Christian Peña y los cuerpos falibles

Christian Peña y los cuerpos falibles
14 de julio de 2020
Itzel Mar

Solo existe lo ya nombrado. Por esa razón es imprescindible que sobreviva la poesía; sin la capacidad creadora de la palabra, lo humano se desvanece. Cuanto menos lenguaje somos, menos vida nos aguarda. “Dar a ver es la labor del poeta”, dice Paul Eluard. Y de inmediato pienso en Christian Peña (Ciudad de México, 1985). Sus ojos parecen hurgar más allá de lo permisible y transmiten con franqueza su curiosidad por la incandescencia de los desasosiegos. En sus versos hay bañeras, olas que se elevan hasta el cielo y arrasan con todo lo inexistente, cigarros que encienden el fuego de volcanes, pintores oriundos de tierras donde “la luna es un diente de ajo”, cabezas decapitadas rodando en los desiertos, miembros fantasmas que regresan al lugar donde faltan, naufragios hacia dentro y hacia fuera, escenas del crimen, amantes improbables, humo de trenes que enferman de nostalgia los pulmones, mariposas como sueños, cicatrices en la respiración. Poeta de las revelaciones de lo insoportable. Le gusta el eco de los monólogos en las profundidades de los elementos: el agua, la tierra, el fuego en el interior del fuego. Novalis afirma: “Cuanto más poético más verdadero”, y Peña lo sabe; sus textos nacen de la indiscreción precisa, de la desnudez de las vivencias y de la palabra al rojo vivo. Encontramos, constantemente, en sus libros conversaciones con otras voces líricas, un hablante poético que insiste en los subterráneos de la realidad y el rompimiento llevado al límite de la confesión. Marginal y agitado. En sus poemas, el agua se desborda hasta convertirse en catástrofe, y la muerte aparece cercana, como en un ensayo cotidiano:

Mares, oh, mares. Plastas de azul sobre el lienzo en blanco.
Haz que naufrague un buque que transporte alcohol, y no
patos, y entonces tendrás un mar puesto para incendiarse.
Entonces, sabrás que todo elemento parte de la ceniza.
Ya no fumes, papá, no fumes.
Recuerda el color de los ahogados y lo bellos que son después
de perder el aire. No fumes mientras cortas mis uñas. No
mueras. No te hagas ceniza. Tus pulmones son balsas de hule
a las que el sol deterió en medio del océano. No subas a ese
buque cargado de alcohol. No incendies el mar con tus palabras. No calcines el mar de tu mirada. No te mueras.

Un tema esencial en la lírica de Christian Peña es el cuerpo como territorio conmovedor y decadente. En sus versos se transparentan terceros hemisferios cerebrales, alvéolos llenos de alquitrán, “huesos de leche” de un niño muerto, la esdrujulante sífilis, fiebres equivalentes a epifanías. La enfermedad y su realismo extremo como conocimiento minucioso del infortunio:

Los treinta y tres me rondan:
zopilotes de oscuros vaticinios.
Lo supo Cristo al fin de su agonía,
suspendido y descalzo:
no hay cielo para los enfermos de esto;

la carne
-no la carroña-
es la que resucita

Me llamo Hokusai (FCE, 2014) es un libro de poesía que utiliza la narrativa como estrategia para indagar las certezas terribles. En él prevalece la murmuración de lo indivisible. El hombre nunca está tan solo como cuando se encuentra con sus pérdidas; nada más íntimo que el dolor. Frente a la agonía de lo roto, el lenguaje falla y se quiebra la voz. Sin embargo, el poeta se vale de la propia escritura para no permanecer inmóvil frente a la herida. En El síndrome de Tourette (Cuadrivio, 2015), la vulnerabilidad del yo se ve reflejada en el lenguaje caótico, en la crisis de un discurso excedido y su cacofónica sintaxis que deja como secuela en el lector un asombro del alma en convalecencia y la tristeza proveniente –a pesar de la desmesura– de las palabras que no están. Expediente x.v. (Vaso Roto, 2016) es un experimento poético con tintes de novela policiaca donde el cuerpo es el cuerpo del delito. El poeta Xavier Villaurrutia fue encontrado sin vida en su departamento: como causa probable de su muerte se argumentó una “angina de pecho”; sin embargo, las circunstancias exigieron investigaciones exhaustivas.

La poesía dispone a su antojo del placer y de la desesperanza, de las equivocaciones y de los símbolos; encarna en la experiencia y es un ejercicio del libre albedrío de la pasión. Ampliamente reconocido por su obra y, sobre todo, querido por su honestidad y la osadía en su experimentación poética, Christian Peña nos vuelve cómplices de sus preguntas y de sus alumbramientos. Si nos acercamos a su obra, disfrutaremos de esas largas conversaciones que le gusta entablar con los muertos, con los vivos y con los que no saben si son unos o son otros. Sus libros exigen un acercamiento cuerpo a cuerpo, bajo la consigna de que tras la lectura aparecerán efectos secundarios: vértigo, respiración angustiosa, delirios, espasmos poéticos involuntarios y la obsesión por devorar las mismas páginas, de nuevo, por primera vez. +