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El sepulcro de Yeats: un misterio y una canción

El sepulcro de Yeats: un misterio y una canción

Redacción +C


Un día como hoy, pero de 1939, falleció en Roquebrune-Cap-Martin, en el sureste de Francia, el poeta irlandés William Butler Yeats, premio Nobel de literatura en 1923.

El sepulcro de Yeats

Yeats había instruido a su esposa, Georgie Hyde-Lees, que lo sepultaran ahí mismo en Roquebrune, y que después de que el mundo dejara de ponerle atención trasladara sus restos a la ciudad irlandesa de Sligo, “el lugar que más influencia tuvo en mi vida”, para darles reposo perpetuo. Y así se había hecho.

Pero en años recientes se hallaron documentos de comunicación entre las embajadas irlandesa y francesa que demuestran que, aunque el poeta fue sepultado en el cementerio de la iglesia local, sus restos fueron retirados de ahí siete años después a un osario común. Cuando se cumplió la voluntad de Yeats de devolverlo a Irlanda, lo que fue transportado fue un esqueleto armado con los huesos que mejor empataran con lo que pareciera que fuera su osamenta.

Esos documentos aparecieron en el castillo familiar de un descendiente del poeta católico francés Paul Claudel, que tuvo trato de amistad con Yeats.

Un simbolismo involuntario, como ilustración del simbolismo literario de sus versos, los restos de Yeats se erigen como una manifestación más de su aura poética.

“Yeats’ Grave”

La banda de rock irlandesa The Cranberries lanzó en su álbum No Need To Argue una canción basada en el poema “No Second Troy” de Yeats. Aunque el poema trata de un reclamo amoroso, el título de la canción (“El sepulcro de Yeats”) hace que hoy venga bastante al caso, especialmente cuando el pasado 15 de enero se cumplió un año del fallecimiento de la líder de la banda, Dolores O’Riordan, a quien recordamos mediante este pequeño doble homenaje.

No habrá una segunda Troya

Por qué habría de culparla por llenar mis días

de miseria, o de que últimamente

enseñara a hombres ignorantes la violencia,

o lanzara las calles pequeñas contra las grandes.

¿Acaso era igual su valor a su deseo?

¿Qué podría haberla apaciguado con una mente

cuya nobleza hacía simple como el fuego,

con una belleza como un arco tendido, de un tipo

que no es natural en esta época

alta y solitaria y muy severa?

Y, ¿qué podría haber hecho, siendo ella quien es?

¿Había una segunda Troya que ella pudiera hacer arder?