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EL LUCHADOR, la sinfonía del perdedor

La sangre se mezcla con el sudor y el resultante es un líquido viscoso con sabor a derrota. Las pupilas se dilatan de dolor y ni el aroma más fresco hará que el tufo a noche amarga se disipe, o por lo menos deje de estar ahí siempre, cuando el sol se pone y hay que quitarse la camisa para subir a pelear. La vida de un luchador es dura, como la lona en que azota la espalda insistentemente, como el cráneo del contrario, que no se raja por más frustración que uno arroje contra él. La vida del luchador es dura como el machete que, en su otro trabajo, ese peleador empuña para deshuesar pescado.

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