Yo nomás tengo esta esquina: Tijuana

Yo nomás tengo esta esquina: Tijuana

15 de diciembre de 2020

 Jesús Pérez Gaona

Por lo que he leído puedo suponer que Luis Humberto Crosthwaite es un cuentista, esencialmente. Aunque a veces, más que un cuentista, escribe como un poeta flechado, hondo, azotado. Imagino que como tijuanense se acostumbró a cruzar las aduanas de los géneros y a contrabandear recursos literarios, por lo que en sus textos no es difícil pasar del monólogo tristón al diálogo delirante, graciosísimo. También transita con naturalidad de la crítica social ácida ―la “estúpida guerra contra el narco”― a la parodia musical, como en Idos de la mente (2010). Es tan ecléctico como una rola del SubComandante Insurgente Manu Chao ―ese “chaparrito buena onda” ―. Cosmopolita con pizcas de pueblerino. Transgénero, trans-nacional, según lo podemos leer en su creación más popular: “Misa fronteriza”. Una liturgia que invita a “la fayuca cultural”, a “apropiarnos de cosas que no son nuestras”, palabras de Juan Villoro quien a través del tamiz de Crosthwaite fue rebautizado como “Johnny B. Lloro”, y el cual regresó el favor nombrando a LH como “el gran mitógrafo de Tijuana, miembro de la Real Academia del Spanglish”.

Para abundar en ello, elijo hablar de un libro que me hechizó, uno de los que más me llegó al corazón: Estrella de la calle Sexta (2000):

“Trato de olvidar la poesía, ¿ves? Los cabrones versos no se alejan, se aferran, son mi condena. Juré que nunca iba a leer otra página, por Dios, dije, por el Diablo, dije, no voy a tocar un libro, voy a olvidar mis lecturas. […] Ese fue mi juramento estúpido y mi condena fue haberlo intentado. La poesía no se va, beibi, es un tatuaje en el cerebro. Cada verso gira en tu cabeza para siempre y cuando te mueres supongo que es lo único que escuchas: la poesía imborrable, crónica, mortal, incurable”.

Compuesto por dos cuentos, que parecen novelas cortas, y uno tercero que de tan pequeño hace las funciones de bisagra entre ambas historias, Estrella de la calle Sexta cumplió 20 años el pasado noviembre. “¡Tierra, libertad y ciencia ficción!”, sentenció el autor en una edición de aniversario con apéndices interesantes que distribuyó gratuitamente en sus redes sociales.

En “Sabaditos en la noche”, henchido de un suavecito blues-ranchero, Jean-Claude Van Damme, alias del anónimo protagonista, uno más de los triunfadores y derrotados en “la guerra de los cowboys contra los mariachis”, contempla su ciudad. La esquina de México, “culo y corazón de Latinoamérica”: “El gringo es otro rollo, se cree dueño del mundo; yo no, yo nomás tengo esta esquina, este pedazo de banqueta que es mi universo”.

Pero la esquina, como La China de “El gran preténder”, también es la esposa, la waifa, la jaina. “¿Dónde está Laurita, por cuál vía láctea, por cuál callejón? ¿A poco supernova y foréver adiós? Pinchestúpido Copérnico, ¿por qué no me dijiste?”. Admirador al grado del acoso de la flaquita, la dientona “sonrisita minifaldera”, este fracasado de la clase trabajadora se complace en ver caminar a “los beibis” con una disposición nihilista propia de la calle sexta, la Flores Magón, donde se encuentra El Dandy del Sur. Ahí sobran tantos guiños que rozan el anarquismo.

“¡Tire el chicle, doñita, por favor! Le voy a dar un beso muy parecido a los que untaba Clark Gable sobre las mujeres hermosas de Hollywood. Empezará con delicadeza, como plantando la primera semilla en un terreno que estará lleno de hortalizas; luego el beso tomará confianza, descubrirá en su piel un nuevo idioma y leerá para usted poemas que hablarán de la lluvia, de temas cursis que buscarán conmoverla hasta las lágrimas. Para finalizar, el beso fijará un estandarte y dirá ‘Este continente es mío’”. Eso dice, eso quiere, mientras observa cómo los “Ken” que bajan del “Otro Saite” consiguen a las chicas más lindas, las que no se le acercan cuando no trae un quinto encima.

No es como el Gran Preténder, ese wey sí sabe qué pedo. En su cuento, el Saico ―como lo conocen― despliega su sabiduría sobre la raza, la chota, las ranflas, las morras. “El Barrio es el Barrio, socio, y el Barrio se respeta. El que no lo respeta hasta ahí llegó: si es cholo se quemó con la raza, si no es cholo lo madreamos macizo”, escribió Luisumberto. Sus personajes en esta obra aún pueden ser pachucos, que ahora se conocen entre ellos como cholos. Sin embargo, como en el caso del auténtico pachuco, aquel Pachuco de Oro, estos pachuco-cholos son compas: lucen y visten como “delincuentes” pero actúan como caifanes, caen fine, caen bien. Son chidos, entrañables.

Y de nuevo, eco de la voz de Ramón Ayala o Chalino Sánchez o de quién sabe quién, la tristeza envuelve a estos misfits de un aura azul que refleja el mar frío al que no pueden meterse, con más problemas con la autoridad que con la migra. El drama de la soledad, el dolor del abandono, no el de las narconovelas. “No es un bato feliz. Se acerca a la felicidad como otros se acercan al futbol los domingos. La disfruta, le da importancia, pero sabe que el lunes se tiene que levantar a jalar en el taller”. ¡Odumodneurtse! ¡Estruendo mudo, al revés! “Cesar Vallejo, loco. Lo demás vale madre”.

Pero a mi corazón cómo diablos se lo hago entender, podría cantar el Van Damme desde su esquina, aullando por Laurita. Mejor haz de cuenta que fuimos tú y yo dos hojas sin rumbo que el viento arrastró, lo acompañaría el Saico con el pisto en la mano, mensajeando a la Fabricia. “Si te invaden los recuerdos, aquí les pones un alto”, aseguró Crosthwaite sobre la frontera. “Mejor le corro, rápido rápido me alejo de esta calle y de esta ciudad y de este país. Si vas a huir, que sea de una mujer. Esa es la moraleja de mi historia”. Chale, ¡qué absurdo! Pero, como sea, tiene razón: adiós. +