Cualquiera puede ser un impostor (y qué miedo)

Soy persona de muchos miedos raros. No lo digo con orgullo aunque, la verdad, algunos me han servido para romper el hielo en reuniones donde no co- nozco a nadie (porque soy, además, persona de muchas timideces y torpezas sociales). Un ejemplo: cuando voy manejando camino a mi trabajo, al pasar a través del bosque de Chapultepec, y veo un automóvil estacionado al borde del camino y el conductor está dentro, con cara de nomás estar perdiendo el tiempo, me da una punzada de ¿y si este fulano es un loco a punto de ser descubierto, listo para matar a todo el que se le atraviese? Por suerte, este miedito es raro pero no irracional: sé perfectamente desde cuándo lo tengo y por qué. La culpa, toda, es de un libro. Uno que les voy a recomendar ahora mismo, por supuesto.

El adversario (Anagrama), de Emmanuel Carrère, no es un libro etiquetado como “juvenil” ni como “horror”, pero desde que lo leímos en casa (ah, porque lo leímos juntos Alberto y yo, turnándonos para leer en voz alta y escuchar con nervio y atención) supe que era ese tipo de libros que yo habría amado a los 15 años. Así que, juvenil o no, si ustedes disfrutan las tramas detectivescas, las narraciones de antihéroes, las sagas de misterio, los estudios de personaje o las historias “basadas en hechos reales”, El adversario les va a fascinar, porque es todo eso y mucho más.

La anécdota principal es, como ya les adelanté, la de un caso real. El 9 de enero de 1993, un fulano de nombre Jean-Claude Romand mató a su esposa. Y a sus hijos. Y a sus papás. Y a su perro (¡en serio!). También trató de suicidarse pero ahí es donde le falló la determinación o la puntería. ¿Por qué le dio semejante ataque de asesinitis? Pues resulta que Romand llevaba años y años de impostura y sabía que el teatrito estaba a punto de caérsele. Le daba tanta vergüenza que su familia se enterara de que les mentía desde que tenía 18 años, que… claro, mejor matar que decir “lo siento”, ¿verdad?

En este punto se deben estar preguntando ustedes con respecto a qué mentía Romand, como para que prefiriera matar a todo mundo que decir la verdad. La respuesta es: prácticamente en todo. Quienes creían que era un médico exitoso, que trabajaba en la Organización Mundial de la Salud, que podía mover ciertas influencias para conseguir un tratamiento súper exclusivo (y carísimo) contra el cáncer, que viajaba por todo el mundo dictando conferencias. La verdad era que, cuando estaba en segundo grado de la carrera de medicina, Romand faltó a un examen importante y, desde entonces, todo fue un engaño: ni siguió cursando sus estudios, ni se graduó, ni consiguió
trabajo alguno (y menos uno tan prestigioso como el que presumía).

Para mantener el tren de vida que correspondía a su papel, estafaba a su familia y amistades (con lo de los medicamentos para el cáncer y con supuestos fondos de inversión a los que decía tener acceso por su trabajo en la OMS). Todo parece indicar que mató a su suegro cuando éste estuvo a punto de descubrirlo y, tiempo después, estuvo a punto de matar a su amante (ah, porque encima de todo tenía una amante, a la que también estafó, por cierto) pero, al no poder hacerlo, fue que mató a su esposa, hijos y padres.

Pensarán ustedes ahora: ¿y para qué nos recomienda el libro si ya nos lo contó completo? Pues no, queridos: esto que les conté es apenas el principio de la historia. Emmanuel Carrère, quien por cierto es un gran escritor, nos regala un texto que está a medio camino entre la novela y el reportaje, en el que trata de explicar cómo puede alguien aparentemente normal construir una
vida de mentiras como ésta y luego ser capaz de matar justo a las personas que se supone que más le importan, antes de admitir que la regó. Por cierto: si se preguntan qué hacía Romand todo ese tiempo que se suponía que estaba trabajando y viajando, la respuesta es precisamente que se iba a estacionar al borde de la carretera, en un bosquecito, a dejar pasar el tiempo (o a leer sobre medici- na y sobre los lugares que se suponía que visitaba, porque era un mentiroso bien informado). A eso se debe mi inquietud cuando veo coches estacionados en Chapu. Porque otra cosa que nos deja El adversario es esa sensación de que cualquiera de nosotros podría caer en un pozo de mentiras sin apenas darse cuenta: ¿quién no ha dicho una, aunque sea chiquita, alguna vez? ¿Cómo saber si no será el principio de una vida completa de impostura? Eso, queridos míos, es terrorífico.

Este texto fue escrito por Raquel Castro y publicado originalmente en el número 112 de Revista Lee+. Pueden leerlo en su versión digital dando clic aquí o en su versión física, disponible en todas las Librerías Gandhi del país.