Al ritmo y color de Amalia Hernández

Cuando menciono a Amalia Hernández (Ciudad de México, 1917-2000) la mayoría de las personas con las que convivo saben de quién hablo, y es que existen personajes de la historia de los que difícilmente no hemos escuchado hablar. Amalia, coreógrafa, bailarina y productora, fue una mujer cuyo trabajo emergió de forma prolífica: no sólo incursionó en la danza, sino que se interesó por distintas manifestaciones artísticas. Reconocida en los ámbitos nacional e internacional por fundar el Ballet Folklórico de México, Amalia resulta una figura que se erigió como símbolo de la cultura mexicana.

Como cualquier personaje con éxito, su papel y su obra son controversiales: sus pasos han sido seguidos por un público fanático, pero también por detractores empedernidos. Lo que resulta indudable es que Amalia forjó una carrera artística sólida que comenzó desde su infancia: hija de Lamberto Hernández —hombre de negocios, militar y político—, y Amalia Navarro, fue apoyada desde chica en sus estudios, y más tarde en su carrera profesional dentro de la danza. Desarrolló su sensibilidad artística gracias a su madre, que tocaba la guitarra, cantaba y pintaba junto a Amalia y sus cuatro hermanos.

Pronto la familia tuvo que aceptar que su camino era la danza. Aficionada desde niña, relataba que todos los días, camino hacia la primaria, pasaba frente al Palacio de Bellas Artes y soñaba con poder bailar ahí algún día. Después de aceptar su vocación casi como un destino, su padre le pagó clases privadas con algunos reconocidos maestros de danza; la pequeña Amalia aprendió danza mexicana, española y ballet.

En 1934, ingresó a la Escuela Nacional de Danza dirigida por la famosa bailarina y escritora Nellie Campobello; sin embargo, poco tiempo después tuvo que dejar la escuela por conflictos con la directora. Al salir, buscó a la maestra Estrella Morales y en su academia conocería a una de las influencias más importantes en su carrera: Waldeen von Falkenstein, pionera en danza moderna mexicana, la cual reclutaba bailarinas para crear el Ballet de Bellas Artes, experiencia en la que Amalia no pudo participar, ya que su familia la retiró del grupo.

Tiempo después, en 1948, Hernández se incorporó a la Academia de la Danza Mexicana para la primera temporada en el Palacio de Bellas Artes. Carlos Chávez, primer director del Instituto Nacional de Bellas Artes, reconoció el talento y la capacidad de Amalita, como él la llamaba. Ella sabía la importancia de impulsar la danza en México como una manifestación endémica que daba cuenta de la sociedad y la historia. En el mismo año de 1948 la bailarina participó en la fundación del Ballet Nacional de México; posteriormente se integró al Ballet Waldeen y, para finales de 1949, regresó a la Academia de Danza Mexicana. Estos pasos serían la antesala para su obra más grande: el Ballet Folklórico de México.

¿Alguna vez han tenido la fortuna de asistir a algún evento del Ballet Folklórico o, al menos, han buscado un video por internet? Su danza es una mezcla de ritmos conocidos y lejanos; colores que caracterizan el vestuario e iluminan los rostros de los bailarines, el sentimiento de familiaridad ante unos pasos y movimientos que nos llaman. El amor de Amalia Hernández por la danza tradicional mexicana queda plasmado en el Ballet Folklórico que rinde cuenta de las fiestas y la vida cotidiana que la bailarina observó alrededor del país. En 1950, con Miguel Covarrubias como encargado del Departamento de Danza del inba, Amalia impulsó la danza moderna nacionalista. A pesar de esta oportunidad, en ese momento sólo había interés por la danza moderna, por lo que decidió retirarse y buscar espacios propios. Lejos del inba, Hernández promovió la creación del Ballet Moderno de México a cargo de su maestra Waldeen, en donde Amalia presentó una de las obras más emblemáticas del repertorio mexicano: Sones michoacanos. Cuando Waldeen dejó el Ballet Moderno, Amalia vio la oportunidad de enfocarlo a la danza folklórica. Y así, en 1959, nació el Ballet Folklórico de México que pronto pudo salir del país con un amplio espectáculo, situación que se ha repetido bastantes veces desde entonces.

Este año festejamos el centenario del nacimiento de Amalia, una mujer incansable que dejó un valioso y controversial legado, con una compañía que ha logrado internacionalizarse y mostrar alrededor del mundo un pedazo de nuestra cultura. Amalia Hernández dedicó su vida a la escuela y a la compañía, sin descuidar otras manifestaciones artísticas que apoyó. Además, contribuyó de manera activa a la formación de bailarines y coreógrafos que han aportado profundamente a la danza por medio de la creación de tres escuelas: de danza folklórica, contemporánea y clásica. Hoy la recordamos como una soñadora, una bailarina de nacimiento que, mediante colores y ritmos, nos descubre un país rico en pasos de baile.

Por Samantha Alvarado

MasCultura 22-mayo-17