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La prodigiosa vida del libro en papel

La prodigiosa vida del libro en papel

24 de septiembre de 2020

José Luis Trueba Lara

Juan Domingo Argüelles, además de poeta, lexicógrafo y hacedor de algunos de los mapas más precisos de la poesía, es uno de los autores que mayor tiempo le han dedicado a la reflexión sobre el libro y la lectura. En su bibliografía dedicada a estos asuntos hay muchas obras que merecen ser leídas y releídas. Entre ellas están: ¿Qué leen los que no leen? (2003), Ustedes que leen. Controversias y mandatos, equívocos y mentiras sobre el libro y las lecturas (2006), La letra muerta. Tres diálogos virtuales sobre la realidad de leer (2010) y Un instante en el paraíso. Antimanual para leer, comprender y apreciar la poesía (2016).

La aparición de La prodigiosa vida del libro en papel obliga a conversar, a entrarle a una charla que no sólo busca adentrarse en una novedad, pues también se interna en los problemas de la lectura y aquellos augurios que se equivocaron de cabo a rabo. Así, como hoy se estila, me encontré con un Juan Domingo transformado en un ser bidimensional, en una imagen que se revela gracias a los pixeles para discutir algo que a ratos parece lejano de la pantalla que está delante de nosotros: el papel que soporta las historias desde que el libro es libro.

Lee+: Desde hace no sé cuántos años, con cierta regularidad escuchamos los anuncios de la muerte del libro en papel. Algunos dicen que fallecerá de anorexia por falta de lectores, otros señalan que las tecnologías terminarán asesinándolo o que, con un dejo de piedad, lo transformarán en un cachivache que ni siquiera merecerá la nostalgia. Los libros en papel, según ellos, son estorbosos, pesados y difíciles de conservar, algo que no sucede con los que flotan en una nube que, a ciencia cierta, nadie sabe dónde está. A pesar de estos augurios, el libro en papel sigue firme y los lectores lo siguen utilizando con singular alegría. ¿Por qué fracasan estas profecías?

Juan Domingo Argüelles: Aquí, al alcance de mi mano tengo un libro: Ser digital, de Nicholas Negroponte, el cual fue publicado en 1995 y que casi de inmediato se convirtió en una suerte de Biblia de la era digital.

En esta obra, Negroponte profetizaba que los libros en papel pronto se convertirían en objetos de museo. Lo más gracioso es que él publicó sus augurios sobre esta extinción en un libro impreso en papel. A pesar de esto, en Ser digital, Negroponte se preguntaba por qué escribió una cosa tan anticuada como un libro sin ilustraciones, como algo que sólo existe gracias a los átomos y no a los bites. Su respuesta era simple: en 1995 aún no existían los suficientes medios digitales. En el caso de mi nuevo libro, me encuentro ante una paradoja inversa: a mí que me encantan los libros en papel, me tocó la suerte de que, como resultado de la pandemia, primero saliera la versión digital y que la edición en papel se retrasara unas semanas.

¿Qué quiere decir esto? Una buena parte de lo que Negroponte pronosticó hace 25 años se ha cumplido por completo, menos una cosa en la que se equivocó por completo: la desaparición del libro en papel. Los medios y las tecnologías de la información alcanzaron el desarrollo que profetizaba este autor, pero el vaticinio de la extinción jamás se cumplió. Su caso no es único: hace doce años, en la Feria de Frankfurt, un grupo de investigadores llegaron a una conclusión muy parecida y señalaron que el libro en papel desaparecería en diez años. Ya sobrepasamos ese plazo y el libro en papel aún no desparece. Ellos también se equivocaron.

Lo que ocurre en la realidad va en contra de estas predicciones. En los mercados en los que más se ha desarrollado el comercio de libros digitales, sus ventas apenas pudieron llegar a un techo de 30% en Estados Unidos, y de veintitantos por ciento en el Reino Unido. Así pues, en los países en los que más se leen libros digitales, existe un 70% de lectores que prefieren el papel. Y, si nos asomamos a las cifras del mercado en español, esta distancia es aún más grande: poco más de 90% de los lectores prefieren el papel. El pequeño número de lectores digitales tiene algunas características interesantes: unos son los estudiantes que buscan en las plataformas los libros que requieren para sus cursos y están en otras lenguas. Otros —la gran mayoría— leen obras que se clasifican en categorías bastante simpáticas: esoterismo, novela rosa, autoayuda, “espiritualidad” y teorías de la conspiración. Es más, la mayoría de los que compran libros en internet, generalmente los piden en papel y renuncian a la posibilidad de lo digital.

El libro en papel tiene una actualidad que no ha perdido desde su nacimiento pues, como lo dijo Umberto Eco, es un invento perfecto. El libro es tan perfecto como un exprimidor de limones cuyo diseño puede ser mejorado pero, esencialmente, es el mismo desde que se inventó. Estamos ante algo muy parecido a lo que señalaba Gabriel Zaid: el libro en papel no necesita pilas, sólo requiere de nuestra energía para funcionar. Estas son maravillas contra las que no puede competir el libro digital.

Lee+: Efectivamente, a la humanidad pocas cosas le salieron bien desde su origen. La rueda sigue siendo redonda, el plato hondo continúa pareciéndose a un cuenco y el libro —a pesar de todos los cambios en su diseño y su producción— conserva su diseño original. Es más, el libro es absolutamente ergonómico y puede llevarse a los lugares más insospechados.

En algunas ocasiones, gracias a lo que Alessandro Baricco señala en un par de sus libros, he llegado a pensar que esos augurios y algunas conductas lectoras están vinculadas con los bárbaros, con los seres que se niegan a la agricultura, con los que buscan la velocidad y tienen una nueva tecnología. La brida o un teléfono celular, por ejemplo. Los bárbaros funcionan muy bien hasta que se topan con pared y su jefe comienza a hacerse preguntas que no puede resolver. Ellas requieren la lentitud de la lectura y la agricultura. En ese instante, no les queda más remedio que buscar a alguien que sea capaz de leer los viejos papeles. Las ansias de modernidad terminan chocando con este tipo de problemas y el libro puede salvarnos.

Juan Domingo Argüelles: Alberto Manguel decía que todo conspira en contra del libro en papel y que las tecnologías nos dicen que, si no nos unimos a la manada que avanza con gran velocidad, nos vamos a quedar estancados y solos en la medida que ellas son gregarias. Es posible que tengamos que unirnos a la manada en algunos momentos, pues esta es una de las características civilizatorias, pero también es válido que nos quedemos en una aldea donde la gente no esté tan interesada en ir tan rápido, en el lugar donde vivan las personas que requieren lentitud para entender ciertos asuntos que corresponden no sólo a la humanidad, sino también al individuo. Se trata de comprenderse a uno mismo antes de salir corriendo para alcanzar a los otros.

Los que tenemos afecto por el libro en papel —aunque reconocemos que puede tener otros soportes— estamos dispuestos a seguir leyéndolos, a seguir compartiéndolos, a establecer lazos con otras personas. Es más, nosotros sabemos que el libro electrónico no es más que una copia del libro en papel puesto en otro formato.

Algunos me podrían decir que me equivoco, que sólo hablo de un tipo de libro, pues también existen los interactivos. Esto lo entiendo perfectamente, pero también recuerdo que en una ocasión se hizo un experimento: se les preguntó a estudiantes de muchos países si preferían leer un libro en la pantalla o en papel. El 90% coincidió en que prefería el papel. La razón de su respuesta también quedó clara: el papel no los distraía con una serie de links. Estas llamadas a ir por otros rumbos son bastante peores que leer un libro que tenga más notas que páginas sustantivas.

Cuando uno se topa con estos distractores es como si estuviéramos haciendo el amor en el piso de arriba y tuviera que bajar porque tocaron el timbre. Esto es lo que pasa con los excesos en las notas y con los libros interactivos, te alejan de lo importante para obligarte a ir a lo que no necesariamente lo es. El problema de lo interactivo también se muestra en una idea por demás extraña: creer que abarcando más comprendes mejor. En realidad, el lector comprende mejor cuando se emprende esta tarea de una manera pausada, con la velocidad que exige el texto. La lectura veloz y los distractores no ayudan mucho a la comprensión ni al saber. +