Metal: la herida permanente del estruendo

Metal: la herida permanente del estruendo

13 de noviembre de 2020

Iván Nieblas

Es probable que en la historia de la música moderna no haya otro género tan menospreciado y amado al mismo tiempo como el Heavy Metal. A 50 años de su aparición, es una de las pocas formas musicales que se mantienen vivas y en constante evolución. Es algo parecido a lo que ocurre con el Jazz y el Hip Hop en cuanto a su longevidad y relevancia.

De acuerdo con el reporte de la International Federation of the Phonographic Industry (IFPI) de 2019, el Heavy Metal se ubica en el lugar 8 entre los 10 géneros musicales más populares que se escuchan en el planeta. En el mismo reporte se señala que en México -país donde domina la música regional y el Pop en todas sus variantes- el Metal ocupa el décimo lugar de las preferencias entre los consumidores de música. Aún más, cuando se revisan los calendarios mensuales de años previos al 2020, queda uno sorprendido al advertir que la cantidad de conciertos metaleros, sólo en la Ciudad de México, sobrepasa por mucho la oferta de géneros que gozan de mayor popularidad.

El Metal, música y vanguardia

Para disgusto e incredulidad de muchos, el Metal cambió la historia de la música, tomando aquello que se consideraba poco deseable y usándolo como una nueva forma de expresión artística.

A lo largo de la historia de la música grabada y los primeros conciertos, los artistas dependían de sus capacidades físicas. Se requerían fuertes pulmones para cantar, instrumentos con grandes cajas de resonancia (o varios de ellos) para lograr el volumen que se necesitaba para llenar los distintos lugares en los que se presentaban. El volumen es una característica fundamental en la expresión musical. Con el paso del tiempo y el desarrollo de la tecnología, la electricidad se convirtió en una aliada de gran utilidad.

De la mano de la invención de las primeras guitarras eléctricas, llegaron los amplificadores, los cuales eran necesarios para que los guitarristas no quedaran sepultados debajo de toda una orquesta. Sin embargo, guitarras y amplificadores tenían limitaciones. Fue a partir de la frustración que surgiría un elemento fundamental para el nacimiento del Metal: la distorsión.

Se cuenta que Dave Davies, guitarrista de los Kinks, intentaba grabar una idea que tenía rondando en la cabeza. Se sentía molesto al no lograr que su pequeño amplificador Alpico le proporcionara el sonido que estaba buscando. Enfurecido y frustrado, sacó su navaja y apuñaló el cono de la bocina varias veces, como si quisiera matarlo. En consecuencia, el pequeño amplificador herido cobró una fuerza hasta entonces inaudita. Los simples acordes que ejecutaba Dave Davies en la canción “You Really Got Me”, sonaban ahora monumentales, enriquecidos y electrizantes, gracias a la distorsión de esa bocina apuñalada.

Hasta ese momento, la distorsión no era un elemento deseable en una grabación; representaba el desorden de las ondas sonoras, el ruido. Entonces ¿por qué alguien querría provocar una distorsión intencional en su música? Pues porque otorga potencia y energiza los sentidos.

El poder auditivo de la distorsión representa, simbólica y físicamente, un desafío al orden establecido (social o musical). La distorsión y el volumen alto dan constancia de la presencia del individuo ante el mundo, provocando una herida profunda en las moléculas del aire.

The Kinks

Dave Davies, padre de la distorsión

A partir de ese punto, algunos músicos se interesaron en las capacidades de la distorsión y buscaron maneras de controlarla mediante amplificadores más grandes y usando pequeñas cajas de efectos, como los primeros pedales de fuzz.

La distorsión y los que vinieron

La distorsión se convirtió entonces en el sonido de la rebeldía, de lo contestatario. Así lo demostraron sus primeros usuarios, quienes encabezaron la creación de nuevos géneros que romperían los paradigmas de su época. Dick Dale, el famoso precursor de la música Surf, la usa en su más grande hit: “Misirlou”. Link Wray, autonombrado el “Padre del estruendo”, la utilizó en la monumental “Rumble”. Los Beatles comenzaron a emplearla en “I Feel Fine” y volverían a hacerlo en temas como “Helter Skelter” y “Revolution”, consideradas por muchos como las semillas del Metal. Por su parte, los Who elevaron el nivel con el himno de la brecha generacional: “My Generation”.

Los Rolling Stones, con la ayuda de un pedal fuzz, le dieron vida a un riff que le había llegado en un sueño a Keith Richards, logrando que ese sonido distorsionado y poderoso fuera el llamado más emblemático de la rebeldía juvenil en “(I Can’t Get No) Satisfaction”. Jimi Hendrix llevó la distorsión a otro nivel al esforzarse para que la guitarra dejara de sonar como tal y se convirtiera en un instrumento nuevo.

Para mediados de los sesenta e inicios de los setenta el volumen y la distorsión se manejaban con gran maestría. Incluso existía una camada de grupos que parecían competir para convertirse en la banda más ruidosa de todas, como Vanilla Fudge, Iron Butterfly, Humble Pie, Led Zeppelin, Deep Purple, Blue Cheer y Gran Funk Railroad. A estas agrupaciones se les comenzó a definir con el término: heavy.

¡Qué heavy!

La “pesadez” se vio reforzada con otro recurso: la teatralidad. Algunos artistas, como Screamin Jay Hawkins y Arthur Brown, echaron mano de atuendos estrafalarios, disfraces y maquillaje exagerado junto con elaboradas escenografías y pirotecnia para impactar al público, algo que con el tiempo se denominó Shock Rock.

Aunque la música de aquellas bandas era ensordecedora y su apariencia causaba rechazo entre ciertos oyentes, sus temas versaban sobre amores, fiestas y frustraciones propias de la juventud. Pero aún hacía falta incorporar el elemento de peligro/amenaza y el comentario social para que naciera el Metal.

No olvidemos que los jóvenes de los sesenta estaban sumergidos en el ácido lisérgico y utopías de fraternidad. Sin embargo, a finales de esa década el panorama en Estados Unidos comenzó a ensombrecerse con los asesinatos de la familia Manson y el violento festival de Altamont, encabezado por los Rolling Stones. En Inglaterra las cosas tampoco eran muy agradables, especialmente en la región industrial de Birmingham, una sombría zona metalúrgica, muy alejada del entonces colorido centro londinense.

En este panorama surgió Black Sabbath y con ellos el Heavy Metal obtuvo su certificado de nacimiento. Todo gracias a su canción “Black Sabbath”, de su primer álbum homónimo, lanzado en 1970. La canción narra la tétrica historia de alguien que se da cuenta que ha sido elegido por fuerzas malignas para ser sacrificado y complacer a Satanás. El asunto sonaba como una película de terror de Mario Bava. El riff que le da vida utiliza el llamado “intervalo del Diablo” −Diabolus in Música−, una secuencia de tres tonos que en una época estuvo prohibida.

Screaming Jay Hawkings

Arthur Brown

Black Sabbath y un joven Ozzy Ousborne (der.)

Black Sabbath desafiaba el optimismo hippie y a la sociedad conservadora, plantando los pies con botas de hierro sobre el horror de la realidad cotidiana que alimentaba las pesadillas. Ocultismo, apariciones diabólicas, suicidio, la esclavitud de la drogadicción, críticas a la religión organizada, al poder militar y a la guerra nuclear fueron algunos de los temas con los que Black Sabbath comenzó a distinguirse del resto de las bandas pesadas. A partir de su segundo álbum, Paranoid, el grupo marcó la pauta a seguir y certificó la validez del Heavy Metal como una nueva forma de crear música.

Así se forjó el Metal

Si Black Sabbath sentó el estándar sonoro, la otra banda que se considera pionera del género, Motörhead, le sumó la actitud rebelde y bravucona propia del Punk. Su líder, Lemmy Kilmister, personificaba la esencia del Heavy Metal. Una voz áspera que se expresaba a gritos -como lo había hecho Little Richard en su momento-, un bajo distorsionado con volumen ensordecedor, y una actitud nada complaciente y derrotista.

En ese momento, el término Heavy Metal era elusivo. Los propios músicos de Black Sabbath y Motörhead no comprendían a qué se refería. Para sus estándares sólo tocaban Rock and Roll a volúmenes atronadores. El escritor William S. Burroughs había usado el término en un par de novelas. En una de ellas, The Soft Machine, de 1962, encontramos a un personaje llamado Uranian Willy, alias “The Heavy Metal Kid”. Otra referencia la encontramos en Nova Express, de 1964, en la cual el “Heavy Metal” eran las drogas que usaban los personajes.

Logo de Mötorhead

Lemmy Kilmister

El grupo Steppenwolf, creadores del hit “Born to be Wild” mencionaba en su letra el “heavy metal thunder”, en referencia al rugir de los escapes de las motocicletas.

Las primeras bandas en asumir oficialmente el calificativo y el sonido del Heavy Metal fueron Iron Maiden y Judas Priest, quienes uniformaron a sus seguidores con ropa de cuero, estoperoles y una música que, a diferencia de sus predecesores, no tenía un solo elemento del Blues. Era, en pocas palabras, un sonido completamente nuevo. A partir de 1980 el Metal ha estado presente en el espectro sonoro del planeta hasta el día de hoy.

El villano de la película

Pese a que nunca ha sido el género preferido de los medios ni del público masivo -excepto por ese breve pasaje a mediados de los ochenta con la explosión del Hair/Glam Metal-, el Heavy Metal cuenta con una descomunal legión de seguidores alrededor del mundo. Esto podría explicarse por su carácter opositor, por estar contra los valores establecidos por el gobierno, la religión y los medios. Enarbolando la famosa frase de Marlon Brando en la película The Wild One, cuando le preguntan “¿contra qué te rebelas?” y responde: “¿qué es lo que ofreces?”.

El Heavy Metal es el villano de la película. En ocasiones, cuando los gobiernos y los representantes de la moral fallan en sus compromisos con la sociedad que dicen defender y representar; cuando la tragedia mancha sus curules y púlpitos, el Metal ha sido el chivo expiatorio, el blanco fácil, el antagonista que ha podrido a la inocente juventud.

El Metal se rebela contra todo. Es la antítesis del Pop. No quiere complacer; busca destruir. Incluso el Metal está en constante rebelión contra sí mismo, gracias a lo cual ha podido reinventarse a lo largo de los últimos 50 años.

Es una ceremonia de opuestos y extremos. La Nueva Ola del Metal Británico era la respuesta a la explosión del Punk. El Thrash Metal se oponía rabiosamente a la escena superflua del Hair/Glam Metal.

El Death Metal y el Grindcore implantaron la medida de los extremos, retando a los otros géneros por el cetro de la banda más brutal y ultra pesada o la más ruidosa y veloz. El Black Metal echó mano del satanismo y las religiones paganas para oponerse al mundo entero, y desacreditar todo aquello que no viniera de su círculo exclusivo, llegando incluso a cometer crímenes reales. En oposición a la crueldad del Black Metal, el Power Metal se enfocó en las canciones épicas, de aventuras fantásticas que exaltaban la nobleza y el valor, con melodías sinfónicas, operísticas e incluso progresivas.

En resumen, el Metal es un estandarte del constante desacuerdo con los valores caducos de la sociedad establecida. A pesar de ser constantemente despreciado, nos atrevemos a afirmar que cumple una importante función social: ofrece una válvula de escape, una explosión de energía en un ambiente controlado. Si no existiera el Metal, ¿qué sería del mundo con esos millones de adolescentes marginados, furiosos y frustrados? Probablemente habría más tragedias de las que hoy podemos contar. +