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El librero de… Antonio Saborit

Vive dentro de una circunferencia en la que la literatura ocupa su centro y la historia traza su móvil e inestable perímetro. Es editor y traductor de las cartas de Tina Modotti, Una mujer sin país, 1992, 2000, y de escritos de Marius de Zayas como Crónicas y ensayos, 1909- 1911. Autor de libros como Los doblados de Tomóchic, un episodio de historia y literatura. También investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia, profesor de literatura inglesa en la Facultad de Filosofía y Letras y director del Museo Nacional de Antropología.

¿Cuántos libros tienes?

Ni idea. En este espacio hay como doscientos metros lineales de libros. En la oficina tengo otro tanto.

¿Cuál es la joya de la corona del librero?

Tengo una democracia y va rotando. La más reciente querencia fue “Mis años con Harlod Ross”, de James Thurber.

¿Cómo tienes ordenados tus libros?

Clásicos, [letras] inglesas y norteamericanas, francesas, alemanas, rusas, españolas, italianas; tengo un poco de Perú, mucho de la historia del libro, letras argentinas. Allá tengo demasiado de vanguardia, novela contemporánea, al fondo literatura mexicana; así los encuentro, y luego montoncitos temáticos que tienen que ver con lo que estoy trabajando.

¿Qué libro, disco y película te cambiaron la vida?

Disco: “Concierto en Colonia”, de Keith Jarrett. Libro: “Llámenme Ismael”, de Charles Olson. No sé si me la cambiaron, pero me la enderezaron. Película: “El Último Tango en París”.

¿Cuál es tu libro favorito?

Tengo varios, ¿por qué sólo uno? Me gusta leer los libros que los escritores dicen que son sus favoritos. Así llegué a “Laura”, de Eva Caspary. Decía Onetti que le gustaba mucho esa novela. ¿Cuál podría ser mi favorito? No lo sé.

¿Qué título has regalado?

“Llámenme Ismael” lo regalé mucho. También la novela de Jaime Muñoz Vargas, “Juegos de Amor y Malquerencia”, que me gusta muchísimo; es una novela breve, ubicada en la región de La Laguna a principios del siglo pasado y habla sobre el beisbol.

¿Cuál es el más nuevo?

“Apuntes Sobre México”, de Harry Kessel.

¿Qué libro no has regresado?

Qué buena pregunta. No deben ser muchos, pero uno de ellos es la biografía de Wolfgang Paalen, de Amy Winter.

¿Cuál es el más viejo?

Una traducción de Ovidio, ése es el más viejo.

¿Cómo llegaste a la literatura?

Como la canción: despacito. Empecé por medio de la lectura, nada más. Entre la literatura y el cine, que era lo que más me gustaba en la adolescencia.

¿Cuál es el autor que más se repite en tu biblioteca?

Uno de ellos es Leonardo Sciascia. “El Teatro de la Memoria” lo regalé, lo presté, estaba seguro de que lo tenía; vi que estaba a treinta pesos, compré tres, regalé dos, me quedé con uno, y luego me di cuenta de que no lo tenía. Ya está completo el set. Otro es “Naipaul”.

¿Cuál fue el puente entre literatura e historia?

El deseo de acceder no a una explicación, sino a un relato o a una relación de hechos mucho más acabada, compleja y densa que la que ciertos historiadores suelen dar. Desde luego no fue la novela histórica, tengo mis reservas con ella, y me gustan algunas, porque son buenas novelas, no porque sean históricas. Y justo fue Leonardo Sciascia.

¿Qué es primero: la biblioteca o el lector?

Podría decirte de entrada que es el lector, pero también siempre he dicho que es importante que haya libros en donde vives, porque si no es más complicado que el lector aparezca. Al final van juntos. El ejercicio de la lectura termina creando ese humilde coleccionismo que son los libreros. Un librero se empieza a formar con los libros que vas leyendo y que te gustan, que quieres tener cerca de ti. No creo que sea al revés, que primero compres, adquieras, formes una biblioteca y que luego la empiezas a leer.

¿Cómo se le pierde el miedo a los libros?

No sé si sea por miedo. Las personas leen todo el tiempo, así sea en la pantalla de su teléfono: tener en la palma de la mano la posibilidad de acceder a un sinnúmero de noticias, o bancos de información, de revistas o de periódicos, las ha llevado a leer más. Y muchos que no leían, que no se acercaban a los libros, se van a acercar de manera más natural. Quizá la gente no lee lo que un profesor de literatura querría que leyera la gente, pero sí lee bastante.

Ésta y otras entrevistas en Revista Lee+ número 100: