Lu Schaffer platicó con nosotros sobre su novela ‘La danza del caos’
Jueves 1 de agosto de 2019
R. de la Lanza
Lu Schaffer se estrenó como narradora con una novela peculiar y atrevida, y platicamos con ella sobre el origen y el mecanismo de La danza del caos, así como de sus influencias literarias y sus motivaciones personales.
¿Cómo surgió la novela?
Cuando entré a la facultad de psicología empecé a tener un sueño recurrente: un hombre que aparecía sin cara, sin rostro, sin nada más, simplemente era una sombra y él me cortaba los pies, y se me ocurrió escribir al respecto para ver qué era lo que mi mente me quería decir sobre este personaje. Escribí dos páginas sobre un tipo que iba por la ciudad, sin cara ni nombre, y era muy cruel con las personas. Le pasé ese texto a mis compañeros de la facultad de psicología y los chicos me decían con mucho entusiasmo: “Qué buena persona es, quiero que sea mi amigo”, o “Todos los hombres somos así”. Supe que no lo había escrito bien, no me había quedado lo suficientemente cruel. Lo reescribí remarcando el narcisismo y la falta de empatía. Esta vez se lo pasé a mis compañeras, pero ellas me decían: “Es súper lindo; es un patán pero lo quiero de novio”, o “Es bien atractivo”, y yo no entendía por qué, si yo no le había puesto cara, ni lo había descrito físicamente. Y dije: “Tengo que escribir sobre esto”, y empezó a crecer la novela.
¿En qué sentido son opuestos Marco y Lucerna, además de su rivalidad?
La verdadera dicotomía entre Lucerna y Marco es la de sus realidades: la material, que percibimos a través de nuestros sentidos, es la realidad que percibe Marco. Para él sólo existe eso; él ve a las personas y ve herramientas: serruchos y martillos colgando de las personas. La realidad de Lucerna, es la espiritual, intangible, del significado oculto detrás de cada cosa. Ellos son una metáfora de estas dos realidades.
¿El lenguaje de la novela es reflejo de esta lucha a nivel psíquico?
De hecho sí, el lenguaje tiene una función ahí. Con Marco uso el lenguaje para burlarme de esa adoración, ese ensalce que le damos al narcisismo. Todo ese lenguaje rimbombante es para burlarme de Marco, y en Lucerna es más bien un reflejo de que los sentidos están mezclados. Ella no ve los colores: los escucha y al mismo tiempo los huele y los siente. Cuando acababa de escribir la novela, la llevé con dos editores. Uno de ellos no me quiso decir nada, sino que me llevó a ver algunas personas con trastornos psiquiátricos, con Asperger, con esquizofrenia. A ellos les encantó, porque decían “yo percibo así”. Esas personas tienen ese sentir de las palabras dentro del cuerpo, no es como si me estuviera incendiando, sino que estoy viendo llamas que salen de mi cuerpo.
Has hablado de tu novela como una denuncia.
Hay una denuncia fuerte, sobre lo que está pasando con el medio ambiente. Y no es tanto como un “vamos a reciclar”, “vamos a dejar de usar popotes”, “pobrecitas tortugas”, no. Es hablar de que todo va en un mismo plano: se depreda lo femenino. Lo femenino dentro de las mujeres, de los hombres y de los niños. Lo femenino socialmente es el agua, la tierra, la naturaleza, la sensibilidad humana. Entonces, se depreda todo lo relacionado con lo femenino, porque es vendible, depredable y consumible. De hecho, empecé el libro más o menos cuando se anunció una gran tala de árboles en una reserva del Nevado de Toluca y a mí me pareció increíble que quiten todo eso para construir una pista de esquí. ¿De dónde necesitamos una pista de esquí? También se menciona la trata de blancas, la violencia urbana, las mafias del narcotráfico, la corrupción… Y habla un poco de la indiferencia, de la violencia hacia las mujeres, los niños y un poco hacia esta parte femenina que hay en todo. +