Existe una ‘cultura moronga’: Castellanos Moya

Existe una ‘cultura moronga’: Castellanos Moya

Tras huir de El Salvador con una nueva identidad después de la guerra civil, ha logrado pasar desapercibido durante años en Estados Unidos. Ahora debe dejar atrás Texas y empezar de nuevo en Wisconsin, donde un antiguo compañero de la guerrilla le ha conseguido una habitación amueblada en la ciudad universitaria de Merlow City y un trabajo de conductor de autobús escolar.

Es el argumento de Moronga, la nueva novela de Horacio Castellanos, con quien platicamos en entrevista exclusiva.

+C: De seguro esta pregunta te la han hecho bastante: ¿Por qué titular a tu libro Moronga?

HC: “Moronga” es una linda palabra sonora, llena de significados. Morcilla, pene, paliza, golpiza. Un personaje secundario de la novela, pero importante, en cuanto que une a las dos partes y es el cierre. La novela se llama Moronga, como el personaje, que es muy simpático o desagradable, como se le quiera ver. Es un tipo que parece moronga. Es decir, es un tipo pequeño, rellenito, prieto, lleno de acné, y es un pescador guatemalteco que salía a pescar y de pronto, las lanchas rápidas del narcotráfico colombiano, cuando los helicópteros de la DEA los van siguiendo y tiran las cargas de cocaína al mar bien protegidas. El tipo era uno de los pescadores que comenzó a recogerlas, y entonces, el narco, recluta una flotilla de ellos y se convierte en el tipo más importante de esa flotilla y hay un momento que como todo hombre ignorante y alucinado, se la cree y deja de trabajar para el cártel de Sinaloa y cree que puede hacer el suyo, y ahí comienza su problema. Este personaje para mí es muy importante porque refleja lo que yo llamaría una cultura moronga, una cultura sangre de cerdo. Es un tipo que se mueve en un mundo sin escrúpulos, de crimen, de vendetta, donde las leyes no existen. Donde ciertos criterios y principios morales que rigen nuestras vidas, no existen. Desde antes de escribir la novela, tenía el nombre.

Esta novela nos lleva por diferentes escenarios. ¿Cómo fue la construcción de estos escenarios?

La novela sucede básicamente en un pueblo inventado que se llama Merlow City, en el Middle West, en Wisconsin. La primera parte, la de Zeledón, sucede ahí. Es un retrato de un pueblo estadounidense pequeño, un pueblo como todo college stud, es decir, “un pueblo chico, infierno grande”. Pero también sucede en Washington y en Chicago, que son ciudades que he visitado. Nunca he vivido en ninguna de las dos, visité Chicago para buscar las locaciones que necesitaba para la novela, y a Washington ya había ido.

¿Qué es lo más complicado de que estos personajes no sean originarios de los lugares en donde se desarrolla la historia? ¿Qué tan complicado es ser un extraño en otra tierra?

Es complicado al principio en cuanto a experiencia personal, porque una cosa son experiencias y otra cosa son los personajes. Yo salí de El Salvador muy joven y estoy acostumbrado a ser errante, a no tener lo que los estadounidenses llaman home, y que nosotros decimos hogar. Para mí eso no existe. Home es el lugar en donde pasas las crudas, ¿no?, pero yo salí muy joven. Estos personajes tienen una característica distinta, y es que llegan ya muy adultos a Estados Unidos. No tienen flexibilidad. Creo yo que, como todo en la vida, asumir un nuevo estilo de vida, cambiar una cultura, cambiar de costumbres, tiene que ver con cuán viejo es uno, si no en edad, en el alma, porque tiene que ver con la flexibilidad que uno tiene para adaptarse, para comprender y hacer el switch o el wave, como dicen aquí e írsela llevando, y a los personajes les cuesta mucho porque son personajes que a sus 50 años ya vienen formados. Ya no es tan fácil remoldear.

Aparte del protagonista, hay un personaje que viene del pasado, de otra historia: Aragón.

Los dos personajes vienen de otras dos novelas. Aragón tiene más presencia porque estuvo en el sueño del retorno y era el personaje principal. Con Aragón comencé a escribir porque es la segunda parte de la novela porque tiene una voz, una manera de ver el mundo, un aliento de la anterior novela y sentía que no se me había agotado. Hoy, por ejemplo, lo siento agotado, pero sentía que no estaba agotado, que todavía yo podía hablar con esa voz como personaje y arranqué con él, poniéndolo veinte años después porque El sueño del retorno sucede en 1991 y Moronga sucede en el 2010, y esos diecinueve años más tarde no implicaban un ejercicio de reconstrucción del personaje en cuanto a profundización de sus tics o de rasgos de carácter. Zeledón es un personaje nuevo en cuanto a tratamiento, pero ya había salido en La sirvienta y el luchador, donde tiene 19 años. Es un chico que está en la universidad en su segundo año de Ingeniería y entra a la guerrilla a los comandos urbanos a comenzar a ejecutar gente, a hacer operaciones clandestinas por un sentido de aventura, no porque tenga ideología, no. Eso no es importante para él, como entra a la guerra, solamente uno entra a las guerras por un gran pensamiento, cuando uno es joven uno entra por los amigos, porque los amigos están en el mismo bando que uno, porque le matan a uno a un amigo del colegio, del barrio o de la universidad y entonces, uno ya se involucra. Zeledón ya venía de ahí y lo pongo 30 años después, ya derrotado. Son personajes que vienen de atrás, no es que sean otros, pero sí es otra vida la que cuentan.

¿Cómo es convivir con personajes que has creado durante tantos años?

Es un poco delicado y arriesgado uno padece lo que Elías Canetti llamaba “el viaje de retorno”. Algunos me dicen: ¿Aragón es tu alter ego. ¡Cuál alter ego! Yo no me siento Aragón. Para meterme en Aragón, es el personaje que más me cuesta porque le pongo mi estatura, le pongo mi forma de ser, pero todo lo demás es su locura, y cuando me meto en esa locura y la termino, comienza “el viaje del retorno”. Volver a quien soy. Yo no soy Aragón, pero cuando lo estoy escribiendo, si yo no lo soy, sobre todo en primera persona, es muy difícil que lo desarrolle, y el viaje del retorno es difícil porque vuelves a ti y lo haces cansado, vuelves un poco desequilibrado porque has hecho un esfuerzo mental por crear una psiquis porque para mí no es sólo una descripción física, no es una descripción de personalidad, es una psique con su emocionalidad y con eso, el regreso cuesta. Vuelves como destanteado, te agotas mucho.

Escribir de cualquier guerra, cualquier conflicto, es complicado.

No me planteo las novelas a partir de un recurso externo, de un tema externo o de una situación externa. “La guerra”, “La violencia” o “Un tema de familia”, no. Yo escribo novelas porque son cosas que tengo por dentro, porque hay una emoción primaria, y esa emoción primaria me permite o me impulsa a escribir una obra y esa obra puede tener la guerra en primer plano, en segundo plano o puede no tenerla, puede estar muy atrás, como tirando memorias. No hay guerra, no la planteo a partir de eso, me la planteo a partir de las pasiones primarias de los personajes.

Hablando del contexto actual, también tristemente la violencia en la sociedad está muy presente en esta época. ¿Crees que lleguemos a un punto final?

Habría que acabar con el hombre, la violencia es innata al hombre, al ser humano. Corrijo diciendo “al ser humano” ya que ahora ya no se puede decir “hombre”, por corrección. Tenemos un componente interno de violencia. En un proceso civilizatorio tenemos que controlar ese componente de violencia. Entre más nivel de civilización tenemos, tenemos más mediaciones para no expresarlo. Cuanto más débil es el componente de civilización, más lo expresamos, entonces es más fácil destazar a la gente, matarla. No necesitas ser pobre o rico, tú ves a este príncipe de Arabia Saudita que mandó a destazar a un periodista, con toda la educación de Cambridge que pudiera tener; la cosa es más complicada, la violencia es más complicada. +