esté permitido. Los casos de disidencia no son escasos en la historia; existen resquicios por los que se infiltra el desacuerdo, aunque quienes se rebelan muchas veces son relegados por la historia oficial.

Se sospecha que a las personas que mantienen la continuidad del statu quo no siempre les gusta hablar de aquellos que les hicieron frente, que con mirada férrea les pusieron un hasta aquí. Un breve y apresurado repaso.
Los años sesenta, por mencionar hechos que nos son cercanos temporalmente, son paradigmáticos en el espíritu del disenso: movimientos estudiantiles, levantamiento de guerrillas, posicionamientos de intelectuales y de funcionarios públicos contra políticas internacionales, así como gobiernos que encabezaron un nuevo periodo con una bandera distinta a la que se mantenía izada desde que Estados Unidos se había aventurado a un nuevo periodo de colonización.

Durante aquel vertiginoso ambiente impregnado por un espíritu de cambio, José Revueltas, escritor y filósofo mexicano, reflexionaba en torno a las ideas socialistas que habían aflorado en Latinoamérica a partir del triunfo de la Revolución cubana.

En sus dos libros Las evocaciones requeridas (i y ii), recientemente reeditados en un solo tomo –el número siete– de sus Obras completas, con motivo de su centenario, Revueltas repasa su vida y se expone a los lectores por medio de cartas, apuntes de viaje, diarios y memorias. En una carta, José Revueltas le solicita su “irrevocable renuncia” al entonces secretario de Educación Pública, Agustín Yáñez, durante el gobierno de Díaz Ordaz, por anomalías en su pago como “empleado del Estado”, después de un viaje que hizo a Cuba para participar como jurado en el concurso que había convocado la Casa de las Américas en 1968.

Pocos meses después José Revueltas será aprehendido y encarcelado en Lecumberri por su activa participación en el movimiento estudiantil que fuera violentamente reprimido el 2 de octubre en Tlatelolco. Cuando inició la década de los años setenta, Revueltas salió de prisión; la mano represora del gobierno encabezado por Luis Echeverría se dejó caer el 10 de junio de 1971, y se intensificó la guerra sucia que cobró la vida de opositores políticos como Lucio Cabañas y Genaro Vázquez.

Hacia el final del gobierno de Salinas, un levantamiento sin precedentes tomó las armas al sureste del país: el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (ezln); en los años posteriores hubo huelgas estudiantiles, levantamientos campesinos contra decretos presidenciales y paros magisteriales. Son los intelectuales, sí, actores importantes en los momentos de disidencia, pero con este breve flashback histórico podemos percatarnos de que es la población civil la que fluye por las venas de los movimientos sociales.

Este espectro es el que se explora y desmenuza meticulosamente en El pueblo ensaya la revolución: la appo y el sistema de dominación oaxaqueño (El Colegio de México), de Marco Estrada Saavedra. En este cuidadoso ensayo, Marco Estrada analiza no sólo el movimiento magisterial que fuera reprimido en junio de 2006, sino la conformación de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (appo), como un “sistema de protesta” caracterizado por la complejidad con las que se enarbolan múltiples factores y actores que impulsan una amplia movilización social: “Concebir a la appo como ‘sistema social’ nos permite tratarla desde la perspectiva de su complejidad sistémica. […] Entre más elementos contenga un sistema, mayor será el número de relaciones posibles que puedan entablarse entre ellos y en su conjunto y, por tanto, más complejidad abrigará el sistema mismo”. Pareciera que nada es suficiente: un demoledor sistema que está programado para resistir cuanta oposición se presente, una maquinaria apabullante construida de medios de comunicación, de cuerpos y mentalidades que resultan en una bestia intimidante.

Sin embargo, al mirar al otro lado, aunque parezca un paisaje desolador, la esperanza de cambio continúa. Como dijera Revueltas: “Caídos no quiere decir lo mismo que vencidos. Atrás de aquel que cae, hay alguien siempre que recoge la bandera y ésta ondeará, tarde o temprano, en el punto más alto de la victoria”. Hay una gran cantidad de gente que reconoce y le hace frente a las múltiples injusticias que padece el mundo.
Dos nombres llegan a mi cabeza: Michel Onfray, filósofo francés, cuyo libro Política del rebelde: tratado de resistencia e insumisión inicia con una anécdota sobre su inclinación anarquista y la oposición al capataz para el que trabajaba.

El segundo es Henry David Thoreau, que escribió: “Todos los hombres reconocen el derecho a la revolución, es decir, el derecho a resistirse al gobierno y negarle lealtad cuando su tiranía o su ineficacia sean desmesurados e insoportables”. Las palabras de cada uno de los aquí mencionados son un vehículo de reflexión. No obstante, fuera de estas páginas hay personas cuya voz no siempre se escucha, aunque se grite; hay manifestaciones que se intentan hacer pasar desapercibidas. La gente inquebrantable también es un fuerte incentivo, un espíritu que solivianta y anima a la desobediencia, a disidir de la injusticia.

Por Rolando Ramiro Vázquez Mendoza

MasCultura 04-abril-17