Las maneras de ser del silencio

Las maneras de ser del silencio
11 de junio de 2020
Itzel Mar

Adquirimos la forma de los nombres. La expresión nos convierte en sustancia porque nuestro verdadero tacto es el lenguaje. La historia se resume en la relación entre los cuerpos y las palabras. Ellas suelen cobrar vida propia y se inflaman, curiosean, mienten, inventan, juegan, fornican, desobedecen. No saben resignarse a ser un pequeño intento por interpretar la realidad. Y tampoco se limitan a solo decir lo que dicen. Sí, porque toda palabra es también otras palabras. Como menciona Octavio Paz: “El lenguaje es poesía en estado natural”. El hombre se ha creado a sí mismo y tiene la estatura de su voz. La realidad no es idéntica a lo que nombramos; sin embargo, lo dicho abre caminos hacia ella.

La significación es lo que convierte un conjunto de vocablos en lenguaje, y su unidad básica es el enunciado. Así es como logramos saber del otro, entendernos, plegar la distancia. La verdadera fe del hombre y su confianza en la vida recae en las palabras, en su crédito melodioso y mágico. Volviendo a Paz: “El habla es un conjunto de seres vivos, movidos por ritmos semejantes a los que rigen a los astros y las plantas”.

Decir es un ademán de la presencia y también de la resistencia. Hablamos, desde el impulso más primitivo, para crear parentescos e instaurar la autonomía. La voz se convierte, así, en nuestra gran vocación revolucionaria.

El lenguaje es una totalidad con el silencio. Riman juntos y se aparean. Inconcebible es uno sin el otro. Pero el silencio como golpe y como orden es otro asunto, relativo a la impostura del poder y al fanatismo ideológico. Así, la censura, el sometimiento y la prohibición se han convertido en una detestable manera de ser del silencio.

La palabra es el fuego que ha sobrevivido a la ceniza una y otra vez. Bruja mayor condenada eternamente a la hoguera. Y no hablo en sentido figurado.

La destrucción de libros

Extenso es el recuento de la quema de libros en la historia. El esplendor del conocimiento de la China antigua, que incluye el taoísmo y el confucianismo, acumulado durante más de 500 años, fue destruido por órdenes del emperador Qin Shi Huang, en el año 212 a. C. Muchos de los intelectuales y estudiantes que se opusieron a la disposición fueron enterrados vivos.

La biblioteca de Alejandría, uno de los centros más importantes en cuanto a difusión del conocimiento en la antigüedad, fue instituida en el siglo iii a. C. en el complejo palaciego de la ciudad de Alejandría, en la plenitud del período helenístico de Egipto. Se calcula que llegó a albergar más de un millón de ejemplares. La pérdida total de los libros ha sido un misterio para los historiadores. ¿Fue la biblioteca víctima de un incendio en la época de César o de los conquistadores musulmanes? El deterioro del recinto parece ser la explicación más razonable de su desaparición.

1497: por dictado de la Iglesia, en Florencia fue sustituido el carnaval por la Fiesta de la Penitencia. Se confiscaron todos los objetos que eran considerados muestra de la vanidad humana. Entre ellos, por supuesto, los libros. Durante este ritual se destruyeron tomos sobre magia y cábala; clásicos de Ovidio, Catulo, Dante y Platón.

Texcoco en 1530: El monje franciscano Fray Juan de Zumárraga prendió fuego a todos los escritos e ídolos aztecas que halló. Entre sus tareas se encontraba la de buscar posibles casos de brujería. Entre otros ilustres misioneros que continuaron esta disparatada labor de purificación, Fray Diego de Landa, en 1562, hizo quemar en el Auto de Maní cinco mil ídolos y veintisiete códices mayas. A esta furia apenas sobrevivieron tres códices.

El Holocausto es el nombre atribuido a la exterminación de millones de judíos en manos de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. El evento que precedió este hecho fue la quema de libros efectuada el 10 de mayo de 1933. Se calcula que fueron destruidos miles de tomos de más de cinco mil autores en Berlín y más de veinte ciudades alemanas.

En abril de 2003, el ejército norteamericano toma la ciudad de Bagdad, Irak. Fue el día 13 cuando un grupo de saqueadores rociaron combustible en los anaqueles de la Biblioteca Nacional y le prendieron fuego. Miles de libros se convirtieron en ceniza.

Biblioteca de la Academia de Ciencias de Egipto. El 18 de diciembre de 2011 un incendio provocó la desaparición de obras con siglos de antigüedad, así como de volúmenes invaluables para entender la historia del país y del mundo árabe, que no habían sido copiados. El acervo perdido se calcula en unos 200,000 volúmenes.

La censura existe para impedir que se desafíen concepciones impuestas, así como las instituciones existentes. La Santa Madre Iglesia es el mejor ejemplo de la condena incesante a la palabra. Durante siglos impuso un listado de libros desaprobados por ser dañinos para la fe; el famoso Index Librorum Prohibitorum fue creado por la Santa Inquisición en 1559; en él se reprochan títulos, imágenes, autores e incluso líneas. La última edición del Index fue publicada en 1948 y quedó en desuso en 1966. Más de 60,000 obras tuvieron el gran honor de ser mencionadas y unas 7,000 fueron totalmente proscritas. Entre estas, encontramos De Revolutionibus Orbis Coelestium de Copérnico, El origen de las especies de Charles Darwin, Los miserables y Nuestra señora de París de Víctor Hugo, El extranjero de Camus, Madame Bovary de Gustave Flaubert, Justine y Juliette del Marqués de Sade, Ensayos de Michel de Montaigne y un largo etcétera. A estos títulos se suman los trabajos completos de Galileo Galilei, Giordano Bruno, Honoré de Balzac, David Hume, Emile Zolá, Anatole France, Henri Bergson, André Gide, entre muchos más. Cioran y Sartre fueron de los últimos autores vetados definitivamente.

A pesar de su desaparición oficial, el Index ha permanecido en el imaginario devoto moderno, encubierto y solapado por las autoridades eclesiásticas y grupos de acólitos ultraconservadores, como el Opus Dei. No se han escapado al encarnizado enjuiciamiento Lolita de Nabokov, Las ventajas de ser un marginado de Stephen Chbosky, Los juegos del hambre de Suzanne Collins, Harry Potter de J.K. Rowling y El código da Vinci de Dan Brown. “Los libros que el mundo llama inmorales son los libros que muestran al mundo su propia vergüenza”, afirmó Oscar Wilde.+