El peso ligero de la estatua: “La generación de la angustia. Poetas nacidos entre 1936 y 1985”, de Armando Salgado

El peso ligero de la estatua: “La generación de la angustia. Poetas nacidos entre 1936 y 1985”, de Armando Salgado
06 de abril de 2020
Claudia Posadas

Bajo un panorama histórico pleno de diversas transformaciones en la concepción de la poesía latinoamericana que parte de principios del siglo xx, es viable, en la actualidad, plantear una posible poética de la innovación desde lo que llamo la perspectiva del abordaje, es decir, desde la aproximación al texto poético a partir de la manera en que éste es asediado por la sumatoria de diversos elementos, lo que implica tener una claridad de la estrategia discursiva, de la estructura, del uso crítico de los recursos y de una conciencia del trasfondo de sentido, semántico y anímico con que se escriba sobre los “viejos” y eternos temas de lo humano a partir de nuestro también “viejo”, aunque caminante, a la manera shakesperiana, bosque del lenguaje, “lenguaje de raíces”, como diría, paradójicamente, el chileno Jorge Teillier. Pero de paradojas, contradicciones, encuentros con “la tradición y la innovación impugnadora”, está hecha nuestra poesía.

Consciente de su contemporaneidad, Armando Salgado (Uruapan, Michoacán, 1985), uno de los jóvenes autores con una amplia y reconocida trayectoria, ha asediado desde una particular barrera de abordaje, su materia poética, en este caso, la heterogeneidad de hablas, atmósferas y conciencias en La generación de la angustia. Poetas nacidos entre 1936 y 1985 (Secretaría de Cultura de Campeche/Puerta Abierta, Editores, 2019), uno de sus libros más arriesgados, que le valiera el Premio Internacional de Poesía Ramón Iván Suárez Caamal 2017.

El libro está conformado por un enjambre, un avispero, un trinar de 15 voces de autores de diversas generaciones y latitudes, incluidos en algunos casos, sus traductores y las imágenes de un fotógrafo, entre ellos, Ester Velázquez (1936-1972), Uruapan, Michoacán, nostálgica, serena, quien revive como un Fénix, de su tristeza; Lucas Miramontes (1978), Lima, Perú, cuya intensidad anímica se despliega bajo los puentes del tiempo que deshacen a los seres cercanos y a la memoria de la infancia; Thibault Mignon (1951), Puerto Príncipe, Haití (traducción de Louis Green), cuya desazón y vacío hierve y sulfura en el sin sentido de lo cotidiano; Pablo Vicente de Santa María (1949-1998), Valparaíso, Chile quien, ante la finitud, se conforma en una existencia sin sobresaltos; Sofía Montealbán (1985), Antigua, Guatemala, una voz más contemporánea quien también, ante el tiempo, la degradación, la enfermedad, se inserta en la caravana zombi; Fernando Nicolás (1968), La Paz, México, quien nombra la precariedad del nacer sin alas en la tarde de lluvia del poema; Mina Nathalie (1983), Los ángeles, EEUU, traducción de Rubén Morín, acaso la más prolífica de los autores incluidos y quien hace una crítica del sistema de su país, desde la metáfora de la sociedad de consumo y sus personajes y productos simbólicos; Bartolomeu Silva (1963), Lençois Marahenses, Brasil, traducción de Guillermina Navarrete, quien atraviesa con su desencanto, paisajes de infancia del autor que nos compete.

Sin embargo, no estamos ante un recuento generacional verdadero, sino ante una antología ficticia que da cuenta de autores, fotógrafos y traductores ficticios quienes hablan por boca de la voz poética y prolífica de Salgado. El libro está conformado por poemas de diversas épocas y etapas en que el autor identificó variantes de su poética, de sus temas y de sus filiaciones. A decir del mismo, “di voz a las circunstancias e ideas de quienes ha sido uno en el tiempo”. Y he aquí que, en el interregno de la creación, se forja la estrategia para crear una totalidad poética, y qué mejor manera de hacerlo que plantear esta antología apócrifa para construir una metáfora de sus diversos dramas en gente, dijera Pessoa. Esta concepción, aunado a los recursos, las narrativas, el uso de fotografías dialogando con la imagen poética, el lenguaje y preocupaciones particulares de cada poeta irreal, es lo que llamo el asedio, el abordaje de un objeto poético, de un tema, en este caso, la heteronimia de sí mismo.

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Y ya que hablamos de heteronimia, de personalidades distintas que, en caso de un escritor, conforman sus diversas hablas y lenguajes, es decir, sus heterónimos, invocamos una gran tradición de la literatura latinoamericana que ha sido citada eruditamente por Adolfo Castañón, quien por cierto fue uno de los jurados del Premio Joaquín Xirau Icaza 2015 que le fuera concedido a Salgado con su libro Cofre de pájaro muerto (UNAM, 2014), en la que se inscribe esta intención del joven autor que toma forma en el gran poeta venezolano Eugenio Montejo en sus múltiples identidades con que escribió, especialmente en El cuaderno de Blas Coll y, anteriormente, en célebres casos como “Las Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo (1934-1936) de Juan de Mairena, amigo o heterónimo de Antonio Machado; la misma que prosigue Augusto Monterroso con Eduardo Torres y su San Blas literario, en Lo demás es silencio, la misma que practicaron Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares en Las Crónicas de Bustos Domecq y que alcanza al profesor navegante llamado Maqroll, inventado por Álvaro Mutis, para no hablar, por supuesto, de los heterónimos de Fernando Pessoa”.

Y es precisamente la figura de Fernando Pessoa, debido a la voz melancólica, memoriosa de un pasado idílico, crítica de la realidad y del presente, angustiada por la condición precaria de la existencia y de la materia, la sombra que más le asombra a Salgado, o tal vez, como dice Eugenio Montejo en un poema de El alfabeto del mundo, el peso estatuario que más le pesa:

La estatua de Pessoa

La Estatua de Pessoa nos pesa mucho,

Hay que llevarla despacio

Descansemos un poco aquí a la vuelta

Mientras vienen más gentes en ayuda.

Tenemos tiempo de tomar un trago.

 

Son tantas sombras en un mismo cuerpo

Y debemos subirlas a la cumbre del Chiado.

A cada paso se intercambian idiomas,

anteojos, sombreros, soledades.

 

Démosle vino ahora. Pessoa siempre bebía

En estos bares de borrosos espejos…

¿Por qué no va a beber su estatua?

(…)

La generación de la angustia. Poetas nacidos entre 1936 y 1985 es un baile de máscaras esperpénticas, sonrientes, feroces, gimientes, llorantes, desasosegadas, rebeldes, que conforman, emulando a Castañón, ese “enjambre de voces”, ese “ser colectivo” que es Armando Salgado en este libro y a través del cual este autor nos habla desde sus diversas angustias en lo que va de su paseo por el tiempo y la Tierra por lo que finalmente es esa experiencia, no la estatua, no la máscara, sí la angustia, si las sombras, lo que pesa y de lo cual, al escribir este libro, se despojó el poeta, levantando aún más su voz, serena, ligera, como el peso de un ave, concluiría Montejo, en el poema citado:

No hay que apurarse. Llegaremos.

Lo que más cuesta no es la altura de su cuerpo

Ni el largo abrigo que lo envuelve

Sino las horas del misterio

Que se repliegan pétreas en el mármol.

Cuando a diario soñó por estas calles

Y desoñó y volvió a soñar y desoñar;

El tiempo refractado en voces y antivoces

Y los horóscopos oscuros

Que lo han cubierto como una gruesa pátina.

Alzar sólo su cuerpo sería fácil.

Aunque se embriague, no pesa más que un pájaro.

Qué bueno que estas voces liberaron al poeta del peso de la estatua de Pessoa, de sus sombras, y las de todas aquellas voces y antivoces que lo preceden, para dar paso a nuevos caminos, nuevas estrategias, nuevos asedios y abordajes. Los nombres e identidades de cada poeta conjetural responden a una ofrenda, a una memoria: alguno de ellos es el abuelo del autor o su madre, o implica su relación con la ciudad de México o con su tierra natal, pero todos ellos honrados y exorcizados en la palabra, para abrir la ruta de la voz propia.

En cuanto a sus poéticas, con esta muestra de espejos, vamos viendo cómo se han desarrollado los recursos, las hablas y los lenguajes del autor, por ejemplo, Esther Velázquez, quien abre el volumen, nos muestra un verso acaso más lírico y fino que va dando paso al habla de Fernando Nicolás, quien va complejizando la escritura y la voluntad narrativa del texto, a la de Mina Nathalie, una de las voces más contemporáneas del libro tanto en su propuesta estética como en sus asuntos, o a la de Bartolomeu Silva, acaso la sombra más personal e íntima de Salgado y la voz poética más desarrollada y experimentada.

Para Salgado, Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2017, este libro representa una bisagra en su obra en la cual va entretejiendo, en este hilado de sombras versátiles, sus preocupaciones poéticas y estéticas, y un oficio cada vez más depurado con lo que se perfila como uno de los autores más consolidados de su generación. Enhorabuena, Armando Salgado.+