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La historia de una voz

En ocasiones la vida misma parece una historia inventada y si no conociéramos los hechos, la vida de Malala Yousafzai (Mingora, 1997), parecería propia de una novela de Khaled Hosseini ("Cometas en el cielo", 2003). Pero no, en este caso se trata de la vida real, sin adornos, aunque nos cueste creerlo.

“Yo soy Malala” es la biografía de quien desde muy pequeña conoció las desigualdades e injusticias. Levantó la voz contra ellas y comenzó una cruzada, como se empiezan las luchas que valen la pena, poco a poco para cambiar lo cercano. La sinceridad de sus palabras incomodó a los poderosos, quienes el martes 9 de octubre de 2012 decidieron acallarla, como solo los cobardes lo hacen, disparándole a la cabeza. En esa fecha murió una niña y nació un símbolo de la lucha por los derechos humanos, que el odio talibán ha sido incapaz de callar.

La historia de Malala resuena con un aire mítico que recuerda la poesía oriental: “Soy de un país que nació a medianoche. Cuando estuve a punto de morir era poco después de medio día”. Pero no hay en este libro embellecimiento estilístico, sino el sonido y la visión de un país que se nos muestra en todas sus vertientes, en la que conviven culturas ancestrales y odios soterrados, en donde el miedo se esconde tras los ojos de sus habitantes: “Los talibanes primero se llevaron nuestra música, después nuestros Budas, después nuestra historia”, “Confiaba en las palabras de mi padre: ‘Malala es libre como un pájaro’ (…) Pero los talibanes estaban al lado y eran pashtunes, como nosotros”.

Escrito en colaboración con la periodista británica Christina Lamb (Londres, 1966), “Yo soy Malala” contiene la voz de “Jani Mun” (apodo persa con el que cariñosamente le llama su padre y que significa “amiga del alma”), pero también la de una familia: los Yousafzai, la de una etnia: los pashtunes, la de un país: Pakistán, la de una toma de conciencia: la de Malala. Las autoras ponen en blanco y negro la historia de una nación que se transforma de una dictadura occidentalizada y moderna a una dictadura islámica que vive en el oscurantismo religioso. El islam integrista que impone reglas para oprimir a la mujer, que solo le concede la virtud reproductora de la especie, que las encarcela por usar zapatos blancos y llevar las uñas pintadas, en donde ser mujer es una desgracia: “Cuando nací, los habitantes de nuestra aldea se compadecieron de mi madre y nadie felicitó a mi padre”.

Esa voz que los talibanes no pudieron callar, ha sido nominada al Nobel de la Paz en 2013 y recibió en el mismo año el premio Sájarov de Libertad de conciencia, otorgado por el Parlamento Europeo por su lucha a favor de la educación en igualdad.

“Yo soy Malala” es la dolorosa constatación de que en el mundo existe la injusticia, que los derechos elementales no son universales y de que este mundo necesita muchas Malalas para convertirse en un lugar más civilizado.

Por: Andrés Mayo Góngora 

Imagen: Portada del libro "Yo soy Malala", de Malala Yousafzai.
Mascultura 18-Feb-14