Olga Tokarczuk: Errar sobre los huesos de los muertos

Olga Tokarczuk: Errar sobre los huesos de los muertos
25 de enero de 2020
Claudia Posadas

La errancia es la conciencia, impulso vital, ética y estética en la escritora polaca Olga Tokarczuk (Sulechów, oeste de Polonia, 1962), Premio Nobel de Literatura 2018, que define su literatura en diversas vertientes: en cuanto a géneros literarios, ya que la autora, iniciándose como poeta, se desarrolla en novela, ensayo, relato y género híbrido; en lo referente a las posibilidades de su idioma y estructuras narrativas, según la crítica; en tanto que relaciona campos y mundos insólitos, aparentemente disímiles y en la constante puesta en vilo de órdenes civilizatorios, humanos y metafísicos. De este modo, sus temas son una indagación del claroscuro del alma y la psique, de ahí que la decadencia, contradicción y violencia de los seres sea una cuestión constante, así como el cuestionamiento lúcido y fino del sistema socio-económico y la visión antropocentrista y heteropatriarcal que nos rigen, lo que explica su preocupación por la naturaleza y sus habitantes: flora, animales, insectos; su defensa del feminismo, de las minorías y las disidencias personales, su crítica a las religiones, en especial la católica y su visión frontal sobre la compleja conformación etno-política de su país.

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En consecuencia, otro de sus asuntos es su continua pesquisa existencial y la posibilidad, sólo la posibilidad, de un “todo” acaso extra celeste que nos diese un sentido en el universo y la finitud, desarrollada eclécticamente desde diversas perspectivas, que van de una especie de astroteología, una percepción junguiana de las leyes del mundo signada por la sincronicidad, hasta un guiño a ideas de tinte herético y hasta conspiratorio.

Todo ello vertido en personajes nómades, discrepantes de cualquier orden, incluso de sí mismos y de su humanidad, aunque aparentemente inocuos. Se trata de la rebelión de, como afirma Janina Duszejko, protagonista de la novela Sobre los huesos de los muertos (Océano, 2015, traducción de Abel Murcia), “ese grupo de gente que el mundo considera inservibles”, que son inteligentes, capaces de ver el horror del mundo pero imposibilitados, debido a una ataraxia profunda, de realizar grandes acciones y cumplir destinos relevantes, quizá porque, como dice Duszejko, astróloga autodidacta, su planeta rector, en su caso Venus, “está dañado o en el exilio”, es decir, no se encuentra en su signo. De ahí que ella padezca lo que ha llamado “síndrome de Venus perezoso”.

Sin embargo, en esa lucidez, en esa fuerza oculta, está la semilla oscura de la acción, como dice Blake, citado constantemente por Duszejko, en traducciones de Jordi Doce: “quien siente ira y no actúa, propaga la epidemia”, en este caso la epidemia de la condición humana, misma que Janina confrontará, de una manera extrema, en un desenlace consecuente con esta premisa.

Se trata de personajes viajeros, inestables, anómalos, fugitivos, disidentes, errantes, tal como Tokarczuk misma se describe en Los errantes (Anagrama, 2019, traducción de Agata Orzeszek: “yo carecía de ese gen que hace que en cuanto se detiene uno en un lugar por un tiempo más o menos largo, enseguida eche raíces. (…) mis raíces nunca fueron lo suficientemente profundas, y me tumbaba la primera racha de viento. (…). Mi energía es generada por el movimiento”.

Sin embargo, en este movimiento, en la anomalía invisible, ya que el orden sólo maquilla el fondo, se encuentra ese espejo nítido o ennegrecido de lo humano que Tokarczuk, psicóloga graduada por la Universidad de Varsovia, busca reflejar. Dice en Los errantes: “Tengo la torturadora convicción de que es precisamente ahí donde el verdadero ser sale a la superficie y revela su naturaleza. (…) Mi sintomatología se resume en que me atrae todo lo defectuoso, imperfecto, roto. (…) Todo lo que se aparta de la norma (…) Siento debilidad por la teratología y los monstruos”.

Por lo que estamos ante una naturaleza cuestionadora evidentemente no adepta a una psicología canónica que más bien se ha decantado, reconociendo a Jung como una influencia, a lo que ella ha nombrado “psicología del viaje”, que podría asumirse como su cámara de observación y de escritura. Dice Tokarczuk en Los errantes: “La psicología del viaje estudia a personas en tránsito, y de esta manera se sitúa en el polo opuesto de la psicología tradicional, que ha contemplado al ser humano en un contexto de estabilidad y quietud (…) Si queremos describir al ser humano de manera convincente solo podemos hacerlo situándolo entre un “de dónde” y un “adónde”, en movimiento. (…) quien busque un orden, que evite la psicología. (…) no tropezará con la psique. La psique es un objeto de estudio muy resbaladizo”.
Autora de 19 libros y con treinta años de escritura, es muy conocida y apreciada por el público de su país y elogiada por la crítica local y europea, aunque en el ámbito hispanoamericano sólo se han traducido tres obras suyas, Sobre los huesosLos errantes y la descatalogada Un lugar llamado Antaño (Lumen, 2001, traducción de Ester Rabasco); ha obtenido reconocimientos como el Man Booker International Award 2018 por Flights, versión inglesa de Los errantes y el Premio Nike, el máximo galardón que otorga su país, por la novela Los libros de Jacob (2015), obra de más de 900 páginas en torno a Jakub Frank, líder de una comunidad judía de tendencia mesiánica del siglo XVIII asentada en la región de Podolia, en el centro del país, la cual es un recorrido más allá de una visión nacionalista a través de la historia de Polonia, una reivindicación de un episodio histórico y de una cultura poco atendidos en su país y que transcurre por “siete fronteras, cinco idiomas y tres religiones”. Junto con la poeta Wislawa Szymborska, Tokarczuk se convierte en la segunda escritora de su país en obtener el galardón, el quinto Nobel de literatura para un autor polaco y en la decimoquinta mujer en recibirlo.
La autora pertenece a esa generación que, al vivir el proceso del radical cambio político de su nación al salir ésta del dominio soviético y comenzar la democracia y el capitalismo, rompió con los cánones y estéticas impuestos, forjando de este modo una escena cultural efervescente abierta a la influencia occidental. Sin embargo, no alcanzaría la atención e incluso el éxito internacional hasta la publicación, en 1996, de su tercera novela, Un lugar…, que podría leerse, según los críticos, en clave de realismo mágico latinoamericano, ya que a través de la historia de tres generaciones de campesinos habitantes de Antaño (Prawiek), un pueblo imaginario que funciona como microcosmos y metáfora de Polonia, refleja el trasfondo, el espíritu, las batallas y la historia no oficial de todo un país a lo largo de un siglo, desde la Primera Guerra Mundial hasta nuestros días.

Desinstaladora de verdades nacionales, de la historia oficial, cuestionadora del sistema y de los órdenes, firme activista de alto compromiso social y de género que evidentemente plasma en su obra y en sus reflexiones, y miembro del partido Los verdes (Partia Zieloni), que forma parte del Partido Ecologista Europeo, Olga Tokarczuk es una autora incómoda para el stablishment en general y sobre todo para la derecha conservadora de su país que, por ejemplo, no dudó en señalarla como anti-católica, antipolaca, izquierdista y “eco-terrorista” por su magistral Sobre los huesos de los muertos.

La obra, cuya adaptación cinematográfica, Spoor (El rastro) le valió a Agnieska Holland, su directora, el Oso de Plata en la Berlinale y el premio a Mejor Película en el Fantasía Film Festival (2017), ha sido considerada como policiaca y sin embargo, rebasa totalmente dicha narrativa. Ambientada en el crudo invierno de Kotlina Klodzka, suroeste de Polonia, frontera con Checoslovaquia, en la cordillera de los Sudetes, la historia da cuenta de una serie de crímenes que siguen cierto patrón, pero que están rodeados de circunstancias extrañas. Los cadáveres de los cazadores más crueles del poblado quienes, por cierto, representan los órdenes heteropatriarcales, es decir, el presidente, el sacerdote, el terrateniente y el lugareño solitario y rudo, van apareciendo paulatinamente, todos ellos con golpes contundentes en la cabeza pero, ya sea infestados de manera anormal por el cucujus haematodes (hermoso escarabajo endémico), ya que estos insectos sólo se asientan en las cortezas muertas, jamás en los cuerpos; inmovilizados por sus mismas trampas para cazar; asfixiados por los huesos de sus presas al haberlas devorado; o circundados por caóticas e innumerables huellas de corzos, sus trofeos favoritos.

La anciana Duszejko, ingeniera retirada y recalcitrante protectora de la fauna y naturaleza del lugar, insiste ante las autoridades y la comunidad que los animales de la zona, jabalíes, corzos, zorros, conejos, son quienes están tomando venganza debido a tantos años de ser cruelmente asesinados en sangrientas cacerías y en desalmados rastros. Pero al final, al develarse el misterio de las muertes humanas, nos percatamos que lo de menos fue señalar al asesino, no así a las fuerzas invisibles y a las potencias más allá, detrás de la mano ejecutora.

Amparado en una visión junguiana de la astrología que acompaña las cuitas existenciales de Duszejko en la cual habría un orden establecido por los astros donde todo, existencia, destino, hechos, está imbricado y explica coincidencias y causalidades, es decir, sincronicidad pura, el lector asiste e incluso entiende y podría justificar el proceso, desatado por las estrellas, cuando el “Sol entró en Aries”, que despertó al “Venus perezoso” y desató a “los tigres de la ira” (continuando con Blake) que terminó, de un martillazo olímpico, con la epidemia del mal.

Estas visiones digamos metafísicas son muy atendidas, como se dijo, por la autora, no siendo la excepción Los errantes, aunque en este escrito, específicamente en el texto homónimo que da nombre al volumen, adquieren un matiz perturbador, pero a la vez, acorde con sus búsquedas literarias ya que, en un juego de espejos, podrían leerse como una especie de “principio místico” tanto de su crítica a los sistemas como a su idea del viaje y movimiento como fuerzas liberadoras.

El libro es un texto híbrido que va de las crónicas de viaje, la autobiografía, la novela breve, el cuento fantástico y el relato, la viñeta, el aforismo, el poema, la reflexión sobre asuntos varios y el ensayo, que incluye mapas y dibujos. Son los apuntes del peregrino, pero del paseante de conciencia, en torno al ethos, la historia, o el espíritu, en busca de los huesos de lo humano. Una especie de “psicología del viajero”, como ha señalado la escritora la cual, justamente, se desarrolla en la voz de uno de los personajes de los escritos de este libro.

Por supuesto, no se trata de textos aislados hilvanados en un conjunto accidental, sino de escrituras sutilmente imbricadas a partir de sus tópicos e intereses, por lo que podemos leer este volumen como su declaración de principios, compendio de temas o como su “panóptico” (imagen que le ha interesado a la autora tanto en esta obra como en Sobre los huesos… ) desde el cual observa, disecciona, conserva, plastina, acota, anota, como ese anatomista obsesivo, protagonista de alguno de estos relatos, a especímenes todavía más anómalos y elusivos; como torre de vigilancia desde la cual, como dice en Los errantes, “se ven apenas los pies de los transeúntes y se oye el taconeo. A veces alguien se detiene, se agacha y echa un vistazo (…), y entonces por fin puede verse un rostro humano e incluso intercambiar unas palabras. Pero en realidad la mente sigue ocupada en el juego que desarrolla ante sí misma en un panóptico trazado a vuelapluma para mover figuritas sobre ese escenario provisional: el autor y el protagonista, la narradora y la lectora, la que describe y la que es descrita; los pies, los zapatos, los tacones y los rostros más tarde o más temprano formarán parte de este juego”.
De este modo desfilan tanto la autora, una ecologista que recopila pruebas de los crímenes contra los animales en el mundo para escribir su “libro de la infamia” (que bien podría ser un libro escrito por Janina Duszejko); la historia del tendón de Aquiles; una madre y un hijo que desaparecen misteriosamente en un pequeño puerto, ante la consternación del esposo y vecinos, para después aparecer misteriosamente; un rey beduino que pierde su reino por ser débil y no estar a la altura de su estirpe; un elogio de la Wikipedia, el Gläsner Mensch u hombre de cristal al que se le pueden ver sus órganos, músculos, esqueleto, para solaz de los anatomistas; el viejo capitán de un ferry que huye, con todo y pasajeros, al mar abierto o, como se dijo, los inquietantes fundamentos de una secta contemporánea que alude a los Bieguni (titulo original en polaco del libro y que, por supuesto, define a sus personajes e incluso a la autora misma), “una rama de viejos creyentes ortodoxos que creían que el mal aparece cuando una persona tiene una vida sedentaria”, que afirma que, mientras los seres permanezcan en constante desplazamiento, estarán a salvo de la oscuridad: “Quien rige los destinos del mundo no tiene poder sobre el movimiento y sabe que nuestro cuerpo al moverse es sagrado, solo escaparás de él mientras te estés moviendo. Ejerce su poder sobre lo inmóvil y petrificado, sobre lo inerte y quieto. (…) Achatará y empequeñecerá tu alma que perderá todo su colorido, (…) y te amenazará con fuego, guerra y enfermedad, hasta hacerte perder toda paz. Te marcará e inscribirá tu nombre en sus registros, certificará tu caída. (…) Quien se detenga quedará petrificado, quien se pare será disecado como un insecto, su corazón, atravesado por una aguja de madera, sus pies y manos, agujereados y clavados al umbral y al cielo raso”.
Pero para la escritora nada es verdad, nada es mentira, todo es una posibilidad del rompecabezas del mundo y la existencia, de la búsqueda de la resolución de un misterio que, como dice ella en Los errantes, “tal vez no sea tan serio como pensamos”.

Así, su obra es la permanente errancia de una nómade para interpretar, descifrar, acaso aquietar, los huesos de los vivos, pero sobre todo los huesos de quienes ya no existen y no tienen posibilidad de respuesta para ellos mismos, pero sí para nosotros, porque como sentenció William Blake, citado por Olga Tokarczuk, para darle título a su novela homónima, “guía tu arado sobre los huesos de los muertos”.+