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Manuel Felguérez: una vida de abstracción

Manuel Felguérez: una vida de abstracción
Beatriz Vidal

Las aportaciones de experimentación artística, la influencia y creatividad constante de Manuel Felguérez siguen alimentando al mundo entero. En su obra pueden coexistir lo orgánico y lo geométrico, habitado por un visionario que destaca dentro de los artistas del siglo XX y XXI, siempre cuestionando todo, de ahí su grandeza y su inegociable libertad. Siempre riguroso su trabajo, sin concesiones, sin ideologías cruzadas, ha trabajado por más de 70 años para concentrarse en conversar en la dialéctica donde existe el arte y la sociedad. El proceso originario sigue siendo el mismo, sin atajos, sin máscaras, sólo a partir del material puro, donde se le asigna un nuevo significado a la materia, teniendo como única guía las reglas inmutables de la estética. Es una dicotomía de la reafirmación de la incansable creación y la conservación del espíritu puro y creativo.

Ve la entrevista completa en video:

 

Cuando yo cursaba la maestría en 1977 de Historia del Arte en la Universidad Iberoamericana, tuve la dicha de asistir a una conferencia magistral que Felguérez impartió junto a la doctora Beatriz de la Fuente. Él era entonces miembro del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM (1977-1998). Gracias a aquella conferencia, me decidí a estudiar el arte moderno. Mi vida profesional como directora de museos y miles de curadurías de exposiciones a nivel mundial siguen estando ligados a lo que una tarde escuché de su apasionante mente. Han pasado 42 años desde entonces, y ahora tengo el privilegio de platicar y compartir con todos la humildad y trayectoria de uno de los más importantes exponentes del arte contemporáneo de México.


¿Cómo era tu familia en Zacatecas? ¿Quién te inició en el camino de las artes?

Nací en una hacienda en el estado de Zacatecas, en un municipio llamado Valparaíso. Está donde se junta Jalisco, Durango y Zacatecas, en ese rincón. Le tocó a mi padre, y a mi madre un poco menos aguantar la Revolución, aguantar a los cristeros y, al final, la revolución agraria con Cárdenas; así que todo el tiempo fue vivir en una zona muy conflictiva.

En la hacienda donde nací uno se defendía a balazos. Soy del mismo año que comenzó el Partido Nacional Revolucionario —después el PRI—. Cuando tenía como siete años una hermana murió; mis dos hermanos y mis padres nos mudamos a la Ciudad de México, no por razones de gusto, sino para huir de esos problemas agrarios. Lo malo es que mi padre murió un año después y, con dos niños pequeños, a mi madre le dio miedo regresar.

Ya en la CDMX, hice la vida de todo mundo: Entré al Colegio México, que estaba en la colonia Roma, ahí hice la primaria y la secundaria. En la secundaria estuve muy metido en el movimiento Scout. Destaqué en esa situación; me encantaba el campo y escalar: subir al Popo, al Izta. Esa época de mi vida la pasé con Jorge Ibargüengoitia; en ese momento no teníamos una relación literaria, era cien por ciento de amistad y de aventura, de viajes. Con él asistí a una reunión internacional que hacían los scouts cada cuatro años. Era la primera reunión después de la Segunda Guerra Mundial; así que viajé a Europa en el 47, dos años después de terminada la guerra, con toda Europa destruida, con comida racionada y en situaciones muy complicadas. Viajábamos en trenes de cargas, como se pudiera.

¿Cómo te fue allá?

Fue díficil, pero convivimos con jóvenes de muchos países. Fuimos haciendo amigos por todas partes y los íbamos visitando y nos quedábamos con ellos, con quien nos pudiera recibir. El último día del viaje estaba con Jorge en el barco Discovery (en el que los ingleses llegaron al Polo Sur, con el capitán Scott que no pudo regresar de la expedición porque murió). Bajé a mi camarote, tomé un papel y empecé a dibujar el Támesis, los puentes de Londres, y le dije a Jorge: “Mira: ya soy pintor”. Entonces él se murió de risa, en alguno de sus libros, creo que es Los relámpagos de agosto, cuenta que le tocó ver nacer una vocación. Así que esa esa la historia.

¿Como nació en ti esa vacación?

De forma natural… visité Louvre, el Museo Británico, el del Vaticano… Ver las grandes obras de la humanidad me inspiró a tal grado que quise volverme pintor. Además de que no había nada más que hacer en Europa: veías calles, palacios, catedrales y museos. Me impactó la entrada de Notre Dame, sus vitrales… Sentí una emoción tal que supe que era lo importante. A los 18 años supe que quería dedicarme al arte.

El arte te cautivó, te tomó en sus brazos… como a todos los artistas, te empapó su esencia.

Hay una frase que dice que el arte viene del arte. Y ver la Gioconda, la Victoria, las grandísimas obras de la humanidad, fui absolutamente libre, mi familia no era culta, no tenía antecedentes, nada… era una locura de niños.

En la secundaria, yo me la pasaba en el campo. Me gustaba mucho atrapar animales. Pero ya estaba estudiando, así que no tenía tanto tiempo para atender a los animales. Cuando iba en secundaria, tomé clases de taxidermia y estaba formando un museo de animales disecados. Decidí que quería ser médico. Mi mamá estaba muy contenta con esa decisión.

Entonces fui al viaje y resultó que quería ser artista. Para estudiar arte tenías que entrar a San Carlos, ahí duré tres meses… me pareció una educación pésima. En esa época mis compañeros eran niños, yo ya había ido a Europa, no me sentía a gusto ahí. Así que quería volver allá.

Hiciste bien, entonces te fuiste a París

No te cuento la aventura… pero di con Ossip Zadkine, un escultor ruso que llegó a París a los 21 años, y uno de los tres escultores cubistas más importantes. Fue mi gran maestro. En 1949, hice un viaje a pie con él por los Alpes hasta llegar a Roma. En eso me llegó una carta de mi madre, que mi abuelo tenía cáncer y que regresara.

Volví. Después me dio por casarme, la primera vez, me fui a vivir un año a Puerto Escondido, donde llevaba mi mochila al cerro y traía barro. No había electricidad, pero los hornos eran de las panaderías del pueblo, ahí me dejaban quemar barro e hice terracotas. Las traje a Acapulco y expuse en el Instituto Francés, que era un lugar de mucha cultura, tenía cineclub y toda la intelectualidad de la Zona Rosa y Cuauhtémoc acudían ahí. Fue una exposición muy exitosa. De seguro las vendieron a diez centavos, porque es la primera vez que se ha vendido todo en una exposición. Esos son mis inicios como escultor.

De la taxidermia surge mi interés por la escultura. En vez de hacer animales, ojos y colas, eran modelos. Aprendí un poco del cubismo. Me fui con una beca a Francia dos años. Al volver aquí, con Lilia Carrillo, regresamos juntos y entramos a la galería Antonio Souza, en el 56, que era una galería muy snob y éramos los jóvenes. Exponían Leonora Carrington, Tamayo, Soriano, artistas muy reconocidos y de ahí despegué…. Llevé una vida de artista normal, siempre haciendo exposiciones.

Lo que es el destino de pintar un río, ¿no? De la taxidermia a juntar animales en un departamento, eso te lleva a Francia, conoces a gente…

Así es. Todo en esta vida es una sumar. Hay que exponer, pero también ganarse la vida porque un pintor joven nunca gana nada, entonces ¿de qué vives? En una temporada fui chofer, pasaba por niños y maestros en una escuela de Polanco. Ese fue mi primer trabajo, luego empecé con los murales en los sesenta. Puse un taller y conseguía murales, hice alrededor de treinta. El taller, con tal de hacerlo, no ganaba casi dinero. De repente no había dinero para pagar la raya, así que empeñábamos la pulidora o lo que fuera necesario.

Hablemos de la ruptura, este grupo surgió de la nada. Inclusive ustedes no se llamaban así, pero proviene de que ustedes estaban separados de la escuela mexicana de pintura.

Así como en mi primer viaje a Europa me convertí en artista, en mi viaje a París me convertí en artista abstracto al ver una exposición en el museo Rodin de escultura colectiva. Ahí vi un mármol pulido que me encantó. Volví a verlo para descubrir el porqué, era de Jean Arp. Al volver a México, al 56, seguí sus pasos. Para mantener el taller, empecé a hacer esculturas de hierro de formas de animalitos. Ahí mismo con los obreros. Luego los vendía en las tiendas de artesanía. Luego vino la Olimpiada y empecé a hacer deportistas. Todo se vendía barato en hoteles y tiendas de todo tipo. Mucho tiempo me mantuve de eso.

Es impactante, es un sacrificio muy grande para poder tener recursos, para poder vivir.

En el 68 estuve muy metido en el movimiento estudiantil. Fui, como decirlo, representante de los artistas e intelectuales dentro del comité de lucha, organicé una vaca para restaurar una escultura de Lehmann que estaba vandalizada. Organizamos un mural colectivo en el muchos amigos, a cualquier hora, podían ir a pintar lo que quisieran… nos corrió el ejército porque tomó la Universidad, sin embargo, la exposición solar siguió.

Nosotros, los amigos, nos rebelamos y formamos el salón independiente que vivió 3 años.

¿Dónde se hizo?

El primero se hizo en el centro Isidro Fabela, en San Jacinto, el segundo, al ya tener la Universidad disponible se hizo ahí, también fue sede el Museo Universitario de Ciencias y Artes (MUCA). Éramos 40 o 50. Rojo, Cuevas, Rafael Coronel, Roger von Gunten…

Estaba tu esposa también.

Sí, el más joven era Sebastián. Tengo muchas exposiciones en México y el extranjero, son experiencias de lucha conmigo mismo para superarse, siempre con la idea que el arte es invención, es creación, no repetición, sino te vuelves artesano de ti mismo. Hay una diferencia entre la voluntad de hacer arte y hacer pintura; puedes ser un gran pintor y no ser artista, lo mismo pasa con un escultor. El arte es una cosa misteriosa, muy difícil de definir. Es como el amor, es como la religión, se vuelve una especie de religión a la que le dedicas toda tu vida en aras de buscar algo que no sabes que es pero lo buscas y lo buscas, y vas cambiando. Nunca le llegas, siempre buscas y transformas. Me tocó la suerte, por un lado, de tener un apoyo del Estado porque las exposiciones yo las conseguía, pero las obras las mandaba la Secretaría de Relaciones Exteriores, así está organizado el país. Yo conseguía la invitación a un museo tal, por ejemplo, una vez Rafael Tovar y de Teresa me consiguió cinco o seis exposiciones de primerísima calidad en Bruselas.

Hablemos de los libros ¿Cuáles han sido los más importantes para ti?

Los libros van cambiando según las edades. No es lo mismo lo que leía de joven a lo que leí después. Te va llevando por distintos caminos. Cuando iba a excursiones leía una serie -quien sabe- que hablaba de sombras, detectives, que se compraban en los puestos de la esquina. Después leí ciencia ficción. Me encantó. Leí y aún tengo muchísimos libros de ello. En 1957, 1958, me publicaron un cuenta de ciencia ficción en la revista de la Universidad, por lo que podrían considerarme un pionero del género en México.

Quiero hacer una referencia: fuiste miembro de 1977 a 1998 del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, yo estudiaba historia del arte en la Ibero y tuve la dicha de estar contigo en una conferencia que diste con la doctora Beatriz de la Fuente, eso me cambió la forma de ver y entender el concepto del arte… llega un punto en el que tienes que decidir si estudias arte prehispánico, colonial o moderno, gracias a la conferencia decidí estudiar arte moderno por la claridad de tus conceptos. Ese cambio ya tiene 38 años y eso te lo debo a ti. Ese trabajo de investigación que no ha parado, me gustaría que lo comentaras… es parte de tu esencia.

Yo tenía algunos antecedentes. San Carlos, de maestro, que también lo fui, al parar los murales para ganar lo necesario. Tenía que dar 38 horas de clase a la semana. Cuando regresé de Europa, en 1956, uno de los que me recomendó fue Mathias Goeritz y al verlo me dijo que lo hicieron director de la carrera de artes plásticas en la Ibero, así que me ofreció ser su maestro de escultura ¡Una maravilla! Entonces, se daban las clases en lo que ahora es el restaurante San Angel Inn, en uno de sus salones, fui fundador de la carrera de diseño industrial, así que soy maestro jubilado desde hace 30 años.

La investigación, tus conferencias, hacías que fuera sencilla la terminología. Yo tuve la oportunidad de estar como curadora en el Museo de Arte Moderno donde estuvo el cuadro de La gaviota, maravilloso, que es enorme, dos metros por tres 28. Extraordinario. En los 70 viene Signos convexos. Tienes un cambio, que siempre estaba en la búsqueda, no es que cambies porque pasan periodos sino que es una búsqueda constante.

Cuando entré, de repente, a la Coordinación de Humanidades, Bonifaz Nuño me nombró investigador de tiempo completo, el problema fue nada más investigar. Estaba naciendo la computación. Si esto es matemática y el chiste es acelerar el cálculo. Yo hago geometría, eso es transformación. Esa es la historia.

Aparte de las artes ¿Que otra disciplina, además de la literatura, ha sido importante para ti?

Ya no terminamos de hablar de la literatura. En la preparatoria, por ejemplo, me hicieron leer a Dostoyevski, Crimen y Castigo, me fui por los rusos. Luego, en Francia, me encanta leer a sus autores. Son épocas. En mi infancia me marcó La isla del tesoro. Después de las vaciladas que te platiqué, entré en serio con eso. Luego los rusos, los franceses y otros libros aislados, de la literatura nórdica, Knut Hamsun y La trilogía del vagabundo. Me encantaba. Eran paisajes y cerros. Te puedo mencionar muchos, cada uno tiene sus épocas, ninguno domina totalmente. Había que leer a los amigos, comentar sus libros. Eran parte de la vida social, de los mexicanos, a quien sigo admirando, es a Rulfo. Octavio Paz no se diga, fue mi amigo. Todo lo que escribió me fascina, sus ensayos.

Octavio escribió de ti. Te definió. Escribió mucho.

No mucho (risas). Coincidimos en Cornell y en Harvard, cuando dimos clases de literatura comparada y yo estaba investigando lo de las computadoras. Me encantaba su poesía y sus ensayos.

¿Que libros estás leyendo actualmente?

Ahorita no estoy leyendo nada. Sencillamente porque tuve una lesión en el ojo, las líneas se me cuatrapean. Me estoy curando, puedo pintar, veo perfecto a la distancia, pero las letras no las distingo.

Platícame del arte como un camino para superar a la humanidad.

Uno de los libros que filosóficamente más me marcaron y más usé como maestro fue Las ideas estéticas de Marx, de Adolfo Sánchez Vázquez, ¿Por qué? Porque San Carlos es muy de izquierda, y yo venía de la elite. Yo era de los conservadores. Pensé que era muy conveniente usar de teoría al joven Marx. Me encantó el libro. Fue muy determinante para mí, fue mi libro de cabecera.

¿Eres consciente de todos tus esfuerzos?

He tenido una suerte extraordinaria. Creo que ya no puedo hacer más… y, para colmo, a los 90 años, me cayó la suerte de pintar un cuadro para las Naciones Unidas, que tiene como gracia ser una sola tela de 9 metros por 3 y que está en el mejor muro del mundo. Parece presunción, pero no… ningún museo me va a regalar permanente un muro. Y ahora lo tengo… Nueva York sigue siendo una de las grandes capitales del arte en el mundo, en una de las ciudades más destacadas, un muro enorme, junto a todas las banderas del mundo, es un lujo. Una suerte, un destino, no lo sé. Pero lo pongo como punto final. No sé qué más pueda hacer, pero, por lo pronto, no pudo haber ido mejor. +