Joker: la subversión del género y la empatía

Joker: la subversión del género y la empatía
9 de octubre 2019
Gilberto Díaz

Al terminar la función y salir de la sala de cine no podía esconder mi impresión, era evidente que durante esas dos horas de intensa zozobra hubo la suficiente conexión con un mundo ajeno a mi realidad, pero que a su vez es latente porque podría ser posible con cualquier persona; pienso, digiero y reflexiono mientras camino a tomar el transporte público, sobre la fragilidad en la que vivimos, en una sociedad enajenada por las nuevas tecnologías de información, la impersonalidad de las redes y la falacia del emprendedurismo que te motiva con un “échale ganas”, pero que bien podría estarnos diciendo, “ráscate con tus uñas, primero tú y después tú”; con cada vez menos contacto social y cada vez más miedo a la intimidad en nuestras relaciones sociales; es entonces cuando encuentro la palabra que lo engloba todo: empatía.

Joker se estrenó el pasado 4 de octubre con una expectativa generada, entre otras cosas, por ser la primera película dedicada únicamente a un villano (posiblemente el más complejo y carismático en la historia del cómic), y en segundo lugar por el buen sabor de boca que dejó la encarnación del personaje en la piel del fallecido Heath Ledger, en contraste con el “Cholo satánico” (como yo suelo referirme) que interpretó Jared Leto hace pocos años; esa expectativa también alimentada por la moral puritana del progresismo que ha predominado en años recientes, y que sin siquiera haberse estrenado, ya la condenaba como una apología del “hombre blanco” heterosexual y resentido, y que por ello merecía repudio.

Nada más alejado de lo que termina por ser una de las historias más estrujantes y reflexivas en lo que va del año; Joker es una película que a primera vista recuerda el cine crudo que se filmara en el Hollywood de los años 70, ya de por si son obvias las referencias y comparaciones a Travis Brickle y Taxi Driver de Martin Scorsese (1976), presentándonos una Gotham City decadente, que bien podría ser New York, Philadelphia o Detroit en esos años, pero también desde el estilo en el color y caligrafía de las tarjetas de créditos y título, con ese amarillo inconfundible, es una película que huele y se siente dentro de ese cine sobre personas moralmente ambiguas e historias mas apegadas a una realidad tangible.

En Joker hay mucho de la obra de Sidney Lumet, sobre todo por ese tercer acto que es un tributo a Network (también de 1976), pero también porque en ella hay mucho de Serpico (1973) y Dog Day Afternoon (1975), dónde sus protagonistas son personas desesperadas dentro de una sociedad que constantemente los vapulea hasta llevarlos al límite. Incluso el aire de desesperanza y autoengaño de Arthur Fleck, también se asemeja al de Burt Lancaster en la cinta Atlanthic City de Louis Malle (1981).

Pero si hay una película que debo mencionar como un referente innegable en el espíritu de su historia, esa es Unforgiven de Clint Eastwood (1992). Ya que Joker en sí misma, es una deconstrucción del mito en el cine de superhéroes (o en este caso de la mitificación megalómana de los villanos), y así como en su momento el western ganador del Óscar de Eastwood plantea una historia divorciada del romanticismo épico del género del viejo oeste para mostrarlo con un realismo crudo; asimismo lo hace Joker al presentar de manera realista la espiral en descenso de una persona que hace su mejor esfuerzo por encajar en una sociedad que lo invisibiliza o que no deja de golpearlo por ser quien es, hasta que termina por explotar.

Siempre he creído que si una película, es capaz de dejarte pensando en ella mucho tiempo después de haberla visto, es porque finalmente dejó en ti su impresión más profunda y un aprendizaje que difícilmente podrías soltar, y al final creo que es a lo que se refería Martin Scorsese en su crítica al cine de superhéroes, al decir que el cine son (o deberían ser) historias de “seres humanos intentan transmitir sentimientos o experiencias psicológicas a otros seres humanos”, porque Joker te deja en ese punto de reflexión, tratando de entender la realidad de otros e intentando ser un poco más empático a la vez.+