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Todo pasó en los noventa

Todo pasó en los noventa

16 de octubre de 2020

Rodrigo Coronel

Los noventa fueron una década intensa, como todas; de grandes cambios, como todas; pero, eso es cierto, quienes entonces despertamos a la consciencia percibíamos un hálito final que lo impregnaba todo. El siglo XXI asomaba ya su cresta y el intensísimo siglo XX se agotaba. A la vuelta del cambio de siglo, se decía, una catástrofe cibernética se agazapaba para, llegado el momento, colapsar las bolsas de valores de todo el mundo, estrellar aviones en vuelo y resetear los sistemas de cómputo. Nada de eso ocurrió, lo que no dejó de influir en la sensación de que algo más grande que nosotros mismos estaba por morir y algo desconocido estaba por nacer.

Noticias de los noventa

En esta década la literatura se ensanchaba. De entonces son algunas de las obras que, andando los años, definirían ─definen─ los consumos lectores de estos días. Desde la publicación de los primeros libros de la serie Canción de hielo y fuego, de George R. R. Martin, hasta la aparición de Harry Potter en el escenario editorial. Ya se ve, en los noventa se fraguó buena parte del catálogo de gustos masivos de la actualidad.

Sin embargo, detrás de los castillos y las criaturas fantásticas, el runrún del desengaño se materializaba en libros virulentos, con la sonrisa ladeada y furiosamente críticos de una particular visión edulcorada del mundo y sus avatares. De pronto, el “héroe” unidimensional, muy bueno e irreprochable colgó la armadura y abrazó el descontrol, se rio de lo que lo rodeaba, se drogó hasta las cejas y se preocupó por su salud mental, o simplemente por ir bien vestido.

 Cuatro libros que sonríen torcido

            Una historia sin fin

Fue en los noventa cuando delirantes aventuras literarias tuvieron oportunidad de concretarse. Ahí estuvo David Foster Wallace y las más de mil cuartillas de La broma infinita, una novela “infinita” ─al menos para los estándares actuales leer mil cuartillas es una medida mensurable del infinito─ y corrosiva. En ella, Canadá, Estados Unidos y México se han fusionado para dar lugar a un país de nombre evocador: ONAN (Organización Norteamericana de Naciones). Este súper Estado se halla bajo asedio por una larga fila de organizaciones terroristas, entre las que se cuenta Les Assassins des Fauteuils Rollents (Los asesinos de las sillas de ruedas), quizá la más importante por su radicalidad y violencia, y quienes buscan proyectar públicamente una película devastadora pues, de tan entretenida, quien la ve sólo puede atinar a verla una y otra vez hasta la inanición: “La broma infinita”.

Y en medio de ese mundo violento y retorcido, un personaje, Hal Incandenza, se ve gradualmente disminuido a pesar de su inteligencia genial y memoria prodigiosa.

La broma infinita fue un éxito de ventas; su recepción ante la crítica fue casi unánimemente favorable ─algunos la describieron como “un libro de cualquier cosa”─. Tan influyente resultó que la revista Times la colocó entre las 100 obras más importantes del siglo XX.

20 miligramos de felicidad

La medicina define épocas. Lo hizo cuando la penicilina revocó la seguridad de la muerte por las heridas de guerra o cuando la pastilla anticonceptiva amplió las opciones vitales de las mujeres. Algo así de trascendente logró la fluoxetina o, simplemente, Prozac. Si bien a finales de los ochenta su producción se industrializó, fue durante los noventa que su consumo se hizo masivo, para fortuna de muchos.

La llegada de la pastilla a la vida de Elizabeth Wurtzel fue lo suficientemente definitoria como para dedicarle un libro completo. Wurtzel había sido diagnosticada con una depresión desde pequeña, lo que no le impidió dar cuenta de su brillantez tanto en la academia ─estudió en dos de las universidades más prestigiadas de los Estados Unidos: Harvard y Yale─, como en el periodismo ─en 1986 fue premiada por la revista Rolling Stone con el Premio al Periodismo Universitario─.

Originalmente, su testimonio sobre la depresión y el coctel de antidepresivos con los que surcaba sus dolores y angustias llevaría por nombre Me odio y quiero morir; sin embargo, su editor vio una gran bandera roja en el título y le conminó a cambiarlo. Finalmente, su diario de dolencias llevó por nombre Prozac Nation¸ un indirecto comercial, polémico y, hasta la fecha, muy popular por su estilo brutal.

Nunca estarás solo

En efecto, la primera regla de El club de la pelea es no hablar de El club de la pelea, pero en este caso es ineludible. Esta fue la primera obra publicada de Chuck Palahniuk y fue un éxito instantáneo. Más tarde, su lugar en el imaginario popular, más allá de los apretados circuitos lectores, se expandió gracias a la película de David Fincher, protagonizada por Edward Norton y Brad Pitt. Quizá su buen recibimiento se explique por las tensiones que en su trama se liberan. Para el protagonista de esta novela, un oficinista gris y resabiado, la vida comenzaba realmente por las noches, cuando descargaba sobre otros, y a través de sus puños, los sinsabores de su vida anodina.

Tyler Durden, el ¿otro? protagonista de la novela, es el vehículo del narrador para ejecutar la más contundente crítica al consumismo y al aborrecible discursillo de la “superación personal”. Antes que mantras, dietas saludables o convencerse de que el “cambio está en uno mismo J”, Durden tiene una respuesta más satisfactoria y efectivamente liberadora: ¡bombas! Difícil no empatizar con su cruzada.

-Un modelo a seguir

Patrick Bateman es una estrella ascendente en Wall Street; conoce sus reglas, es disciplinado y ha sabido hacerse de un nombre en ese mundo competitivo y muy neoyorquino. Estudió en Harvard, tiene una maestría y un trabajo envidiable. Tiene novia y una amante, ambas igualmente hermosas. La vida resuelta, vaya. También es asesino serial y su mente deambula en el filo del desquiciamiento.

El protagonista de American Psycho, Bateman, es el buque insignia de los noventa: un deslumbrante Ferrari rojo con los asientos espolvoreados de un sospechoso blanco. Así lo quiso el escritor Bret Easton Ellis, un autor-personaje bien conocido entre circuitos sociales curiosamente similares a aquellos retratados en American Psycho.

La novela fue recibida entre aplausos y abucheos. Su polémico destino quedó definitivamente sellado tras la película que protagonizó un muy joven Christian Bale, y que no ahorró en secuencias violentas y monólogos desquiciados. Lo que era un hecho es que tanto el filme como el libro tocaban sin demasiado pudor las miserias y debilidades de la clase bancaria dirigente. La misma, por cierto, que llevaría a buena parte del mundo occidental a la ruina durante la crisis hipotecaria del 2008. ¿Quién lo diría?

¿Todo pasó en los noventa?                          

No, desde luego. Los que cruzamos indemnes aquella década podemos dar cuenta que no todo pasó en los noventa, excepto por lo más importante: algo terminó y algo nació. Algo que se fraguaba de muy atrás y algo que todavía no termina de terminar. Mi generación fue testigo de eso, como todas las demás antes de ella. +