Las creencias provocaron un baño de sangre: entrevista a Will Fowler

Las creencias provocaron un baño de sangre: entrevista a Will Fowler
8 de mayo de 2020
José Luis Trueba Lara

Cuando era niño, la historia de la Guerra de Reforma que me contaban mis profes era un asunto que se despachaba bastante rápido. En no más de una clase, me informaron que, durante tres años, los liberales –acaudillados por Benito Juárez, con todo y su inexorable carruaje negro– se enfrentaron a los conservadores y los curas que estaban empecinados en mantener el poder maléfico de la Iglesia. Las escenas en las que se detenían eran bastante cursis, justo como sucedía cuando –en un arrebato de fervor patrio– Guillermo Prieto impedía que unos soldados fusilaran a don Benito al grito de “¡Los valientes no asesinan!”. En una educación pública que heredaba el comecurismo de los juaristas más radicales y los revolucionarios más atrabancados, esto era lo menos que se esperaba. Si en las tarjetas de presentación de don Arnulfo Pérez H. se leía: “Miembro del Partido Nacional Revolucionario y Enemigo Personal de Dios”, los maestros no podían quedarse atrás.

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Al final de su discurso, como debe suceder en cualquier narración edificante que se tenga respeto, mis profes me decían que los liberales triunfaron para salvar a México de la esclavitud clerical y que, durante la balacera, ellos publicaron las mismísimas Leyes de Reforma (evidententemente este nombre se escribía con mayúsculas para resaltar que estos ordenamientos se encontraban en el mismísimo altar de la Patria). Después de esta arenga patriótica seguía el silencio o, en el mejor de los casos, se asumía que esa guerra civil era algo así como un prólogo de la intervención francesa y el imperio de Maximiliano, los cuales solo servían para dejar en claro que Juárez era una riata, y que todos los mexicanos deberíamos desear nacer en Guelatao, usar traje negro y ser nacionalistas hasta la ignominia (no por casualidad nuestras tropas habían derrotado al ejército más pequeño del mundo el 5 de mayo). El mensaje era claro, indubitable: la antropolatría al Benemérito no tenía límites.

Lo que hacían mis profes era lo común, y la Guerra de Reforma se convirtió en un capítulo que funcionaba como pórtico de la gran década nacional que concluyó con la restauración de la república. Como resultado de esta mirada, desde 1953 no se había editado una historia general de este conflicto, hasta que Will Fowler publicó La Guerra de Tres Años (Crítica, 2020). Conversar con este historiador –que además es autor de la mejor biografía de Santa Anna– era un asunto que no podía dejarse pasar.

Mientras se instalaban las cámaras, Fowler y yo platicábamos sobre la tentación que su libro despertaba en los periodistas. El nuevo juarismo era un asunto que los obligaba a repetir la misma pregunta. Cuando los aparatos estuvieron listos, el click de la cámara señaló el arranque se las palabras.

—En la Guerra de Tres Años —dice Fowler— los mexicanos se mataron de una manera brutal, y quedó relegada por el peso que se le dio a la intervención francesa y al imperio de Maximiliano. Las razones de este ninguneo son varias: los mexicanos prefieren leer sobre el heroísmo de la lucha contra los franceses que un libro donde se muestra que las familias mexicanas se asesinaron sin piedad.

Además, en la historia oficial –que se inició con México a través de los siglos y que se continuó después de la Revolución– se estableció la existencia de mexicanos buenos y malos, y en ella también nació el héroe nacional por excelencia: Benito Juárez. En esta narración no se ve bien que Juárez haya apoyado el Tratado McLane-Ocampo que ponía en riesgo la soberanía de México con tal de triunfar en la guerra y ganar un aliado internacional poderoso. Conservar la memoria juarista implicaba guardar silencio sobre la Guerra de Tres Años. El comprender que los enemigos –los gobiernos de Juárez y de Miramón– estaban en una situación desesperada que los llevaba a tomar medidas también desesperadas no puede tener espacio en la historia oficial.

Fowler se detiene y yo le hago una nueva pregunta. —¿No será que este enfrentamiento brutal nos permitió tener una religión laica, patriótica y criolla?

—La importancia de esta guerra es que en ella se publicaron las leyes de reforma como una muestra de la radicalización del conflicto. Sin embargo –y a pesar de estos ordenamientos–, México siguió siendo un país profundamente católico, absolutamente guadalupano. Esta es la gran tragedia, pues los liberales reformistas y los liberales conservadores eran profundamente devotos. Jesús González Ortega, por ejemplo, decretó que los sacerdotes que criticaran la constitución fueran condenados a muerte, pero en su correspondencia familiar le reclamaba a su esposa que no le enseñaba a rezar a sus hijos. El asunto era claro: cualquier ataque a la Iglesia se tomaba como un ataque a la religión, aunque todos fueran católicos.

—¿En verdad había liberales y conservadores… o la verdad es que todos eran liberales?

—La Guerra de Tres Años no solo fue un conflicto entre liberales y conservadores, sino entre liberales radicales y moderados. Los moderados estaban seguros de que los radicales iban demasiado rápido y terminarían por provocar un gravísimo conflicto. Ellos pensaban que los cambios podrían lograrse sin que la sangre llegara al río. Curiosamente, para evitar esta tragedia, provocan la guerra más terrible del siglo xix.

Fowler guarda silencio. Yo entonces recuerdo las últimas palabras de su libro: “El esencialismo en las creencias de un bando y otro imposibilitó que se pudiera llegar a acuerdo alguno. Ya luego, la propia dinámica de la guerra civil repercutió en un baño de sangre”. En ese momento, la posibilidad del diálogo estaba muerta y el costo será terrible.+