Una conversación (casi) tenebrosa con Daniel Krauze

Una conversación (casi) tenebrosa con Daniel Krauze
04 de agosto de 2020
José Luis Trueba Lara

Durante varios años, ocho para ser preciso, Daniel Krauze se ausentó de las mesas de novedades editoriales. Desde Fallas de origen (2012), no ha publicado ningún otro libro. La tentación de pensar que el silencio lo había alcanzado no era poca; sin embargo, algo pasaba y sus murmullos no me llegaban al oído. A lo largo de una buena parte de ese tiempo, él se dedicó a entrevistar a muchos políticos para descifrarlos con una actitud que estaba muy cerca de la paradoja: ellos no le interesaban como los protagonistas de las noticias cotidianas, sino como seres a los que se propuso comprender desde adentro. Personas brutalmente marcadas por el deseo de venganza, por un pasado trágico y, por supuesto, por las ansias de obtener lo que jamás alcanzarán por otros medios. Tras estas conversaciones con personajes de esa farándula amante del poder. Daniel Krauze inició la escritura de Tenebra, novela protagonizada por esta historia reciente, que al mismo tiempo no deja de ser siempre la proyectada en toda época. Cercana a la ficción, la novela nos muestra un mundo escalofriante, el de los seres que pueblan el sistema político mexicano.

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Nuestro encuentro estaba pactado, el día llegó y la plática comenzó sin más:

—Vale más que te lo diga a las claras —le digo con la certeza de quien no puede mentir—, tu novela es realmente horrorosa. Me la leí casi de un tirón y de inmediato me topé con dos personajes que te quitan el sueño a la mala. Después de tus palabras da miedo cerrar los ojos; y si uno lo hace, las pesadillas más reales pueden atraparte. Es más, les recomiendo a los lectores que sólo la lean en las mañanas y después de haber desayunado, pues hay más de tres escenas capaces de llevarte a la anorexia y al insomnio.

—Me encanta como miras mi novela. Es más, en la reedición hay que ponerle un cintillo con esas palabras: “¡Una novela horrorosa!”. Te explico por qué me parece adecuado lo que me dices. Cuando estaba escribiendo Tenebra (Seix Barral, Planeta), uno de mis deseos era que provocara esa reacción: muchos de sus personajes son repulsivos y hacen cosas repugnantes. Yo quería serle fiel al material que tenía y al mundo que se muestra en sus páginas: el de la política mexicana.

Durante los años que le dediqué a la investigación, no sólo leí muchas cosas, sino que también me entrevisté con la gente que me contó anécdotas y me permitieron ensamblar a los protagonistas de la novela. Uno de ellos, por ejemplo, es un operador político que no quiere perder su hueso cuando su partido sea derrotado en las elecciones de 2018.

—En México, la novela política y los libros de denuncia de este rubro, tienen una larga tradición de existir, desde el siglo XIX ya estábamos empecinados en buscar las historias más canijas, en mostrar el rostro de los personajes más abyectos. En el caso de Tenebra, ¿tu participación en esta competencia tiene que ver con tu ficción o está absolutamente relacionado con la realidad?

Espero haber entrado al medallero de esta competencia. Creo que Tenebra es una mezcla de ambas cosas: la realidad y la imaginación forman parte de ella. Para serte franco, algunas de las historias que escuché durante la investigación superan con mucho a lo que se cuenta en la novela. Evidentemente, muchas de las anécdotas que escuché —las más repulsivas, las más delirantes, las más siniestras— forman parte de mi escritura, pero están trabajadas para convertirlas en parte de una novela. La ficción y la realidad están entretejidas.

Yo quería que sacudieran al lector, pero no me interesaba que fueran absolutamente solemnes, que se parecieran a las denuncias de siempre. También me interesaba que sus páginas quedaran marcadas por una especie de humor negro. Me explico. Cuando empiezas a conocer a los políticos descubres que en sus vidas existe un elemento tragicómico. Su mundo es tan absurdo que si no te causara asco, te morirías de risa. Este hecho me obligó a una serie de malabarismos para mantener en el aire la realidad, el absurdo y la ficción. Y, por supuesto, también me interesaba mostrar cómo, ante estos hechos, sus protagonistas se sienten como peces fuera del agua.

—Aunque los hechos de tu novela son cercanos, el mundo político se cimbró en 2018 y según algunos se transformó de una manera absoluta. ¿Cómo se ve la realidad de hoy desde Tenebra?

—Creo que si uno lee el final de Tenebra —cuyo primer borrador terminé antes de las elecciones de 2018— pareciera que la realidad ya alcanzó a la ficción. En esas páginas, los personajes del pri presienten el hundimiento y la derrota de su partido. Ellos tienen que huir como las ratas de un naufragio y, a como dé lugar, deben subirse a otro barco. En ese momento comienza a mostrarse una nueva figura de poder y una nueva organización: Andrés Manuel López Obrador y Morena. Yo escribí esto sin saber qué tanto del adn político del PRI iba a estar en el adn político de Morena; pero, si vemos los noticieros, parecería que las “profecías” que se hicieron en Tenebra fueron superadas por la realidad. Mi ficción no estaba equivocada.

Aunque a estas alturas ya puedo pensar a Tenebra como una novela histórica, pues ocurre en 2016 y desde ese año hasta hoy parece que hay una distancia de siglos, estoy convencido de que el universo del que habla no es tan lejano del presente, de nuestra realidad inmediata. Hay muchos de los escándalos que siguen vivos y mucho de lo que sucede en la novela aún se mantiene. Sin embargo, no creo que ella pudiera existir en 2020.

—¿La venganza juega un papel fundamental en Tenebra?

—Una de las cosas que más me gustan en mis novelas preferidas, y que trato de emular en lo que escribo, son los personajes en primera persona que se mienten a sí mismos. Ellos no pueden ver su realidad, aunque todos los que estén a su alrededor la perciban con claridad. Este es el caso de los dos protagonistas de Tenebra. Uno de ellos, Martín, es un abogado que se quiere vengar del PRI, mientras que Julio es un priista. Sus vidas están destinadas a chocar en la novela.

Martín se dice a sí mismo, y a la gente que lo rodea, que está haciendo lo que está haciendo no por un acto de venganza, y que sus acciones no están marcadas por el deseo de redimir el nombre de su padre o a su familia que cayó en desgracia hace muchas décadas. Él sólo señala que quiere el bien de México, aunque el motor de sus acciones son la venganza y las ansias de recuperar el patrimonio de la familia.

—Yo no conozco a muchos políticos, pero estoy seguro que no es sencillo ser lo que son: se tienen que convencer de una serie de locuras y falsedades. Seguro tienen la certeza de que siempre serán traicionados y que todo su mundo está prendido con alfileres, aunque de dientes para fuera parezca otra cosa.

—Absolutamente, te confieso que a mí no me interesa la política como aparece en las primeras planas de los periódicos. Lo que me interesaba de la política mexicana es que en muchos de sus protagonistas hay una contradicción: en teoría alguien se convierte en político para servir al prójimo y, sin embargo, ellos no están ahí para servir al prójimo, sino para hacer dinero para sí mismos. Por esta razón me parece que la frase insigne del sexenio anterior es “merezco abundancia”. En estas palabras no se afirma que el pueblo la merece, sino que sólo le corresponde a los políticos. La contradicción entre servir a la ciudadanía y ensanchar la cuenta bancaria propia, me parece muy interesante.

—Cuando estaba leyendo Tenebra, me acordaba constantemente de Fuego y cenizas, la biografía política de Michel Ignatieff…

—Tienes razón, ese fue uno de los primeros que leí.

—Pero, ¿qué tanto te asomaste a los libros y las novelas sobre la política en México?

—Te confieso que hice todo lo posible por no leerlas, soy copión por naturaleza y ellas se habrían metido en las páginas de Tenebra. Me daba miedo que se me fueran a pegar cosas de La guerra de Galio o de otras obras. Por esta razón, tomé el camino de los libros extranjeros, de los libros de historia o de perfiles de políticos. Al leer sobre los políticos mexicanos desde Miguel Alemán en adelante, empecé a encontrar rasgos similares en muchos de ellos: sus infancias y sus adolescencias siempre esconden heridas: un padre que muere, una madre que prefiere al hermano, un crimen cometido. Muchos de nuestros políticos tienen esto, y si Julio Rangel —el otro protagonista de mi novela— es un político arquetípico, debía tener estas heridas que lo impulsan a hacer lo que hace, algo que sin duda comparte con Martín. Ambos tienen que entrar a la política para saciar su sed de venganza, para recuperar su pasado, para tener lo que jamás tendrían de otra manera.

La plática se ha terminado y sólo me queda una duda. ¿Cuánto de la política ha cambiado? +