El guardián de la tierra media
23 de marzo de 2020
Gilberto Díaz
Christopher Tolkien falleció el 16 de enero de 2020. A primera vista, sólo parecería que él tenía la virtud de que historias maravillosas corrieran por su sangre; sin embargo, también fue el editor de la obra póstuma de su padre J.R.R. Tolkien; le debemos la expansión de los conocimientos que hoy tenemos sobre La Tierra Media, su mito y filosofía, y prácticamente que el trabajo del creador de El Hobbit haya mantenido su vigencia hasta nuestros días. Él construyó las bases del desarrollo de la mitopoeia para la literatura fantástica (y de ciencia ficción) de la actualidad, a partir de las anotaciones que dejó su padre, sumándole posibilidades infinitas.
Siendo el tercer descendiente del autor y académico de Oxford, Christopher Tolkien fue el que se familiarizó más con el inquietante universo nacido de la obra de J.R.R., quien le narraba las aventuras de Bilbo Baggins a la menor provocación. Alguna vez, a partir de esta complicidad, Christopher, siendo un niño, llegó a señalar algunas incoherencias que encontraba en las narraciones: desde las formas y colores de las puertas de La Comarca, hasta los nombres y descripciones de personajes que reaparecían en cada relato. Esto propició que el autor tomara muy en cuenta las observaciones de su hijo; durante el proceso que llevó a la redacción de El Hobbit, le daba “un penny” por cada corrección. De esta forma, nació la vocación que ejerció Christopher Tolkien, indefinidamente.
Así, el hijo del famoso J.R.R. Tolkien, se convirtió, ya en su adolescencia y durante quince años, periodo que tardó el autor inglés en dar forma a la trilogía de El Señor de los Anillos, en un crítico confiable y apasionado. Incluso, llegó a realizar correcciones a distancia, mientras cumplía funciones militares en los eventos de la Segunda Guerra Mundial. También se ocupó, minuciosamente, de las revisiones de los mapas de la Tierra Media, para evitar inconsistencias. Fue en 1970 cuando se dedicó a realizar un análisis definitivo de la obra.
Fotografía navideña de la familia Tolkien tomada a finales del siglo xix.
Cabe mencionar que Christopher fue invitado por su padre a integrarse al grupo de discusión literaria conocido como los Inklings, que se reunía todos los martes por la mañana en un pub de Oxford llamado “The Eagle and Child”; en las reuniones participaban catedráticos relacionados con la Universidad y algunos autores, entre ellos Charles Williams, C.S. Lewis y el propio J.R.R. Se realizaban lecturas y revisiones de los avances de los textos que cada uno de los miembros trabajaba en ese momento. Pero la motivación principal era valorar y dar impulso a la escritura del género fantástico.
Participar en estas tertulias, donde la mayoría de los asistentes se dedicaban a estudiar e impartir clases en la universidad, como expertos de alguna rama de la lingüística, la teología o de la historia antigua y medieval, tal vez fue un factor importante para entender, ya con la madurez de un adulto, la profundidad del mito de La Tierra Media como construcción, surgido en la imaginación prolífica de su padre.
El 2 de septiembre de 1973, John Roland Reuel Tolkien falleció a los 81 años, dejándole a Christopher el legado de su obra literaria —la publicada y la no publicada—. Mucho tiempo antes de morir, J.R.R. había estado preparando un libro sobre la historia de la Tierra Media: el origen del conflicto en sus narraciones; obra que algún editor decidió rechazar por no tener hobbits que encantaran a los niños. Entonces, con la responsabilidad en sus hombros, publicar El silmarillion se convirtió en la prioridad heredada a Christopher Tolkien.
Reunió material de los escritos más antiguos de su padre para completar el libro. Pero en algunos casos, esto significaba que debía escribir material completamente nuevo, respetando la ideas y el tono del pensamiento propuestos. Tuvo que resolver algunas inconsistencias en la narrativa de los textos; mucho se cuenta que el trabajo para reunir todas las anotaciones del estudio de su padre se convirtió en un ejercicio arqueológico, dada la cantidad de notas, libretas y demás apuntes acumulados por más de cincuenta años. J.R.R. Tolkien había comenzado con la idea de El Silmarillion en 1914 y darle orden a tanto material no fue nada fácil.
Entre las notas, Christopher Tolkien descubrió el origen de muchos de los componentes filosóficos y teológicos del trabajo de su padre, desde la naturaleza del mal en el mundo de La Tierra Media hasta el surgimiento de los orcos y las costumbres de los elfos. La constitución de un mundo con su propio sistema estelar, morfología y reglas naturales.
Tratar de mantener una consistencia con lo ya establecido en El señor de los anillos fue una tarea que involucró otras manos para llenar los vacíos, Christopher esperaba poder concluir la obra de J.R.R basándose en las anotaciones que este dejó en sus últimos años de vida, pero al no contar con la suficiente información, terminó recurriendo a textos todavía más antiguos; algunos de ellos, incluso, ya no se encontraban en posesión de la familia.
Fue importante la colaboración que le brindó el escritor canadiense de literatura fantástica Guy Gavriel Kay, entonces estudiante universitario, quien lo asistió en la organización de fragmentos y esbozos, dando como resultado final la primera edición de El Silmarillión, que sería publicada en 1977. A este trabajo siguió el de Los cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media: una compilación enciclopédica, en 12 volúmenes, que detalla explicaciones sobre el proceso creativo de J.R.R. Tolkien, así como crónicas y relatos del autor que complementan la comprensión sobre el mundo y la cosmogonía de las distintas razas habitantes de dicho lugar.
Christopher dedicó gran parte de su vida a editar las historias de su padre y con eso nos regaló un universo mucho más complejo que el de una simple narración de aventuras con seres míticos e imaginarios. Su labor permitió que la obra del genial Tolkien no quedara inconclusa. Sin ese amor por el mito, jamás habríamos descubierto las posibilidades de tantos mundos imaginarios y la construcción de tradiciones y leyendas que ahora pertenecen a todos sus lectores.
La labor editorial de Christopher Tolkien ha sido monumental, un ejemplo para autores y editores del género fantástico. Su empeño sentó precedentes; así, Brandon Sanderson pudo concluir la saga de La rueda del tiempo tras la muerte de su autor Robert Jordan, o el universo creado por Frank Herbert en la épica espacial Dune, pudo ser continuado por su hijo Brian en una serie de precuelas basadas en notas póstumas. También podemos decir que el Universo Expandido de Star Wars no hubiera sido posible sin el entusiasmo que causa a los fanáticos el ver que es posible contar diversas variaciones sobre el mismo tema sin perder la coherencia; por supuesto, respetando el corazón de la historia original.
Porque, finalmente, los editores se convierten en guardianes y protectores celosos de la esencia del autor y sus creaciones.+