Circe: La transformación última de la hechicera

Circe: La transformación última de la hechicera
4 de octubre 2019
Claudia Posadas 

La medievalista Victoria Cirlot señala dos tipos de hadas, seres míticos protectores de la naturaleza, equivalentes a las ninfas de la mitología griega: la melusiniana y la morganiana. La primera, inspirada en la serpentiforme Melusina, por afecto a lo humano se incorpora al mundo terrenal; la segunda, bajo la impronta de Morgana, pierde al hombre en el valle sin retorno. Circe, una ninfa, hija del titán Helios y de la náyade Perse, corresponde a ambas categorías, dualidad que le permite trascender su índole y rehacer ella misma su destino. Deidad considerada por su casta divina como menor, por no poseer el esplendor de su padre Sol ni la belleza de su madre o la perspicacia, soberbia y maldad de los suyos, y por su inusual aprecio a los mortales, es relegada, como si fuese una larva, de su mundo y sus afectos; sin embargo, encuentra sus más altos dones y su naturaleza última, primero en la destrucción de los hombres y su transformación en cerdos, y luego en el amor a la estirpe mortal.

Cuestionadora de sus órdenes, cultiva el arte del encantamiento, que comparte con sus malignos hermanos Eetes —el padre de Medea—, Pasífae y Perses, y logra convertirse, como si fuese mariposa, en una Monarca, en una Diosa Hechicera que desafiará a su ámbito deífico en una rebelión final, íntima pero soberbia. Circe representa, entonces, el poder de lo femenino que por generaciones ha sido subestimado, aunque en el fondo significa una potencia oculta que madura en el rechazo de los demás y que es capaz de cambiar el rumbo de civilizaciones, como en el caso de Malintzin, o de construir nuevos mundos, como fue con María Magdalena.

Así, la nueva novela de Madeline Miller (Boston, 1978), Circe (AdN), Premio Goodreads 2018 y finalista del Women’s Prize, es “una celebración de una fuerza femenina indómita en un mundo de hombres”, además de que es una excelente reescritura del mito de Circe, al develarnos las corrientes hondas de lo humano-divino de este personaje, y contarnos una historia desde su perspectiva que crea y alimenta, sin dejar cabos sueltos, los cauces narrativos entrevistos en las mínimas apariciones de Circe en la Odisea de Homero (Gredos).

La autora, especialista en mitología grecolatina, maestra de griego y latín, sabe lo que hace, pues ya nos había demostrado su talento en La canción de Aquiles (Suma), Premio Orange 2012, sumándose a grandes reinterpretaciones de clásicos en voz de personajes femeninos invisibilizados como Lavinia (Minotauro, 2008), de Ursula K. Le Guin, protagonizado por esta esposa de Eneas y a quien Virgilio apenas menciona y Penélope y las doce criadas (Salamandra, 2015), de Margaret Atwood, que examina la historia de Odiseo desde la mirada de Penélope.

Descarriada, maldita, bruja, tal como inculparon, en su juicio, a Juana de Arco, Circe, como la mujer libre que es y que debe cargar con esa clase de descalificaciones surgidas de la incomprensión y del miedo de la sociedad al poder de la feminidad, simboliza el proceso de empoderamiento de lo femenino que apenas se ha abierto lugar en la civilización. La Circe de Miller, ya que mantiene sensibilidad humana, rechaza el mundo de los dioses quienes, con la soberbia intrínseca que implican sus poderes y su inmortalidad, y con su ansia de ser adorados y temidos, destruyen ciudades, generaciones enteras de mortales a placer, y están inmersos en sus perversiones y rivalidades.

El proceso de Circe se desata cuando tiene oportunidad de conversar con un torturado Prometeo, y preguntarle sus motivos para haber desafiado a Zeus y haberles dado el fuego a los humanos, que les era prohibido. Bajo esta impresión, comienza su rebeldía y así descubre el poder de los pharmaka, “flores amarillas que brotan de la sangre derramada de Cronos y que hacen que las criaturas cambien a su forma auténtica” y, como Prometeo, retando las leyes divinas, ella, una diosa menor, una mujer, transforma en dios, para ser amada por siempre, al pescador Glauco, su primer amor mortal, y posteriormente, presa de celos, a la ninfa Escila en un monstruo, al saber que era la elegida por el Glauco dios, y no ella, para ser su esposa.

Dioses titanes y olímpicos, rivales eternos, mantienen una precaria paz, y el desafío al Olimpo que implican las artes de Circe —a los dioses no les agrada un poder que no pueden controlar— significaría de nuevo la guerra, por lo que Zeus exige un castigo. Descubiertos los poderes hechiceriles de los hijos de Helios, el peso recae en la infestada Circe y es condenada al exilio eterno en la isla de Eea. Pero la isla contiene un secreto: fue allí “donde Helios se alió con Zeus y derramó sangre de titán”.

Ya en soledad, Circe se descubre perteneciente a la heredad de los pharmaka. Cultivando, decantando, destilando hierbas y flores, perfeccionando pócimas, da con Moly, que al igual que los pharmaka, creció del fluido vital, en este caso de aquel titán que inmolara Helios, y descubre su virtud, la apotrope, o “la capacidad de poner en fuga todos los males”, por lo que termina de empoderarse y se convierte en la Gran Pharmakís (hechicera).

Como se dijo, los cauces se van cerrando y las historias y tramas de diversos personajes clásicos son desarrolladas por Miller. Así, asistimos al drama de Dédalo, el segundo amor humano de Circe, quien se culpa de haber participado en la forja del Minotauro, un monstruo —la diosa hechicera también se responsabiliza por haber creado a Escila—, al entramado fatal del hilo de Ariadna, y a la tragedia de Ícaro, hijo de Dédalo.

También observamos las motivaciones de Medea, sobrina de Circe, y los motivos verdaderos de la transformación en cerdo por parte de la Hechicera de todo hombre que pisa Eea.

Pero, ante todo, se ahonda en su relación con Odiseo, su tercer amor mortal, quien llegó a su isla después de la guerra de Troya, y con quien tuvo secretamente, toda vez que éste partiera a Ítaca, a su hijo Telégono, quien, al crecer, quiere buscar a su padre con la negativa de su madre, quien había hecho todo, incluso pactar con el Trigón, mortífera divinidad de las profundidades marinas, por protegerlo de la diosa Atenea, quien amaba a Odiseo y deseaba, por un sino secreto de las Moiras, la muerte del joven. Y es así como, fuera de Eea y de la  protección materna, al llegar a Ítaca, Telégono mata accidentalmente a Odiseo.

Lleno de culpa, Telégono lleva a Penélope, esposa de Odiseo, y a Telémaco, hijo de ambos, a la isla de Eea y, en las interacciones entre Penélope y Circe, sólo imaginables en la urdimbre de Miller, se consolidan los telares del conflicto que llevará a Circe a liberarse de su exilio y al paraíso mortal de su último amor humano, Telémaco.

Circe es humana en el fondo, pero oculta la soledad profunda de no pertenecer al mundo divino. Asimismo, pese a su voluntad de destrucción de los hombres, regresa a ellos.

Es Magdalena y Malintzin, es decir, el poder de la diosa ancestral que debe convertirse en Nadie para resurgir de sus cenizas, y crear, tal como se lo aconsejó el Trigón, un mundo nuevo, no sin antes rescatarlo de los monstruos que Circe había creado, y es así como, justo con el veneno del Trigón, mata a Escila y se libera a sí misma y a Dédalo de esa culpa.

Al final, Circe es una Melusina despojada de su forma de serpiente, y una Morgana liberada de su fatalidad, en tanto el asesinato de Odiseo fue por su misma culpa, no así el de Arturo a manos del hijo que tuvo con Morgana, Mordred, que fue por odio y ambición. Así, Circe no carga con la caída de Ítaca como sí Morgana con la de Camelot.

Ya libre y purificada, Circe vuelve, como la más magnificente de las pharmakís, a su naturaleza auténtica, en un acto de autoconcilio y de rebeldía última a los dioses, pero más viva e inmortal que ellos, muertos en su inmortalidad, al dar cumplimiento al mayor albedrío que pueda tener una deidad: renunciar definitivamente a su estirpe.

Circe es una obra escrita con tal imaginación, fluidez y maestría, que no es necesario saber de mitología griega para disfrutar el libro, que merece el reconocimiento que ha recibido. Enhorabuena, Madeline Miller. +