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La infancia en la poesía de Jorge Fernández Granados

La infancia en la poesía de Jorge Fernández Granados
20 de julio de 2020
Manuel Iris

Sí, tu niñez ya fábula de fuentes.

Federico García Lorca.

Jorge Fernández Granados es uno de los poetas más importantes de México y de la lengua española. La lucidez de su trabajo poético —presente en libros como Los hábitos de la ceniza, Principio de incertidumbre, Lo innumerable, El cristal, Vertebral y la antología Si en otro mundo todavía — y la profundidad de sus reflexiones acerca de poesía —El fuego que camina es un ejemplo reciente—le han valido el lugar central que tiene en la literatura contemporánea de nuestro país, en el cual ha ganado ya los premios más prestigiosos del país (Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2000; Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 1995 y Premio Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada 2008)  y el —acaso más difícil— consenso de la crítica y los lectores. El presente ensayo se encarga de indagar acerca de una de sus obsesiones más evidentes: la infancia o, mejor dicho, la reinterpretación de las memorias de la infancia, desde el ahora.

El tema ha sido recurrente en sus libros, en los que a veces los poemas hablan acerca de la infancia, y que en otras ocasiones son escritos desde una infancia recordada y plena de objetos, personas y sensaciones. No estamos frente a un poeta que habla de su yo-niño como de un inocente, sino como un explorador de la realidad en un sentido casi metafísico: quien busca la lógica del cosmos. El niño, por supuesto, no la encuentra. Y el adulto tampoco.

Por motivos de espacio, leeré solamente dos poemas[1] “Arcadia”, incluido en La música de las esferas (1990),  y “La higuera” de Principio de incertidumbre (2007).

Arcadia

Arcadia es el nombre de una antigua ciudad griega que ha terminado por ser un país imaginario y perfecto en el que la armonía y la concordia son reales. El término arcadia se ha utilizado ampliamente en literatura para referirse a una utopía y  el texto que ahora comento está, desde su título, igualando la infancia con una utopía observada desde el presente:

Infancia,

pequeño quehacer de atentas soledades,

habitación mordida por el sol

de algún verano incontenible.

Seis barcos de papel

(vespertina piratería de cuadernos deshojados)

hundidos

en el agua dormida de un dormido estanque de un dormido tiempo.

Infancia feroz

De hombres lunares y muertes por minuto.

(…)

Infancia que me quedó grande…

(…)

Infancia cruda y grande,

bondadosa, forastera.

En el poema la infancia es un espacio inabarcable, lleno de pequeños instantes y objetos que el recuerdo puede apresar en su forma (barcos de papel, estanques, astronautas…), pero no en su significado profundo o definitivo: el poema no es la aparición de una epifanía, de una revelación poética acerca del presente o el pasado, sino la reconstrucción de ese paraíso perdido. Los ojos del adulto no alcanzan a comprender ni pueden explicar la infancia y se contentan con retratarla tan fielmente que ese retrato incluye la banalización de la muerte en el juego del niño (Infancia feroz/

De hombres lunares y muertes por minuto). En suma, la infancia es una arcadia que cuando se vivió no fue tal, que se ha hecho paraíso en retrospectiva.

Al final del poema la infancia es calificada con un adjetivo inquietante: forastera. Como si la infancia estuviese de paso por el mundo, como si la niñez no perteneciera a la realidad que la rodea, el poeta llama forastera a esta parte de la vida a la que igual llama, en el mismo verso y sin contradicciones, bondadosa. Forastera en un mundo que ha desterrado el juego y la fantasía (piratería de cuadernos deshojados, hombres lunares), la infancia es bondadosa porque los contiene y entrega en el recuerdo no por lo que significan, sino por lo que hacen sentir. Es un lugar al que se quiere ir por sus riquezas: una arcadia.

Así, la infancia no contiene la explicación de la vida ni el poema la explicación de la infancia, puesto que estamos frente al asombro del niño frente al mundo y del poeta frente al niño que fue y contiene: el misterio y el asombro siguen allí y el poema no pretende resolverlos. Algo cercano sucede en el siguiente poema.

La higuera

Luego de casi 20 años de exploración poética, el poeta ha regresado a su primer motivo: instantes de su niñez que no buscan narrar una anécdota particular, sino reconstruir un clima general, el ritmo de existencia que es la infancia, aunque ahora con la convicción confesa de que esa etapa ha sido la más dichosa:

Creo que fueron los mejores años de mi vida

los que no comprendí

y sólo pasaron

aquel verano donde rompimos los frascos delicados de la infancia

aquellos días de sol

donde guerreamos y caímos

llenos de música de ruedas de sangre en las rodillas

La anécdota es de nuevo sencilla: con improvisados carros hechos por ellos, los niños bajaban a toda velocidad por un camino terroso, a veces hiriéndose un hasta llegar a la vieja higuera, árbol que fue testigo de esa infancia de juego, riesgo y risas:

ese lugar

veloz

donde no éramos sino velocidad

inventando vehículos para vencer

en el camino cuesta abajo

por esa áspera pista de tierra negra hasta golpear con el cuerpo

contra el tronco de la higuera

la meta era la vieja higuera

A diferencia de los que juegan, la higuera es vieja e inmóvil. Ella representa la meta, el final de esa carrera infantil y el inicio, de nuevo, del mismo juego aquel verano recordado. La higuera, a diferencia de todo lo otro (los niños, los carros, el juego mismo) sigue allí, y su permanencia hace que de algún modo el recuerdo igual sea permanente. La higuera es el objeto, la prueba material y la evidencia del pasado de velocidad que se ha quedado para siempre dentro del adulto que no ha dejado de ser, como en los otros poemas, el niño que vivió lo que ahora es poema.

El hablante inicia y termina el poema admitiendo que la infancia fue el mejor momento de su vida:

aún tengo en la boca

el polvo de esos vehementes metros el vertical día

(…)

en el lugar que ya no existe

sino en la memoria

(…)

bajo el cielo y el torturado esplendor

de aquella vieja higuera

donde pintamos un verano nuestra meta

los que no paran todavía de rodar cuesta abajo

los pilotos con ruedas rudimentarias de metal y las rodillas raspadas los que van con todo hacia el final del camino donde se levanta la vieja higuera esos pequeños desarrapados y sonrientes vehículos de fe me retan todavía a rodar

desde los mejores años de mi vida.

Es curioso cómo este poema no encierra un aprendizaje ni una intuición: no hay enseñanza ni su posibilidad. La emoción del juego es tesoro suficiente y no se necesita nada más para extrañarla. Este no es un poema de crecimiento ni de indagación: es una visita al pasado para intentar acceder a esa sensación tan llena de sí misma e ignorante de todo lo demás.

El todavía del penúltimo verso (me retan todavía a rodar/ desde los mejores años de mi vida) deja claro a los lectores que en éste, como en otros poemas del autor sobre la infancia, la experiencia infantil se continúa en la vida adulta: ahora la infancia es esa colina desde la cual caemos vertiginosamente a la adultez, hiriéndonos las rodillas en el camino. Venimos rodando desde los mejores años de nuestra vida a esto que somos, esta vieja higuera.

A modo de conclusiones

Luego de haber leído estos dos poemas (por falta de espacio no hemos abordado más) no es aventurado decir la poesía de Jorge Fernández Granados no se acerca a la experiencia del niño para explicarla ni corregirla, sino para evidenciar que las dudas infantiles siguen estando allí: el adulto es el niño todavía. La memoria es un modo de hacer que el pasado sea un perpetuo presente, y la infancia es una arcadia, una utopía entendida retrospectivamente, un paraíso perdido en el mundo pero no en la memoria.   

Los poemas de Fernández Granados regularmente ofrecen una epifanía, una revelación poética. Sin embargo, cuando el tema es la niñez la voz poética no busca esa iluminación sino la posesión de un instante pasado y de la sensación provocada por él. La infancia en sí misma es un prodigio y no necesita el poeta buscar otros. La duda es la vía por medio de la cual la voz poética transita entre pasado y presente.

Por poemas como los que he analizado, y por todos los que no he podido incluir en este breve texto, Jorge Fernández Granados sobradamente merece el lugar que ocupa en la poesía contemporánea escrita en nuestro idioma.  

[1] Una versión más larga del presente ensayo puede consultarse en el libro “De vuelta a Xihualpa: lecturas críticas a la obra de Jorge Fernández Granados” publicado por la UNAM en 2019.